► ¿Qué significa «creer»? ¿De qué manera la fe verdadera afecta nuestras vidas?
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios».[1]
Estas son unas de las palabras más conocidas de las Escrituras. Prometen que todo aquel que cree en Jesús tendrá vida eterna. Pero también son unas de las palabras que con mayor frecuencia se malinterpretan. «Sólo creer» a menudo se malinterpreta diciendo que una profesión de fe es todo lo que se necesita; la conversión no implica un cambio de vida. Juan muestra que la fe es mucho más que un consentimiento mental. Las palabras «yo creo», dichas desde el corazón, transforman la vida. La fe verdadera trae un cambio en la voluntad de la persona, así como un cambio en su conducta.
Juan, hijo de Zebedeo, es el autor del cuarto evangelio. Ignacio de Antioquía, Justino Mártir, Policarpo e Ireneo dan testimonio de la autoría de Juan.
Junto con su hermano Jacobo y Simón Pedro, Juan era parte del «círculo íntimo» de Jesús. Estos fueron los únicos discípulos en la habitación cuando Jesús resucitó a una niña.[1] Estuvieron con Jesús en el Monte de la Transfiguración y en el Huerto de Getsemaní.[2]
Juan fue un líder influyente en la iglesia. Sólo Pablo escribió más libros del Nuevo Testamento que Juan. Juan escribió el Evangelio de Juan, tres epístolas y Apocalipsis.
Según la tradición, Juan vivió en Éfeso. Durante el reinado de Domiciano, fue exiliado a Patmos, donde escribió el libro de Apocalipsis. Luego regresó a Éfeso y murió allí a la edad de casi 100 años. El Evangelio de Juan probablemente fue escrito desde Éfeso. La fecha probable se ubica entre los años 85 a 95 d.C., siendo el último de los evangelios en ser escrito.
Propósito
El Evangelio de Juan es notablemente diferente de los evangelios sinópticos. Juan no contiene relatos de Jesús echando fuera demonios, no incluye parábolas, y a diferencia de Marcos, no hay un «secreto mesiánico».
Muchos autores han señalado las diferencias entre Juan y los evangelios sinópticos. Sin embargo, también es importante ver las similitudes. Juan no enseña un evangelio diferente a los otros apóstoles. Presenta una perspectiva diferente de la vida de Jesús, pero su mensaje es el mismo que el de los otros evangelistas. Juan muestra que Jesús es el Hijo de Dios que vivió entre nosotros, fue crucificado por nuestros pecados, y se levantó de entre los muertos al tercer día. El propósito explícito de Juan es registrar evidencias de la deidad de Jesús.
Había dos herejías en relación con Jesús. Una negaba la humanidad de Jesús, afirmando que él solamente parecía humano. Lucas confronta este error con descripciones de Jesús que muestran que él era plenamente humano. La otra herejía negaba su deidad, afirmando que fue un gran maestro, pero no el Hijo de Dios. Juan presta especial atención a la deidad de Jesús a través de una serie de milagros que lo revelan como el Hijo de Dios, y a través de declaraciones que muestran que él es el Verbo que se hizo carne. El propósito de Juan es «que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre».[3]
Al presentar a Jesús el Rey a una audiencia judía, Mateo registra la genealogía de Jesús, pasando por David, hasta Abraham. Al presentar a Jesús el Siervo a una audiencia romana, Marcos no incluye una genealogía. Al presentar a Jesús el Hijo del Hombre a una audiencia griega, Lucas registra la genealogía de Jesús hasta Adán, el primer hombre. Al presentar a Jesús el Hijo de Dios, Juan inicia con lo que se podría llamar una «genealogía divina».
«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho».[1]
El evangelio de Juan inicia con la dramática afirmación de que Jesús «era el Verbo» y que «el Verbo era Dios». Juan escribe, «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad».[2] El resto del evangelio presenta evidencia que respalda esta afirmación.
El Libro de las Señales (Juan 1-12)
► ¿De qué manera cada uno de los milagros en Juan demuestra la deidad de Jesús?
A la primera mitad de Juan a menudo se le llama el «Libro de las Señales». En esta sección, Juan registra siete milagros que muestran el poder divino de Jesús. Cuando convirtió el agua en vino en las bodas de Caná, Jesús se reveló a sus discípulos. «Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él».[3]
El milagro en Caná fue la primera de una serie de siete señales milagrosas en Juan 1-12. Las otras seis señales son:
La sanidad del hijo de un oficial en Capernaum (4:46-54)
Cada uno de estos milagros revela a Jesús como el Hijo de Dios. Juan usa el término «señales» para describir los milagros de Jesús. Los milagros eran señales que apuntaban a Jesús como el Hijo de Dios. Tal como seguimos señales para encontrar un camino o el aeropuerto, Juan nos pide que sigamos las señales de los milagros de Jesús para encontrar su deidad.[5] El último milagro de Jesús, la resurrección de Lázaro, sólo se encuentra en el Evangelio de Juan, y es el punto culminante de la primera mitad de este evangelio. Este milagro llevó directamente a la confrontación final entre Jesús y los líderes religiosos. Puesto que muchos judíos se estaban volviendo a Jesús como resultado de este milagro irrefutable, los líderes decidieron matar tanto a Jesús como a Lázaro.[6]
Además de los siete milagros, Juan registra una serie de afirmaciones hechas por Jesús que testifican de su deidad. Marcos menciona ocasiones en las que Jesús les prohibió a sus discípulos testificar que él era el Mesías; Juan por el contrario, registra ocasiones en las que Jesús reveló su naturaleza a otros. Estos testimonios registrados en Juan incluyen:
El testimonio de Jesús a Nicodemo (3:1-21)
El testimonio de Jesús a la mujer samaritana (4:1-41)[7]
El testimonio de Jesús después de sanar al hombre en Betesda (5:17-18)
El testimonio de Jesús después de alimentar a los 5,000 (6:24-59)
El testimonio de Jesús en la Fiesta de los Tabernáculos (7:14-44)
El testimonio de Jesús de que «Antes que Abraham fuese, yo soy» (8:52-59)
El testimonio de Jesús en la Fiesta de la Dedicación (10:22-38)
En años recientes, algunos escépticos han dicho que Jesús nunca afirmó ser divino. Juan muestra que Jesús testificó en repetidas ocasiones de su propia deidad. La audiencia de Jesús sabía bien lo que él quiso decir cuando afirmó, «Antes que Abraham fuese, yo soy».[8] Estas son las palabras que Dios usó para revelarse a Moisés, «Yo Soy el que Soy».[9] Quienes escucharon a Jesús entendieron a qué se refería; trataron de apedrearlo, el castigo para la blasfemia.[10] Ellos no buscaban matar a Jesús porque era un gran maestro y sanador; buscaban matarlo porque afirmaba ser divino. Podemos elegir no creer la afirmación de Jesús acerca de su deidad, pero no podemos negar que hizo dicha afirmación.
El Libro de Gloria (Juan 13-20)
En Jesús vemos la «gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad».[11] Durante la última semana del ministerio terrenal de Jesús, su gloria fue revelada de un modo diferente al que los discípulos esperaban. Los discípulos pensaban en la gloria de Jesús en términos de una victoria militar, de poder político y de un ministerio público popular.
Por el contrario, durante la última semana de su ministerio terrenal, Jesús mostró que su gloria incluía una cruz y el sacrificio de sí mismo. En la Última Cena, Jesús demostró la humildad con la que sus seguidores debían servirse unos a otros.[12] En sus discursos finales, Jesús enseño acerca del Consolador, el cual estará «con vosotros para siempre».[13] Con la metáfora de la viña y los pámpanos, Jesús enseñó acerca de la necesidad de permanecer continuamente en él; «El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará…».[14] Estos ejemplos eran lo opuesto del poder político y militar; la senda de Jesús era más bien la de la humildad y la rendición de sí mismo.
En la «Oración Sacerdotal» de Jesús, él oró por aquellas cosas que estaban más cerca de su corazón. Antes de enfrentar la cruz, Jesús oró,
Por sí mismo: para ser glorificado a través del Padre (17:1-8).
Por los discípulos: para que Dios los guardara y santificara (17:9-19).
Por todos los creyentes: para que su unidad fuera testimonio al mundo (17:20-26).
Juan narra el arresto, el juicio, la crucifixión y la resurrección de Jesús. Anteriormente en Juan, Jesús le había dicho a Nicodemo que, «…como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».[15] Posteriormente, Jesús habló acerca de su muerte; «Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo».[16] En la cruz, Juan muestra que el Hijo del Hombre fue «levantado» para «atraer a todos» a sí mismo con el fin de que «no se pierdan, mas tengan vida eterna». Este era el objetivo hacia el cual se dirigió toda la vida de Jesús. Esta era la gloria por la cual había venido al mundo.
Juan concluye esta sección con el testimonio de Tomás después de la resurrección, «¡Señor mío, y Dios mío!».[17] La gloria de Jesús ahora era vista por el más escéptico de los discípulos. El poder transformador de la resurrección de Jesús se observa más adelante en la vida de Tomás, quien murió como mártir mientras evangelizaba en la India.
Epílogo (Juan 21)
El capítulo final de Juan narra una aparición de Jesús a un grupo de discípulos en el Mar de Galilea,[18] después de haber resucitado. Juan concluye su evangelio afirmando la verdad de sus relatos; «Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero».[19]
[20]Un milagro es más que un evento que no podemos explicar. Un milagro involucra «una interferencia sobrenatural en la naturaleza o en el curso de los eventos. En la historia de la iglesia, los milagros se han visto no sólo como expresiones extraordinarias de la gracia de Dios, sino como el atestado divino de la persona o la enseñanza de aquel que realiza el milagro». Por esta razón Juan usa el término «señal» para describir los milagros de Jesús.
- (Definición de Sinclair B. Ferguson y J.I. Packer, Nuevo Diccionario de Teología, 1988).
[21]«...a menudo se dice de Él: “Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro moral, pero no acepto Su pretensión de ser Dios”. Eso es precisamente lo que no debemos decir. Un hombre que fuera simplemente un hombre y dijera la clase de cosas que Jesús decía, no sería un gran maestro moral. Sería ya sea un lunático… o el Demonio del Infierno. Tienen que elegir… Pueden encerrarlo como a un loco, pueden escupirlo y matarlo como a un demonio; O pueden caer a Sus pies y llamarlo Señor y Dios. Pero no vengamos con tonterías condescendientes acerca de que Él era un gran maestro humano. Él no nos dejó abierta esa posibilidad».
- C.S. Lewis en Mero Cristianismo
El Evangelio de Juan en la Iglesia Hoy
A los nuevos creyentes, Juan les revela la naturaleza divina de Jesús. Gracias a su presentación de Jesús, clara y sencilla, los pastores a menudo sugieren a los nuevos creyentes leer el Evangelio de Juan. En Juan, vemos a Jesús como el «pan de vida» (6:35), la «luz del mundo» (8:12), el «buen pastor» (10:11), la «resurrección y la vida» (11:25), y «el camino, la verdad y la vida» (14:6).
A un mundo escéptico, Juan le presenta una imagen de Jesús como el Hijo de Dios. Los milagros narrados en Juan hablan a aquellos que buscan señales poderosas para respaldar la deidad de Jesús. A través de sus milagros, Jesús demostró que su afirmación de ser «YO SOY» estaba respaldada por su poder divino.[1]
A una iglesia moderna que predica una «gracia barata» sin un llamado al verdadero discipulado,[2] el Evangelio de Juan le muestra el verdadero significado de la fe. La fe verdadera transforma la vida del cristiano. Después de escuchar a Jesús explicar el «pan de vida», «muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él».[3] Estos seguidores habrían dicho que ellos creían en Jesús. Le seguían; disfrutaron los panes y los peces; pero en realidad no creían. No demostraban la fe que decían profesar con una obediencia continua a las demandas de Jesús. El Evangelio de Juan enseña el verdadero significado de la fe.
[4]«Quien me sigue no anda en tinieblas», dice el Señor. Estas palabras son de Cristo, con las cuales nos amonesta que imitemos su vida y costumbres, si queremos verdaderamente ser alumbrados y libres de toda la ceguedad del corazón. Sea, pues, nuestro estudio pensar en la vida de Jesucristo.
- Tomás de Kempis, La Imitación de Cristo.
Conclusión
El Evangelio de Juan muestra que la fe verdadera transforma la vida del creyente; puede incluso llegar a costarle la vida. Dietrich Bonhoeffer contrastó la gracia barata con la «gracia costosa». El escribió, «Cuando Cristo llama a un hombre, lo llama a venir y morir».[1] Esta fe verdadera se observa en la vida del mártir del siglo II, Policarpo.
Policarpo fue discípulo del apóstol Juan. Había escuchado a Juan enseñar y había escuchado las memorias de Juan sobre la vida de Jesús. A la edad de 86 años, Policarpo fue arrestado. Los oficiales no querían ejecutar a un anciano tan respetado y le ofrecieron la oportunidad de salvar su vida si se retractaba y juraba que «César es señor». El magistrado dijo, «Jura, y te soltaré; insulta a Cristo». La respuesta de Policarpo permanece a través de los siglos como un testimonio del significado de la fe verdadera: «Durante ochenta y seis años he sido su siervo, y no me ha hecho mal alguno. ¿Cómo puedo ahora blasfemar de mi Rey que me ha salvado?».[2] Policarpo había aprendido las lecciones que le enseñó su maestro, Juan. Sabía que la verdadera fe transforma al creyente, incluso hasta el punto de morir por ella.
[1] Dietrich Bonhoeffer, El Precio de la Gracia. Sígueme, 2004.
Demuestre su comprensión de este capítulo por medio de las siguientes asignaciones:
(1) Al leer el Evangelio de Juan, lleve un diario en el que anote sus pensamientos y su respuesta a la presentación de Jesús en cada capítulo. Por ejemplo, en el capítulo 1, escriba su reacción ante la presentación de Jesús como el «Verbo» eterno. ¿Qué significa esto para usted como cristiano? ¿Qué impacto tiene la naturaleza eterna de Jesús en su fe y confianza como hijo de Dios?
(2) Haga el examen correspondiente a esta lección. La prueba incluye los pasajes asignados para memorizar.
Lección 3 Preguntas de Examen
1. ¿Por qué el testimonio de Policarpo a la autoría de Juan es de especial importancia?
2. ¿Cuál fue el propósito de Juan al escribir su evangelio?
3. ¿Cómo se evidencia el propósito de Juan en la elección del material que incluyó en su evangelio?
4. ¿Qué muestra el prólogo de Juan acerca de la genealogía de Jesús?
5. Mencione las siete «señales» del Evangelio de Juan.
6. Dé tres ejemplos del testimonio de Jesús en cuanto a su deidad.
7. ¿Cuál fue la respuesta de los líderes judíos ante la afirmación de la deidad de Jesús?
8. En la «Oración Sacerdotal» de Jesús, ¿cuáles son las tres cosas por las que él oró?
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