Repaso de la Lección 4
Repase los puntos principales de la lección 4. Pregunte a los estudiantes quiénes desean compartir sus oraciones personales de la lección 4. Repase también los componentes básicos de la formación espiritual.
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by Tim Keep
Repase los puntos principales de la lección 4. Pregunte a los estudiantes quiénes desean compartir sus oraciones personales de la lección 4. Repase también los componentes básicos de la formación espiritual.
Al finalizar esta lección, el estudiante deberá ser capaz de:
(1) Entender verdades espirituales esenciales que nos ayudan a conocernos a nosotros mismos.
(2) Entender las características del orgullo.
(3) Definir el quebrantamiento y las características de las personas quebrantadas.
(4) Aplicar las verdades aprendidas en esta lección en su propia vida.
Un Joven Pastor
Una vez le pregunté a un joven pastor de una iglesia en crecimiento, “¿Cuál es su mayor desafío en el ministerio?” Sin pensarlo dos veces, me respondió, “¡Yo mismo!” Aprecié su honestidad.
Alguien Se Prepara Para El Ministerio
Un joven cristiano había estado estudiando para el ministerio pastoral, pero a menudo entraba en conflicto con sus compañeros, e incluso con sus profesores. No sabía cuál era la causa de estos conflictos, y se preguntaba por qué no lograba encontrar la paz interior que anhelaba. Hasta hace poco tiempo ha empezado a ver el orgullo en su corazón – y en especial su testarudez y egoísmo. Finalmente está enfrentando la verdad sobre sí mismo. Quiere libertad de ese egocentrismo y de toda la conmoción interna que ha traído a su alma, y está pidiéndole a Dios que purifique su corazón.
Una Esposa y Madre
Una esposa y madre cristiana estaba luchando contra el llamado de Dios a dejar su carrera profesional por el bien de su familia. Entonces descubrió el secreto del gozo que se encuentra al rendir sus planes y abrazar el plan perfecto de Dios. El profundo gozo que experimenta hoy al cuidar de sus pequeños y de su esposo va más allá de toda descripción.
Un Matrimonio
Un matrimonio cristiano se encontraba viviendo en conflicto continuamente. El amor entre ellos estaba muriendo y su matrimonio estaba en crisis. A través del estudio de la Biblia y de una consejería basada en sólidos principios bíblicos, empezaron a ver la fea naturaleza de sus corazones egocéntricos en contraste con la hermosa naturaleza del amor sacrificial de Dios. Cuando ambos se arrepintieron, ¡Dios restauró el amor entre ellos!
Estos retratos nos recuerdan que los creyentes humildes reciben la gracia transformadora. Vivimos en un tiempo en la historia en el que el cuerpo de Cristo necesita desesperadamente un avivamiento de santidad. En los Estados Unidos, demasiadas personas que se llaman a sí mismos cristianos piensan y viven igual que el mundo inconverso. Muchos jóvenes están luchando en secreto, perdiendo batallas contra “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” – incluyendo inmoralidad sexual, materialismo y conformidad con el mundo.[1] En África y Asia hemos encontrado a muchos cristianos que están mezclando el Cristianismo bíblico con ritos ancestrales y supersticiones animistas.[2] Iglesias y familias cristianas alrededor del mundo están siendo destruidas por los conflictos. Gran parte de la culpa recae sobre pastores y misioneros que enseñan y viven una forma de piedad, pero niegan su poder transformador y purificador.[3]
¿Podemos ser santos, como Dios nos llamó a ser?[4] ¿Podemos ser transformados? ¿Podemos amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, fuerzas y mente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos?[5] ¿Podemos vivir la vida de Jesús? Sí podemos, si estamos dispuestos a enfrentarnos a nosotros mismos.
[1] 1 Juan 2:16.
[2] En un país que visité me pidieron que impusiera manos sobre un racimo de bananas y que orara por ellas para que las mujeres estériles de la iglesia las comieran y “sus vientres se hicieran fértiles.” Yo oré por las mujeres, ¡pero no por las bananas! En muchos países, la adoración basada en los sentidos ha reemplazado la reverencia, la predicación de la Palabra y la oración.
[3] 2 Timoteo 3:5.
[4] 1 Pedro 1:15-16.
[5] Lucas 10:27.
La auto-conciencia – el conocimiento de uno mismo – es absolutamente esencial para la formación a la imagen de Cristo. Conocerse verdaderamente a uno mismo es saber que el “yo” no santificado es el mayor enemigo del creyente.
¿Qué tan bien se conoce a usted mismo? Dennis Kinlaw escribe:
“Todo ser humano enfrenta dos preguntas que determinan el curso de la existencia. La primera pregunta tiene que ver con la naturaleza de Dios. ¿Quién es Dios y cómo es él? La segunda pregunta más importante que enfrenta cada persona es la pregunta de quiénes somos usted y yo y cómo somos. Si comprendemos la naturaleza de Dios, y si comprendemos nuestra propia naturaleza, tenemos una buena probabilidad de vivir vidas significativas y eficaces en términos de servicio.”[1]
Conocernos a nosotros mismos empieza con una disposición para vernos tal como somos. Sin embargo, conocernos a nosotros mismos como Dios nos conoce es imposible sin la ayuda del Espíritu Santo. La Biblia enseña que “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”[2] Proverbios también nos advierte, “El que confía en su propio corazón es necio.”[3]
► Empecemos con una oración para que a través de esta lección el Señor nos dé un mayor conocimiento de nosotros mismos. Usemos las palabras del Salmo 139:23-24 como guía en esta oración.
En esta lección y la siguiente, vamos a estudiar ocho verdades esenciales que nos ayudarán a conocernos mejor.
[1] Dennis Kinlaw, Malchus’ Ear (La Oreja de Malco) Wilmore: Francis Asbury Press, 2017, 56.
[2] Jeremías 17:9.
[3] Proverbios 28:26.
[4]“La vida que no se examina no vale la pena vivirla.”
– Platón, “La Apología de Sócrates”
Por medio del nuevo nacimiento espiritual, hemos sido lavados; y el Espíritu Santo ha venido a vivir en nosotros.[1] Somos nuevas criaturas en Cristo Jesús – lo viejo ha pasado y todo ha sido hecho nuevo.[2] Nuestros deseos han cambiado. Nuestra actitud hacia el pecado ha cambiado significativamente. En un instante, pasamos de las tinieblas a la luz; la Biblia nos describe como “santos.”[3] Hemos sido justificados delante de Dios. Aunque en ocasiones todavía podemos fallar espiritualmente y luchar con algún pecado recurrente,[4] experimentamos victoria sobre el pecado habitual.[5] Si pecamos, sentimos un dolor y una convicción que jamás experimentamos antes de la conversión.[6] Una transformación real ha tenido lugar, y las personas que nos rodean notan el cambio.
Cuídese de la persona que testifica que ha sido salva, pero continúa practicando el pecado deliberado.
► Lean Mateo 7:21-23. ¿Qué dice Jesús acerca de la persona que lo llama “Señor, Señor” pero no hace la voluntad de su Padre? ¿Qué les dirá Jesús en el día del juicio?
Aunque nuestro corazón ha sido hecho nuevo, la vieja naturaleza pelea contra la nueva. Muchas veces esta batalla interna toma por sorpresa a los nuevos creyentes, quienes pensaban que el sentir de gozo y paz estaría siempre en su corazón. Se desaniman al ver cómo sus viejas actitudes y deseos combaten contra los nuevos.
¿En qué consiste esta vieja naturaleza? ¿Cómo deberíamos definirla? La palabra que mejor define la naturaleza del pecado es orgullo. “El orgullo es el mayor de los pecados porque está en el corazón de todos los pecados.”[7]
[1] Tito 3:5-6; Romanos 8:1-2, 9-11.
[2] 2 Corintios 5:17.
[3] 1 Corintios 1:2; 2 Corintios 1:1; Efesios 1:1.
[4] Hebreos 12:1.
[5] Romanos 6:1.
[6] Juan 16:8.
[7] Peter Kreeft, “It Takes Humility to Know How Proud We Are” (Se Necesita Humildad para Ver Cuán Orgullosos Somos) High Calling, Enero-Febrero 2017, 4.
Nada puede estorbar más nuestra búsqueda de santidad que el orgullo – el amor de sí mismo. El orgullo es la esencia del pecado original – apartarse por su propio camino,[1] “un rechazo deliberado del control [divino].”[2]
Fue el orgullo lo que causó que Lucifer fuera expulsado del cielo,[3] y que el primer hombre y la primera mujer fueran expulsados del Edén[4]. Ellos respondieron a la invitación, “Seréis como Dios.” Al comer del fruto prohibido, Adán y Eva ejercieron su voluntad por encima de la voluntad de Dios, complacieron el deseo de su carne, y luego trataron de cubrir su desnudez.
El orgullo fue el pecado de Babel, el cual llevó a la confusión de los idiomas y a que las naciones fueran esparcidas. “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre… y hagámonos un nombre.[5] El orgullo, manifestado en la búsqueda del interés personal, fue lo que causó conflictos en las congregaciones del Nuevo Testamento, e incluso entre líderes de la iglesia que buscaron sus propios intereses en lugar de los intereses de Cristo.[6] El orgullo es la enfermedad con la que nacemos, el cáncer del alma. ¡Dios odia el orgullo![7] ¡Lo resiste![8] Él quiere quitarlo de nuestro corazón.
Cuando estuve en África, escuché acerca de un hombre que caminaba por todas partes con un trozo de carne en su bolsillo, ¡y se preguntaba por qué los perros no lo dejaban en paz! El orgullo es como el trozo de carne en nuestro bolsillo espiritual, que trae dolor, derrota, e incluso muerte. Debe ser removido.
Los teólogos en ocasiones se refieren a la naturaleza pecaminosa del ser humano como una “inclinación” hacia el pecado, o más específicamente, una inclinación hacia sí mismo – o hacia aquello que creo que es bueno y agradable para mí. “El propósito de la redención es revertir nuestra orientación egocéntrica – volvernos hacia afuera; de modo que nos interesemos no sólo en nosotros mismos, sino en el bienestar de los demás.”[9]
Si en verdad lo analizamos, cada pecado y conflicto en nuestra vida tiene su raíz en el orgullo. La lujuria, el espíritu crítico, el rencor, la avaricia y la testarudez brotan de las aguas venenosas del orgullo. Antes de que podamos participar plenamente de la vida de santidad, debemos ver este problema en nuestro corazón.
► Lean Gálatas 5:19-21. Comenten en grupo cómo los pecados de la carne que se mencionan en este pasaje se originan en el orgullo. ¿Están dispuestos a evaluar cada uno su propio corazón? ¿Y sus relaciones interpersonales? ¿Están dispuestos a ser completamente honestos con respecto al orgullo que tantos problemas ocasiona?
En el desierto, Satanás tentó a Jesús a gratificar sus deseos naturales, a evitar la cruz y a buscar la gloria terrenal. En esencia, Satanás estaba tentando a Jesús a cometer el pecado original – a complacerse a sí mismo, preservarse a sí mismo y exaltarse a sí mismo. ¡Pero Jesús permaneció puro en su corazón!
El orgullo se manifiesta en egocentrismo, o egoísmo. El egoísmo a menudo derrota nuestros mejores esfuerzos e intenciones de vivir la maravillosa vida de santidad. Este egoísmo busca ejercer la voluntad propia aun en contra de la Palabra de Dios y pelea contra el Espíritu de Dios. Esta naturaleza “carnal” se puede describir de las siguientes formas:
► Lean los siguientes versículos en el Evangelio de Marcos y observen cómo el egoísmo (orgullo) estaba en el centro de cada pecado y cada debilidad en la vida de esas personas: Marcos 8:33; 9:19; 9:33; 10:14; 10:37; 14:66-68.
Cada creyente debe ser llevado a tomar conciencia del egoísmo que permanece en su corazón. Juan Wesley nos recuerda las “consecuencias fatales” de negar esta realidad. La ignorancia de esta batalla interna “quiebra el escudo de los creyentes débiles, les priva de su fe, y así les deja expuestos a todos los ataques del mundo, de la carne y del diablo.”[10]
Al igual que los discípulos, debemos enfrentarnos cara a cara con nosotros mismos. Dennis Kinlaw dice, “Los mejores entre nosotros no son mejores que el peor. Los más fuertes no son mejores que el más débil… Lo mejor de la carne no es suficiente.”[11] Mientras pensemos que podemos vivir una vida santa en nuestras propias fuerzas, Dios nos dejará luchar. Mientras nos neguemos a vernos a nosotros mismos como Dios nos ve, seguiremos fallando.
En 1792, un nuevo misionero presbiteriano llamado John Hyde se embarcó con destino a la India. Durante la travesía, abrió una carta de un amigo de su familia altamente respetado. La carta decía: “No dejaré de orar por ti, mi querido John, hasta que seas lleno del Espíritu Santo.” Estas palabras lastimaron el orgullo de John, quien reaccionó con enojo ante la insinuación de que no era lleno del Espíritu Santo:
“Mi orgullo fue golpeado, y me sentí sumamente enojado. Tomé la carta, la hice un puño, y la arrojé en un rincón de la cabina, y entonces subí a la cubierta. Yo amaba a la persona que escribió la carta; sabía que vivía una vida santa. Y en lo profundo de mi corazón estaba la convicción de que tenía razón, y que yo no estaba calificado para ser un misionero…
“Con desesperación, le pedí al Señor que me llenara de su Espíritu Santo, y en el momento en que hice esto, toda la atmósfera se aclaró. Empecé a verme a mí mismo y la ambición egoísta que tenía. Fue una lucha casi hasta el final del viaje, pero estaba decidido a que antes de llegar a mi destino, sin importar lo que me costara, sería realmente lleno del Espíritu Santo.”[12]
Cuando llegó a la India, John asistió a un servicio cristiano en el que el predicador hizo énfasis en el poder del evangelio – no sólo para perdonar el pecado sino también para dar victoria sobre el pecado, de modo que el creyente no siga pecando.[13] John se dio cuenta de que aunque había estado predicando este evangelio, no había experimentado su poder. Había un pecado recurrente en su vida que lo hacía tropezar espiritualmente. John fue a su habitación y oró, “O me das la victoria sobre todo mi pecado, y especialmente sobre el pecado que tan fácilmente me acecha; o regreso a América a buscar otro trabajo. Soy incapaz de predicar el evangelio si no puedo testificar de su poder en mi propia vida.”
Con una fe sencilla, John acudió a Cristo en busca de liberación. Tiempo después dijo, “Él me liberó, y desde entonces no he tenido duda de ello. Ahora puedo levantarme sin titubear para testificar que él me ha dado la victoria.” John Hyde llegó a ser conocido como “John el que ora” por sus fervientes oraciones para alcanzar a las almas perdidas. Pocos años antes de su muerte a la edad de cuarenta y siete años, John recibió clara dirección para orar pidiéndole a Dios que le permitiera ganar un alma cada día; para el final de ese año, el Señor había añadido más de 365 nuevos convertidos a la iglesia. Al año siguiente, John oró para ganar dos almas cada día; y cuatro al año siguiente. Cada petición fue concedida. John señaló tanto el secreto como el resultado del avivamiento cuando dijo: “Lo que necesitamos hoy es un avivamiento de santidad.”
El orgullo siempre obstaculiza el favor de Dios, pero Dios bendice al humilde.
[1] Isaías 53:6
[2] Cita de Alexander MacLaren, Comentario sobre Isaías 53.
[3] Isaías 14:12-14.
[4] Génesis 3:5.
[5] Génesis 11:4.
[6] Filipenses 2:21.
[7] Proverbios 6:16-17.
[8] Santiago 4:6.
[9] Dennis Kinlaw, “La Mente de Cristo,” High Calling, Enero-Febrero 2017, 1, 9.
[10] Juan Wesley, de su sermón, “Del Pecado en los Creyentes.”
[11] Dennis Kinlaw, Malchus’ Ear (La Oreja de Malco) KY: Francis Asbury Press, 2017, 80.
[12] http://www.actsamerica.org/biographies/2011-04-Praying-Hyde.html.
[13] 1 Juan 1:9.
En el corazón del creyente hay una batalla por la supremacía. Gálatas describe esta batalla con estas palabras:
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.”[1]
Juan Wesley afirma,
“No creo que quien ha sido justificado es esclavo del pecado. Pero sí que el pecado [egocentrismo] permanece (al menos por un tiempo) en todos los que son justificados… El usurpador ha sido destronado. [El pecado] permanece en verdad donde reinó en un tiempo, pero permanece en cadenas. Entonces en cierto sentido sí hace la guerra, pero se debilita más y más, mientras que el creyente va de fortaleza en fortaleza y de victoria en victoria.”[2]
La batalla entre el egocentrismo (“la carne”) y el Espíritu es una experiencia común entre los cristianos. Wesley continúa:
“Existen en cada persona, aun después de haber sido justificada, dos principios contrarios, la naturaleza y la gracia. San Pablo los llama carne y espíritu. Por lo tanto aunque los niños en Cristo son santificados, sólo lo son en parte. En cierto grado, según la medida de su fe, son espirituales; pero en cierta medida, son carnales. Por ello se exhorta constantemente a los creyentes a cuidarse de la carne, así como del mundo y del diablo. Y esto concuerda con la experiencia constante de los hijos de Dios. Aunque tienen el testimonio del Espíritu en sí mismos, también sienten una voluntad que no ha sido completamente sometida a la voluntad de Dios. Saben que están en él, y a la vez tienen un corazón que se quiere apartar de él. En muchas ocasiones sienten una inclinación hacia el mal, una resistencia a lo que es bueno… Aunque somos renovados, limpiados, purificados y santificados en el momento mismo en que verdaderamente creemos en Cristo, sin embargo todavía no somos renovados ni limpiados ni purificados del todo. La carne, la naturaleza pecaminosa, todavía permanece en nosotros (aunque está sujeta) y pelea contra el Espíritu. Con tanta mayor razón usemos de diligencia al ‘pelear la buena batalla de la fe.’ Con tanta mayor razón, ‘velemos y oremos’ fervorosamente en contra del enemigo interno. Con tanta mayor razón, ‘pongámonos cuidadosamente toda la armadura de Dios…’ ‘para que podamos resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.’”[3]
El Egoísmo Lleva a Grados de Fracaso
► Lean Gálatas 5:16-24 y comenten qué sucede cuando el Espíritu Santo y la carne se oponen entre sí. ¿Está usted dispuesto a compartir cómo se ha manifestado esta batalla en su vida?
Todo verdadero discípulo de Jesús ha experimentado esta batalla interna por el control. Cuando el Espíritu Santo está ganando y liderando, el fruto espiritual de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza se produce en mi vida. Pero si permito que el orgullo ejerza su voluntad, incluso por un instante, habrá cierto grado de fracaso: “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas.” Puesto que el creyente ha recibido una nueva naturaleza, y porque el Espíritu Santo que habita en él constantemente le advierte sobre los pecados del corazón, éstos nunca van a dominar la vida del cristiano verdadero[4]; pero hasta que el creyente aprenda a vivir bajo el control absoluto del Espíritu Santo, habrá derrotas momentáneas.
Incluso los cristianos que viven bajo el control absoluto del Espíritu Santo, en cualquier momento dado, van a descubrir que hay áreas de orgullo que necesitarán ser reveladas a lo largo de su vida. Nunca olvidaré una ocasión cuando enfrenté una lucha así como misionero. Había ciertos problemas, y casi sin notarlo, empecé a reaccionar en formas que no reflejaban a Cristo. Recuerdo cuán difícil fue para mí reconocer mi problema. El Señor habló a mi corazón y dijo, “Hijo, eres un hombre enojado.” “Señor, no estoy enojado,” pensé. “Soy un misionero que lo dejó todo para seguirte hasta este país.” El Señor habló a mi corazón otra vez y dijo, “Bueno, entonces eres un misionero enojado.” Aceptar esta verdad humillante, en lugar de justificarme a mí mismo, fue otro momento clave en mi caminar con Cristo.
El Egoísmo Es Fuente de Conflicto
► Lean Santiago 4:1-8. ¿Cuál era la causa del conflicto y la agitación interna entre los creyentes a los que Santiago les estaba escribiendo? ¿Por qué sus oraciones no estaban siendo contestadas? ¿Por qué Santiago llama a estos cristianos “almas adúlteras ”?
Hasta que la batalla entre la carne y el Espíritu sea resuelta, somos como hombres y mujeres casados que todavía tienen pensamientos románticos sobre un amor del pasado. No estamos teniendo una aventura física, pero nuestros afectos no han sido crucificados hasta llegar a estar completamente entregados al cónyuge. Al considerar el ejemplo bíblico anterior, creo que verá claramente que la raíz de la agitación en el corazón y el conflicto en la iglesia es el orgullo en el corazón de sus miembros. Por causa del orgullo, Dios estaba resistiéndolos. “Dios resiste a los soberbios.”[5]
La siguiente historia ilustra esta lucha común y los problemas que ocasiona. En la historia de un grupo grande de iglesias en las que sirvo en las Filipinas se encuentra este relato casi increíble: Un pastor fue enviado por los líderes de la iglesia nacional a pastorear una congregación específica. Sin embargo, el pastor anterior se negó a entregar el liderazgo de la congregación porque unos cuantos miembros de la iglesia querían que se quedara. Durante un tiempo, el nuevo pastor y el pastor saliente estuvieron viviendo en la misma casa pastoral, pastoreando la misma congregación. El nuevo pastor era el pastor “oficial,” llamado, escogido, designado y respaldado por los líderes nacionales. El pastor saliente se mantenía en su puesto por el apoyo y la testarudez de unos pocos miembros. ¡Se imagina la confusión que esto causó! Esta situación no podía continuar. ¿Quién iba a predicar el sermón? ¿A quién iban a acudir los miembros de la iglesia para pedir consejo? ¿A cuál autoridad iba a sujetarse la congregación – la del pastor saliente o la del nuevo pastor? La congregación tenía que elegir. O conservaban al pastor saliente y perdían la bendición y los beneficios de la iglesia nacional, o ganaban la bendición de los líderes nacionales sujetándose a su autoridad. Afortunadamente, decidieron sujetarse a los líderes nacionales, y la congregación continuó haciendo grandes cosas para Dios.
El conflicto entre el viejo y el nuevo hombre es una experiencia que todo creyente ha tenido. El “viejo hombre” ha sido “crucificado juntamente” con Cristo, pero trata desesperadamente de aferrarse a su posición, ejercer control y conservar influencia. Ya no tiene autoridad, pero trata de hacernos creer que la tiene. El nuevo hombre ha sido redimido por la sangre de Cristo. El nuevo hombre ha sido llamado, escogido y creado por él en justicia y santidad. El nuevo hombre ha sido sellado con el Espíritu Santo y creado para ser el templo donde Dios habita, y Dios no descansará hasta que el viejo hombre sea expulsado del trono de su corazón.
Mientras usted le permita al viejo hombre quedarse; mientras siga alimentándolo; mientras insista en darle tan sólo un rincón que pueda ocupar, éste traerá intranquilidad, conflicto interno y destrucción. El viejo hombre debe morir. Si elegimos tenerle compasión y darle siquiera la habitación más pequeña, desde ahí combatirá contra el Espíritu de amor, gozo, paz, paciencia y santidad.
Las preguntas que cada generación de creyentes devotos debe responder son las siguientes:
[1] Gálatas 5:16-17.
[2] Juan Wesley, de su sermón, “Del Pecado en los Creyentes.”
[3] Ibíd.
[4] 1 Juan 2:3-4; 3:7-9.
[5] Santiago 4:6.
[6] Filipenses 2:3-4.
[7]“Dadme cien hombres que no teman más que al pecado y no deseen más que a Dios, y me importa un comino si son ministros o laicos; ellos harán temblar las puertas del infierno y establecerán el reino de los cielos en la tierra.”
- Juan Wesley
► En este momento les pido que sean muy honestos con ustedes mismos y que hagan la siguiente evaluación personal. Tomen unos minutos para reflexionar en silencio en esta pregunta: ¿Cuál es en realidad la causa de ________________? Pídanle al Espíritu Santo que los ayude a verse a ustedes mismos. Pueden usar las siguientes preguntas como guía:
Jesús dijo que cualquiera que desee ser su discípulo debe hacer a un lado por completo sus propios intereses, tomar su cruz y seguirlo.[1] La cruz no era el símbolo hermoso y brillante que algunos cristianos llevan en una cadena alrededor del cuello. La cruz era un instrumento romano de muerte. Cuando un criminal era ejecutado en la cruz, no había posibilidad alguna de que fuera bajado con vida. Los soldados romanos no lo bajaban hasta cerciorarse de que no quedaba ni el mínimo aliento de vida. Cuando Jesús les dice a sus discípulos que deben tomar su cruz cada día, se refiere sencillamente a que nuestro viejo hombre, orgulloso, lujurioso y testarudo, debe ser clavado decididamente en la cruz de Cristo, para que nuestro nuevo ser redimido pueda vivir la vida de Jesús. Morir a uno mismo significa que nuestra voluntad, nuestros planes, nuestra preocupación por mantener una reputación, nuestra vieja forma de pensar, nuestra antigua búsqueda de placer, nuestros viejos deseos carnales, están sujetos a la cruz de Cristo. ¡Entonces vivimos enteramente para él!
► Lean juntos Mateo 16:24.
¡Morir a uno mismo es el camino a una vida de abundancia![2] Probablemente, ninguna persona que viene a Cristo para recibir el perdón de los pecados está plenamente consciente de que Dios está absolutamente comprometido con nuestra muerte. Muchos grandes hombres y mujeres a lo largo de la historia de la iglesia han llegado a comprender esta verdad:
Martín Lutero: “Dios crea de la nada. Por lo tanto, hasta que el hombre es nada, puede Dios crear algo con él.”
Carlos Spurgeon: “He concentrado ahora todas mis oraciones en una sola, y dicha oración es ésta, que muera yo a mí mismo, y viva enteramente para él.”
Richard Baxter: “El ego es el enemigo más traicionero… De todos los vicios, es el más difícil de reconocer y el más difícil de curar.”
Dietrich Bonhoeffer: “Cuando Cristo llama a un hombre, lo llama a venir y morir.”
J.I. Packer: “Jesucristo demanda la auto-negación como condición necesaria para el discipulado. La auto-negación es un llamado a someternos a la autoridad de Dios como Padre y de Jesucristo como Señor… El llamado de Cristo a la auto-negación consiste en aceptar la muerte a todo lo que el yo carnal quiere poseer.”
George Müller es reconocido por su gran fe y su ministerio a miles de huérfanos en la Inglaterra del siglo XIX. En una ocasión le preguntaron cuál era el secreto de su servicio tan fructífero al Señor. “Hubo un día en el que morí,” respondió Müller. Mientras hablaba, se inclinó poco a poco hasta casi tocar el piso. “Morí a George Müller – sus opiniones, preferencias, gustos y voluntad; morí para el mundo, su aprobación o censura; morí para la aprobación o las acusaciones, incluso de mis hermanos y amigos, y desde entonces sólo tengo que mostrarme aprobado por Dios.”[3]
Otros términos bíblicos relacionados con la muerte del yo son: “quebrantado” y “contrito.”[4]
Conceptos Erróneos Sobre El Quebrantamiento[5]
(1) Quebrantamiento es estar siempre triste y apesadumbrado.
Asumimos que una persona quebrantada es alguien que nunca ríe o sonríe. En realidad, el quebrantamiento bíblico produce libertad y un profundo sentido de gozo y paz.
(2) Quebrantamiento es tener un concepto bajo de sí mismo. (Ejemplos: “¡No soy bueno! ¡Soy un gusano!”)
Puede haber una falsa humildad aquí.
(3) Quebrantamiento es ser extremadamente emocional.
“Lamentablemente, miles de personas han derramado baldes llenos de lágrimas y aun así jamás han experimentado un momento de verdadero quebrantamiento.”[6]
(4) Quebrantamiento es ser herido profundamente por circunstancias trágicas.
Es posible experimentar muchos sufrimientos y seguir siendo muy orgulloso.
El Quebrantamiento Como Lo Define la Biblia
Quebrantado: “Quebrantamiento es la destrucción absoluta de mi voluntad – la rendición absoluta de mi voluntad a Dios. Es decir ‘¡Sí, Señor!’ – sin resistencia, sin argumentos, sin terquedad – simplemente someterme a su dirección y su voluntad para mi vida.”[7]
Contrito: Esta palabra sugiere algo que es aplastado y reducido a pequeñas partículas o molido y convertido en polvo, como se pulveriza una roca. “¿Qué es lo que Dios quiere pulverizar en nosotros? No es nuestro espíritu lo que él quiere quebrantar, ni nuestra personalidad esencial. Él quiere quebrar nuestra voluntad.”[8]
Así como un vaquero que quiere domar un caballo no busca lastimarlo ni mutilarlo, sino hacerlo sumiso a sus órdenes.
“El verdadero quebrantamiento es el sometimiento de mi voluntad, para que la vida y el espíritu del Señor Jesús puedan fluir a través de mí… es despojarme del sentido de auto-suficiencia e independencia de Dios… es suavizar el terreno de mi corazón… es honestidad delante de Dios… es humildad delante de los demás.”[9]
Características de Las Personas Quebrantadas
¿Cómo podemos saber si tenemos un “corazón contrito y humillado”? Las siguientes características se encuentran representadas de manera absoluta únicamente en Jesús, pero se manifestarán de manera creciente en los creyentes llenos del Espíritu:
► ¿Qué cree usted que pasaría si más de nosotros en verdad muriéramos a nosotros mismos? Haga una auto-evaluación con base en esta lista. ¿Qué cree usted que sería diferente en su hogar? ¿En su iglesia? ¿En su ministerio? Dedique un tiempo para que quienes deseen compartir algo con el grupo puedan hacerlo.
[1] Mateo 16:24.
[2] Juan 12:24.
[3] http://www.thetransformedsoul.com/additional-studies/spiritual-life-studies/dying-to-self.
[4] Salmo 51:17, “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.”
[5] La mayoría de los pensamientos siguientes acerca del quebrantamiento están basados en los libros Quebrantamiento, Rendición y Santidad, de Nancy Leigh DeMoss (Grand Rapids, MI: Portavoz, 2006).
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd.
[9] Ibíd.
La muerte a la que Jesús nos llama no va a suceder sin nuestra obediencia decidida y deliberada. No vamos a crecer hasta alcanzarla, aunque para muchos de nosotros la rendición probablemente no tendrá lugar sin pasar primero por un período de lucha. ¡Cuán inteligente es Satanás! Ha convencido a multitudes de creyentes de que la vida cristiana normal es una vida de lucha contra la voluntad de Dios, y que no deberían esperar una victoria definitiva. La lucha es común, pero no normal. La vida de Jesús operando en nosotros por la fe es la vida cristiana normal.
La historia de la guerra, tanto a nivel humano como espiritual, revela que en toda guerra exitosa hay decisiones estratégicas que llevan a momentos cruciales. Sin victorias contundentes en el campo de batalla, los recursos se desperdician y las vidas se pierden. ¡Cuánto necesita esta generación de creyentes algunas victorias contundentes!
Jesús, El Hombre, Se Convirtió en Un Ejemplo de Victoria Contundente
En el huerto de Getsemaní, Jesús luchó con la decisión de tomar su cruz; pero antes de irse del huerto, su corazón se había rendido por completo a la voluntad de su Padre.[1] Él es el estándar “normal” de Dios.
Tal como Jesús fue llevado a un momento decisivo de rendición a la voluntad de su Padre, así Jesús nos llevará a cada uno de nosotros a un momento decisivo de rendición. Dios vendrá a cada uno de nosotros y dirá, “Hijo, aquí es donde quiero que entregues tu vida.” La decisión voluntaria de morir con Cristo nos llevará a una vida de abundancia espiritual.
Desde la fundación del mundo, Jesús era el Cordero de Dios inmolado por el pecado. En un sentido, la obra de redención ya había sido completada en la mente de Dios, y la victoria ya estaba asegurada. No obstante, el plan de redención no era automático, sino que debía ser ejecutado a su tiempo. Así es para nosotros también. La Biblia es clara y consistente en cuanto a que Dios llama a cada creyente que él ha redimido a presentar “vuestros cuerpos (redimidos) en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”[2]
Abraham: Un Ejemplo de Rendición Decidida
Un día, Dios le pidió a Abraham que saliera junto con el joven Isaac a caminar con él. El camino los llevaría al Monte Moriah – la montaña donde tuvo lugar la muerte de Cristo – y a la completa rendición de Abraham a Dios. Este fue un momento decisivo en la relación de Abraham con Dios, y la mayor prueba de su vida.[3] Dios fue muy claro con Abraham desde el principio sobre el propósito del viaje: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.”[4] Abraham no opuso resistencia. Después de un difícil viaje de tres días, Abraham ató a su hijo al altar, levantó el cuchillo… y murió a sí mismo.
En última instancia, Dios no quería el sacrificio de Abraham – Isaac – sino su rendición de Isaac.[5] Dios proveyó el sacrificio perfecto y completo (Jesús), “en lugar de” Isaac; a través de su humilde rendición, Abraham participaría de ese sacrificio. Dios no necesitaba un sacrificio. Siglos más tarde, el Rey David, anhelando la pureza de corazón, oró:
“Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.”[6]
Ciertamente, no hay nada que podamos ofrecer a Dios, o hacer por él, que compense lo que somos y lo que hemos hecho. No podemos remover la culpa ni las manchas de nuestro corazón. Sólo Dios puede hacerlo. Todo lo que podemos hacer es venir a Dios quebrantados y rendirnos a él y recibir su gracia.
De nuevo, Dios no quería que Abraham matara a Isaac; quería que Abraham lo entregara, que entregara el control, que entregara cualquier amor que compitiera con su amor por Dios. Dios dijo, “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único.”[7] En otras palabras, “Lo que quiero no es el muchacho, ¡sino a ti, Abraham! Quería saber que eres enteramente mío y que incluso esta preciosa vida me pertenece a mí.” En un sentido muy real, cuando Abraham levantó el cuchillo en obediencia a Dios, fue Abraham quien murió, no Isaac. Abraham murió a su derecho a poseer a Isaac, el hijo de la promesa. Esta fue la intención de Dios desde el principio.
Del mismo modo, Dios nos da vida eterna por medio de la fe en él; y luego nos pide que le ofrezcamos esa vida como sacrificio vivo – que levantemos el cuchillo y digamos, “Señor, esta vida no es mía, ¡sino tuya! Haz lo que quieras conmigo y en mí, aun si humanamente parece locura. Iré donde quieras que vaya, haré lo que quieras que haga, diré lo que quieras que diga y seré lo que quieras que sea.” Esto es difícil sólo por causa de esa parte egoísta de nuestra vida natural que se resiste, se aferra y quiere conservar el control. Esta es la parte de nuestra naturaleza con la que Jesús trató en la cruz. Esta es la parte de nuestra naturaleza que él debe limpiar para poder llenarnos de su Espíritu y derramar plenamente las bendiciones de su reino sobre nosotros.
Dios sólo nos va a pedir que entreguemos aquello que en nuestro interior se resiste a su control soberano y su autoridad absoluta, esa parte de nosotros – la carne – que contiende contra él y trata de alejar sus manos. Esta es la parte de nuestra naturaleza que no puede ser redimida y que nunca se sujetará a la autoridad de Dios.
Dios prefiere usar los dones y las bendiciones que nos ha dado para su gloria, en lugar de quitárnoslos. Pero no podemos saber qué parte se quedará en el altar y qué parte se levantará del altar hasta que lo hayamos ofrecido todo sin reservas a Dios. Nosotros levantamos el cuchillo de la rendición total. Él escoge qué vive y qué muere. Esto es lo que significa ser un sacrificio vivo.
¿Ha experimentado usted esta rendición decidida? ¿Cuál afecto en su vida le está pidiendo Dios que entregue?
[1] Lucas 22:42.
[2] Romanos 12:1.
[3] Génesis 22:1.
[4] Génesis 22:2.
[5] Génesis 22:12.
[6] Salmo 51:16-17, énfasis agregado.
[7] Génesis 22:12, énfasis agregado.
(1) Dedique al menos treinta minutos durante la semana para repasar esta lección, incluyendo los pasajes de referencia, y pídale al Espíritu Santo que le hable y le revele su Palabra.
(2) Anote en su diario cualquier cambio específico que deba hacer en su vida, según el Señor se lo revele.
(3) Medite en al menos un salmo durante su tiempo devocional diario, y escriba en su diario lo que el salmista dice acerca de la naturaleza y el carácter de Dios.
(4) Escriba en su diario una oración personal relacionada con su crecimiento y transformación espiritual basada en lo que aprendió en esta lección.
(5) Practique usando la Guía de Oración Diaria del Dr. Brown en su tiempo de oración privada cada día.
(1) Mencione las cinco verdades esenciales para conocernos a nosotros mismos que estudiamos en esta lección.
(2) Anote cuatro manifestaciones del “yo” que se mencionaron en esta lección.
(3) ¿Cuáles son seis de las doce características de las personas quebrantadas?
(4) Explique en sus propias palabras por qué Jesús es un ejemplo de rendición decidida.
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