Repaso de la Lección 9
Repasen los puntos principales de la lección 9. Pregunte a los estudiantes quiénes desean compartir sus oraciones personales de la lección 9.
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by Tim Keep
Repasen los puntos principales de la lección 9. Pregunte a los estudiantes quiénes desean compartir sus oraciones personales de la lección 9.
Al finalizar esta lección, el estudiante deberá ser capaz de:
(1) Entender la importancia de la confesión, la sumisión y el servicio.
(2) Obtener sabiduría práctica para derrotar el pecado recurrente.
(3) Poner en práctica estas disciplinas.
Testimonio 1
«Yo me convertí a la edad de 17 años.[1] Tuve una maravillosa experiencia de conversión en el altar de la pequeña iglesia a la que asistía. Fue tan maravillosa que simplemente supe que no volvería a fallarle a Dios – de ninguna manera. Sin embargo, algunas semanas después le fallé, y fue como si una nube se hubiera posado sobre mi espíritu. Sentía que necesitaba volver al altar. Hablé con mi madre y le pregunté qué debía hacer. Ella me dijo, “Hijo, sólo haz un altar en tu corazón, confiesa tu falta a Dios y sigue adelante.” Así lo hice, y el sol de la seguridad volvió a brillar. Después de 40 años de vivir para el Señor, y de mucho estudio y capacitación, ¡he descubierto que muy pocas personas tienen la capacidad de dar una respuesta tan práctica y sencilla al problema del pecado!»
Testimonio 2
«Desde temprana edad manifesté habilidad en el arte de la hipocresía.[2] Mis padres estaban involucrados en el ministerio de la música; siendo un niño pequeño, aprendí a decir las cosas correctas, a cantar las canciones correctas y a levantar las manos en los momentos correctos. Hice profesión de fe durante mis años de secundaria y universidad, incluyendo cuatro años en un instituto bíblico. Sin embargo, hay una diferencia entre profesar la salvación y poseer la salvación. Aunque la mayoría de la gente, incluyendo a mis amigos cercanos, pensaban que yo era cristiano, yo sabía que todo era una actuación. Yo vivía una vida secreta de pecado, a espaldas de mis amigos y mi familia. Durante ese tiempo estuve involucrado en el ministerio. En ocasiones le pedía perdón a Dios y le decía que iba a ser mejor y a tratar de arreglar mi vida. Tan sólo días o semanas después de hacer esa oración, volvía otra vez a mi vida de pecado.»
«En marzo de 1999, mientras conducía a una reunión de avivamiento en la que tenía que dirigir la música, por fin toqué fondo. En ese viaje de 45 minutos, Dios me reveló la profundidad de mi pecado y detesté lo que vi. Clamé a Dios y le dije que creía que no podía ser cristiano. Le dije que estaba cansado de tratar de cambiar y siempre fallar. Todavía recuerdo las palabras que oré en ese momento: “Dios, no sé si me vas a salvar o no, ¡pero ya estoy cansado de fingir!” En un instante, Dios hizo por mí lo que yo había tratado de hacer por mí mismo muchas veces: ¡Él me salvó! No quedó duda en mi mente de que Dios había hecho la obra. Desde entonces mi vida no volvió a ser la misma.»
«Durante los primeros años después de mi conversión, Dios me dio oportunidades para servirle en el ministerio, y por su gracia me usó para su gloria. Sin embargo, tenía temor de dejar que las personas vieran mi verdadero yo. Temía que si llegaban a enterarse de la clase de persona que había sido, no querrían escuchar ni una palabra de mí o buscarían la manera de desacreditar mi ministerio. Aunque había confesado mi pecado verticalmente a Dios, lo último que quería hacer era confesarlo horizontalmente a alguien más.»
«Una mañana de marzo de 2006, durante mi tiempo devocional personal, Dios habló claramente a mi corazón y me dijo que tenía que confesar mi pasado. Durante más de una semana luché con la idea de hablar sobre mi antigua forma de vivir. Finalmente, un martes por la mañana, llamé a quien había sido el presidente del instituto bíblico donde estudié y le compartí mi historia, confesé mi hipocresía, y pedí perdón. No recuerdo exactamente lo que me respondió; lo que sí recuerdo es la sensación de que un gran peso se me quitaba de encima. ¡Era libre!»
Estas dos historias aportan nociones útiles para una vida victoriosa. El testimonio del Dr. Avery les enseña a los creyentes jóvenes cómo manejar el fracaso mientras aprenden a caminar con el Señor:
Valoro la sencillez de estas palabras, ¿y usted? Con mucha frecuencia hacemos la vida cristiana demasiado complicada.
Pero, ¿qué sucede con las luchas persistentes, los pecados recurrentes y el sentido de vergüenza que nos ata? El testimonio de confesión del Pastor Keith es un ejemplo de cómo las disciplinas espirituales pueden librarnos de problemas profundamente arraigados en nuestra vida espiritual.
[1] Del Dr. Michael Avery
[2] Del pastor Keith Waggoner
La práctica de las disciplinas espirituales, junto con el ministerio del Espíritu Santo, provee el entrenamiento para una vida victoriosa. Estas disciplinas son absolutamente esenciales para dejar atrás la vida cristiana nominal, tibia y en constante derrota. Cada generación de cristianos fieles lo ha demostrado.
Hemos estado estudiando el importante lugar que ocupan las disciplinas espirituales en la vida de cada creyente. Estas disciplinas fueron importantes en la vida de Jesús, y si queremos ser formados a su imagen, también deben ocupar un lugar cada vez más importante en nuestra vida.
También hemos aprendido que estas disciplinas espirituales combaten contra el mundo, la carne y el diablo; que son un medio de gracia a través del cual somos equipados para la batalla; que nos permiten experimentar un mayor disfrute de Dios; y que son un medio de gracia para transformar discípulos ordinarios a la imagen de Cristo.
En esta lección vamos a explorar brevemente otras de las disciplinas espirituales clásicas y buscaremos formas prácticas para incorporarlas en nuestro caminar con Dios.[1]
[1] Para estas lecciones sobre las disciplinas espirituales me he basado ampliamente en el libro de Richard Foster, Celebración de la Disciplina, así como en un folleto muy útil del Dr. Dan Glick, Disciplinas de Gracia, y en el libro Soul Shaper de Keith Drury.
«Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados (Santiago 5:16a).»
De acuerdo con Jesús, la práctica de confesar nuestras faltas a Dios en oración privada es una forma de recibir perdón continuo.[1] Pero el Espíritu Santo también nos enseña que confesar nuestras faltas unos a otros es un medio de sanidad espiritual. Santiago parece enseñar que la sanidad espiritual en ocasiones también produce sanidad física.
Definición de la disciplina de la confesión
La disciplina de la confesión consiste en admitir humildemente ante otra persona faltas espirituales específicas (pecados) y áreas que no reflejan la semejanza de Cristo, como un medio para recibir sanidad espiritual.[2] La confesión ante otros creyentes es particularmente necesaria en áreas de pecado recurrente y cuando hay un sentimiento de culpa y vergüenza que simplemente no desaparece. Aunque el perdón viene a través de la confesión a Dios, muchos creyentes han descubierto que la confesión ante otro miembro del cuerpo de Cristo es un paso de humildad hacia la liberación.
► Lean Santiago 5:16. Observen la relación entre la confesión y la sanidad.
Desacuerdos en cuanto al “pecado” y la confesión
La práctica bíblica de la confesión hace que algunos cristianos se sientan incómodos, porque parece descartar la vida de santidad y un caminar victorioso con Dios. Algunos podrían preguntar, ¿cómo puede alguien decir que vive una vida santa cuando aún tiene cosas que confesar? Una de las áreas centrales de controversia tiene que ver con cómo distintos maestros cristianos definen el pecado.
Algunos cristianos tienden a definir el pecado de una manera muy amplia, como cualquier incumplimiento de la justicia perfecta de Dios. En esta definición por lo general no se incluyen las distinciones bíblicas entre pecados premeditados, pecados deliberados, pecados en los que un creyente cae de forma repentina (debido a la debilidad espiritual), y actitudes y afectos opuestos a la semejanza de Cristo. Otros cristianos definen el pecado de una manera muy restringida, como una transgresión consciente y deliberada contra la ley de Dios, y nada más. Ambos extremos tienden a ignorar las preocupaciones de la vida real que inquietan a los cristianos sinceros.
Por una parte, si creemos que la rebelión deliberada es lo mismo que un tropiezo espiritual o una actitud opuesta a la semejanza de Cristo, podríamos tomar a la ligera el pecado habitual y deliberado, el cual la Biblia dice que los verdaderos cristianos “no pueden” cometer.[3] “Todos somos pecadores,” dicen algunos, sin hacer distinciones de ningún tipo.
Por otra parte, al limitar la definición de pecado a las violaciones flagrantes de la ley de Dios, muchos cristianos han llegado a considerarse justos por sus propios méritos. Se han vuelto insensibles a cuán graves son para el Espíritu Santo ciertos “pecados” – los pensamientos impuros, el juzgar a los demás, la actitud de queja constante, la falta de oración, el engaño, el ignorar la guía del Espíritu, la intolerancia, la arrogancia, entre otros. Justifican este tipo de actitudes y comportamientos porque los ven simplemente como errores o debilidades humanas, no como pecados.
No deberíamos preocuparnos tanto por las definiciones de pecado como por los problemas reales en nuestra vida y nuestro carácter que se interponen entre nosotros y Dios, y afectan negativamente nuestra relación con otras personas. Recuerde, el propósito de Dios en la redención es conformarnos a la imagen de su Hijo.
Debemos permitir que la Palabra de Dios moldee nuestro entendimiento de lo malo, así como nuestro estándar de lo que es correcto.
Algunas de las formas en que la Biblia describe el pecado[4]
Así como los pueblos esquimales de América del Norte tienen al menos cinco palabras diferentes para describir la nieve, la Biblia define y describe el pecado en varias formas.
► Consideren y comenten cada una de las siguientes referencias.
Las distintas descripciones de pecado en la Biblia deberían hacernos humildes y conscientes de nuestra constante necesidad de la sangre redentora de Jesús. Deberían recordarnos que Jesús murió y resucitó – no sólo para expiar el pecado deliberado, sino también cada pensamiento, palabra y acción que causa dolor y que no glorifica a Dios. Deberían recordarnos que sin importar cuán lejos hemos avanzado en nuestro caminar con el Señor, necesitamos a Jesús constantemente como nuestro abogado: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.”[16]
El Dr. Mike Avery escribe, “Los cristianos no practican el pecado. Sin embargo, hasta que lleguemos al cielo, siempre existirá la posibilidad de pecar. De hecho, hay una clara probabilidad de que el algún momento en el camino usted va a pecar y va a necesitar ser perdonado. Es por eso que se escribió 1 Juan 2:1-2.”[17] Richard Taylor dice, “Sería más santo llamar a nuestros fracasos en la vida cristiana pecados, en completa humildad y honestidad, pedir perdón y aprender de nuestros tropiezos. Jamás aprendemos de los fracasos que no reconocemos.”[18]
Consejo Pastoral Práctico con Respecto al Pecado
Nunca minimice su pecado – “¡Ah, eso no tiene importancia!”
Nunca maximice su pecado – ¿Cómo? Creyentes concienzudos pueden negarse a arrepentirse y seguir adelante – no pueden perdonarse a sí mismos y dejan que su pecado los atormente.
Nunca justifique su pecado debido a las circunstancias.
La forma como los creyentes enfrentan su pecado dice mucho de ellos y de su madurez. Un cristiano sincero y maduro no juega con las palabras; rápidamente reconoce su falta, se arrepiente, halla gracia, hace restitución de ser necesario y sigue adelante. Un cristiano inmaduro o carnal lucha con Dios, se justifica a sí mismo, y quizás hasta niegue su pecado. Este es el colmo del orgullo religioso. Recuerde que Dios resiste al orgulloso pero da gracia al humilde.
Tres posibilidades:
Primero, podemos encubrir el pecado y sufrir las consecuencias. “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13).
Segundo, podemos confesar el pecado y recibir sanidad. De acuerdo con Santiago 5:16, la confesión trae sanidad. Quien confiesa su pecado encuentra la libertad que quien lo niega no tiene.
Tercero, podemos conquistar el pecado por gracia. Por gracia podemos vivir por encima de todo pecado deliberado – ¡una vida victoriosa en dependencia de la gracia de Cristo por medio del poder del Espíritu Santo!
El poder de la confesión
La confesión del pecado a un hermano o hermana de confianza es un arma poderosa contra el pecado y la tentación.
(1) La confesión hace que la tentación pierda su poder.
Las batallas que peleamos en secreto son las más difíciles de ganar, y la tentación es más fuerte cuando estamos solos y aislados. ¿Hacia cuál pecado lo está incitando Satanás? ¿Cuáles actitudes pecaminosas podrían crecer en su corazón si usted no las expone a la luz? La confesión provee fortaleza, consuelo y consejo de un amigo espiritual en medio de mi batalla, y hace la victoria mucho más probable.[19] Muchas familias colocan postes de luz afuera de sus casas como disuasivo para posibles intrusos. La confesión es un disuasivo para el pecado porque pone nuestras tentaciones donde alguien más puede verlas y ayudarnos a combatirlas.
(2) La confesión le da un golpe contundente a nuestro mayor enemigo – el orgullo.
La tendencia a proteger nuestra imagen está presente en todos nosotros. Queremos que las personas piensen bien de nosotros y por lo tanto, nos sentimos tentados a ponernos una máscara y pretender que somos alguien que en realidad no somos. El humillante acto de la confesión desarraiga la hipocresía y prepara el terreno de nuestro corazón para una cosecha de justicia.[20]
(3) La confesión libera nuestra conciencia de culpa y trae como resultado la seguridad del perdón.
Sabemos que sólo Dios puede perdonar. Sin embargo, como miembros del cuerpo de Cristo, hemos sido designados para ser sus representantes en la tierra, por medio de su Espíritu que habita en nosotros. Cuando nos perdonamos unos a otros por medio del Espíritu Santo, se libera la gracia sanadora de Dios. Cuando hermanos y hermanas llenos del Espíritu Santo hablan palabras de misericordia unos a otros, es como si Jesús mismo hablara esas palabras. Nos liberamos unos a otros. En este sentido, desatamos en la tierra lo que ha sido desatado en el cielo.[21]
Bajo el pacto del Antiguo Testamento, los sacerdotes eran los representantes humanos de Dios, quienes afirmaban la gracia perdonadora y restauradora de Dios para con los hombres. Estos sacerdotes no sólo ofrecían sacrificios y oraciones, sino que además eran los agentes humanos de Dios, con autoridad para declarar a su pueblo ceremonialmente limpio y perdonado.[22] Por ejemplo, cuando un leproso era sanado de su lepra – una enfermedad que lo hacía no apto para la adoración y la comunión – tenía que presentarse ante los sacerdotes para una confirmación de la sanidad. Los sacerdotes de Dios eran sus representantes humanos, con autoridad para restaurar a una persona a la comunión.
► Después de que Jesús sanó milagrosamente a los diez leprosos en Lucas 17:14, ¿qué les ordenó que hicieran?[23] ¿Por qué les dijo que hicieran eso? Este pasaje ilustra la verdad de que Dios pocas veces actúa al margen de su iglesia, sino que derrama su gracia a través de ella.
El Nuevo Testamento enseña el sacerdocio de los creyentes. Como sacerdotes, llenos del Espíritu Santo, no sólo ofrecemos sacrificios espirituales aceptables delante Dios,[24] sino que además representamos el amor de Dios unos a otros. Cuando damos amor perdonador, es como si Dios extendiera su amor perdonador. Cuando por medio del Espíritu discernimos el quebrantamiento y arrepentimiento verdadero de otro creyente y le decimos, “Dios te perdona y yo te perdono,” la gracia sanadora se derrama en su corazón, liberándolo de los sentimientos de culpa y vergüenza. Lo mismo nos sucede a nosotros cuando practicamos la confesión. Cualquiera que haya experimentado esto puede testificar de la asombrosa autoridad que Dios le ha dado a su iglesia para administrar la gracia sanadora.
Consejos para practicar la confesión
► Reflexionen juntos en la disciplina de la confesión. ¿Cuáles de los puntos anteriores les parecen útiles? ¿Hay partes de esta enseñanza que parecen confusas? Dediquen algunos minutos para la reflexión personal también.
[1] Mateo 6:12.
[2] Drury, 83.
[3] 1 Juan 3:8-9.
[4] Tomado de notas aportadas por el Dr. Mike Avery.
[5] Santiago 4:17.
[6] 1 Juan 3:4.
[7] Romanos 14:22-23.
[8] Levítico 4:2, 22.
[9] 1 Juan 2:1-2.
[10] 1 Juan 3:4-9.
[11] Gálatas 2:11-21.
[12] Efesios 4:30.
[13] Números 11:1, 4.
[14] Término usado por el Dr. John Oswalt.
[15] Gálatas 6:1.
[16] 1 Juan 2:1.
[17] Notas tomadas de su serie sobre formación espiritual, Going Deep (Profundizando).
[18] God’s Revivalist, 2001.
[19] Proverbios 11:14; 17:17; 27:17; Eclesiastés 4:9.
[20] Proverbios 28:13.
[21] Mateo 16:19; 18:18; 20:23.
[22] Levítico 13:23.
[23] Lucas 17:14.
[24] 1 Pedro 2:5.
[25] Drury, 93.
[26] Ídem, 92.
[27]“Sería más sano darle al término ‘pecado’ cierta flexibilidad, sin llegar al extremo de olvidar 1 Juan 3:9, donde se descarta el pecado habitual. Una persona justa no peca “en pensamiento, palabra y acción cada día.” Sin embargo, puede tropezar ocasionalmente y necesitar arrepentimiento y perdón.”
– Richard S. Taylor
[28] “Cualquier cosa que debilite su razón, disminuya la sensibilidad de su conciencia, oscurezca su sentido de Dios, o le robe el disfrute de las cosas espirituales; en pocas palabras, cualquier cosa que aumente la fuerza y la autoridad de su cuerpo sobre su mente, eso es pecado para usted, sin importar cuán inocente pueda ser.”
– Susana Wesley
«Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes (1 Pedro 5:5).»
Ninguna disciplina es más importante que la disciplina de la sumisión, aunque presenta algunos desafíos que a menudo se han malinterpretado y han sido objeto de abusos. (En esta sección vamos a identificar brevemente algunos de estos desafíos, abusos y malas interpretaciones.)
Definición bíblica de la disciplina de la sumisión
Richard Foster define la disciplina de la sumisión como “la capacidad de soltar la pesada carga de tener que salirnos siempre con la nuestra.”[1] Esta disciplina sigue el ejemplo de Jesús, quien se despojó a sí mismo, tomó forma de siervo, y se hizo obediente hasta la muerte.[2]
► Lean atentamente los siguientes versículos. Subrayen todas las palabras relacionadas con la sumisión.
¡Estos versículos no dejan a nadie por fuera! La sumisión es una disciplina para todos: “siervos,” “hermanos,” “unos a otros,” “esposas,” “hijos,” “jóvenes,” “todos.” La Biblia nos llama a someternos a Dios, a los reyes y gobernantes, a los líderes espirituales, a esposos, padres, amos, y unos a otros.
La sumisión es un acto de obediencia.
Pablo dice, “De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.”[3] La sumisión a la autoridad es ordenada por el Espíritu Santo. Quizás una de las mayores lecciones que podríamos aprender es a someternos sólo porque Dios lo dice. Esto es sumisión a la Palabra de Dios.
La sumisión es una acción y también una actitud.
La sumisión involucra más que sólo actos de sumisión; también requiere una actitud sumisa. Externamente podemos hacer lo que otros nos piden, al tiempo que internamente albergamos resentimiento y enojo hacia ellos. Recuerdo la historia del niño que estaba comportándose mal. Su madre le dijo que sentara, y él lo hizo. Pero alguien lo escuchó decir, “¡Por fuera estoy sentado, pero por dentro estoy de pie!” Dios quiere que seamos personas que obedecen tanto interna como externamente.
La sumisión a la autoridad ordenada por Dios es un acto de confianza.
En primer lugar, es un acto que testifica de nuestra confianza en las decisiones soberanas de Dios. Pablo nos exhorta a someternos “a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas.”[4] Si en verdad creemos que Dios es soberano y que en última instancia él está en control de quiénes son elegidos en puestos de autoridad, quién es mi profesor o mi supervisor, quiénes son mis padres, quién es mi esposo, o quién obtiene el puesto, la sumisión viene a ser un testimonio de fe en su sabiduría.
Recuerde, Pablo vivía bajo el gobierno de crueles dictadores romanos; aun así, él no justificaba la rebelión. Él sabía que Dios es soberano. Siglos antes de Pablo, Dios le había dicho a Nabucodonosor, a través de Daniel, que “el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y… lo da a quien él quiere.”[5] Confíe en que Dios es soberano.
En segundo lugar, la sumisión es un acto de confianza en el poder de Dios para cambiar el corazón de nuestro líder. Cuando no nos gustan las decisiones que se están tomando y no hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas, podemos orar la promesa, “Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina.”[6] He escuchado a esposas dar testimonio de que cuando dejaron de pelear con sus esposos y empezaron a orar por ellos y a mostrarles respeto, ¡Dios empezó a cambiar el corazón de ellos!
La sumisión puede ser un acto de adoración.
Hacer de Cristo el enfoque de nuestra sumisión nos libera del temor. Así exhorta Pablo a la iglesia de Éfeso: “Las casadas estén sujetas… como al Señor,” “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres,” “Siervos, obedeced a vuestros amos… como a Cristo.” Es como si al escribir estas palabras Pablo está consciente de la dificultad de lo que está pidiendo. Él sabe bien cuán imperfectos son los líderes humanos, así que dice, “Dejen de ver a los líderes y sus defectos, y pongan su mirada en aquel que es perfecto y que está por encima de ellos, en aquel que los designó. ¡Háganlo por él! ¡Háganlo por reverencia a él! Hagan de la sumisión a los líderes terrenales imperfectos un acto de adoración a aquel que nunca falla ni se equivoca.”
► En los versículos que leímos anteriormente, note cómo la mayoría de las exhortaciones a la sumisión están seguidas por expresiones como “por causa del Señor,” “como a Cristo,” “en el temor del Señor,” “como al Señor,” etc. ¿Cómo cree que cambiaría su actitud hacia la sumisión si hiciera del Señor el enfoque de su sumisión en lugar de su esposo, su jefe, su maestro o su pastor?
Todos tenemos que servir a líderes y trabajar para personas que en ocasiones pueden ser difíciles. La clave para la libertad es hacer de la sumisión un acto de adoración. Es orar de esta manera: Jesús, este líder que has puesto en autoridad sobre mí tiene muchos defectos, ¡pero por ti me voy a someter! Veo sus debilidades, pero no voy a usar sus debilidades como excusa para criticarlo abiertamente o para albergar una actitud de rebelión. Voy a poner mi mirada en ti, Señor, y no en él, y a adorarte a ti por tu sabiduría en esta elección que has hecho para mí. Tú sabes lo que es mejor para mí, para mi familia y para mi país. Tú conoces cuáles son tus propósitos en el futuro. Por lo tanto, no me rebelaré contra tu voluntad, sino que me someteré a tu plan soberano.
Por supuesto, lo anterior no significa que seamos pasivos, que no oremos o trabajemos por un cambio, o que no hagamos nuestra parte para traer justicia. Pero sí significa que todos nuestros esfuerzos deben estar arraigados en la fe y la confianza en que Dios está en control de nuestra vida y nuestro mundo.
Pedro escribió estas palabras a los esclavos: “Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar… porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.”[7] Estas no son palabras fáciles de escuchar hoy en día, pero debemos escucharlas.
La Biblia enseña una sumisión mutua entre los cristianos.
La Biblia habla claramente de la sumisión a las autoridades ordenadas por Dios, pero también de someternos mutuamente unos a otros, como miembros del cuerpo de Cristo, llenos del Espíritu Santo. Por lo general cuando se enseña sobre la sumisión, se exhorta solamente a esposas e hijos. Pero la Biblia también enfatiza la mutua sumisión de los creyentes entre sí. “Todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad.”[8] Someternos unos a otros significa aprender a ceder nuestros derechos, a responder a las necesidades de los demás, a escuchar las opiniones de los demás, a sacrificarnos para mantener la paz y la armonía. Esta es una de las disciplinas más difíciles de aprender para estudiantes universitarios, niños, cónyuges y miembros de iglesias. ¡Pero hay libertad al aprenderla!
Los líderes que Dios ha puesto en el hogar, la iglesia y el gobierno deben ejercer su autoridad, pero “no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado.”[9] Jamás debemos usar la autoridad para herir, sino para ayudar. El evangelio levanta y dignifica a cada miembro del cuerpo de Cristo, y por lo tanto, hay formas en las que todos nos sometemos unos a otros. Las esposas deben someterse a sus esposos, pero los esposos deben amar y servir a sus esposas según el ejemplo de Cristo. Los miembros de la iglesia deben someterse a los líderes de la iglesia, pero a éstos Dios les dice, “Apacentad la grey… que está entre vosotros, cuidando de ella... no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.”[10] Cuando cada creyente se viste de humildad, aceptando el lugar que Dios le ha dado en el cuerpo y sirviendo con gozo a los demás, la sumisión es una experiencia de bendición. La sumisión permanece como rasgo saludable del cuerpo de Cristo cuando los creyentes están llenos de amor y vestidos de humildad.
La sumisión es esencial para la madurez espiritual.
Ninguno que no sea capaz de someterse a la autoridad o subordinar sus deseos y opiniones a los de alguien más será formado a la imagen de Cristo. No vamos a liderar hasta que aprendamos a seguir. Nunca se nos confiará una posición de autoridad hasta que aprendamos a obedecer órdenes.
Esta falta de sujeción unos a otros y de disposición a ceder nuestros derechos es la causa principal de muchos conflictos en el hogar, la escuela, el trabajo, la sociedad y la iglesia local. La sumisión a la autoridad es la forma de Dios de protegernos, prosperarnos, unirnos y formar a Cristo en nosotros.
Nunca olvidaré la decepción y la indignación que sentí una mañana de lunes, siendo profesor en las Filipinas. Unos días antes, les había asignado a los estudiantes que estaban prontos a graduarse un sencillo pero importante trabajo final. Les dije claramente que debían entregar el trabajo el lunes por la mañana, que cada estudiante debía estar presente, y que ese trabajo era un requisito para graduarse. Para mi sorpresa, cuando llegué el lunes al salón de clase, me enteré de que tres de nuestros estudiantes habían decidido faltar a la clase y no hacer el trabajo. Supe que su ausencia era una protesta contra lo que creían que era una asignación “estúpida.”
Salí del aula y me dirigí al dormitorio de los varones, y encontré a esos tres estudiantes en uno de los dormitorios riendo y pasando un buen rato. Ellos pensaban que eran inteligentes. Pensaban que podían hacer lo que quisieran sin ninguna consecuencia. Pensaban que la asignación no tenía importancia y que no tenían que hacerla. ¡Pronto se dieron cuenta de que estaban equivocados! Fui muy duro con ellos porque sabía que no estarían preparados para liderar el rebaño de Dios hasta que aprendieran a seguir a un pastor. Los tres jóvenes aceptaron mi disciplina, y años después me lo agradecieron. Dos de ellos son pastores actualmente.
Los límites de la sumisión – ¿Cuándo se vuelve destructiva la sumisión?
Hay ocasiones cuando la sumisión se torna destructiva y puede incluso ser necesario negarse a ella. Los siguientes son algunos lineamientos para comentar:
(1) La sumisión se vuelve destructiva cuando se torna demandante y abusiva.
Aléjese de los líderes que demandan lealtad a ciegas y subordinación sin cuestionar. “¡Sólo haz lo que te digo y no hagas preguntas!” Este es el lenguaje del abuso, especialmente cuando se dirige a un adulto. Muchos hoy en día han sido heridos por esta clase de abuso. La sumisión no significa que nunca expresemos nuestra opinión, confrontemos problemas, o abordemos temas controversiales. Esto se puede hacer con un espíritu de sumisión respetuosa.
La sumisión, al igual que el amor, es un regalo que nos damos unos a otros por reverencia a Cristo. Es un líder débil aquel que tiene que exigir sumisión. Cuando nuestra autoridad viene de Dios, no necesitamos exigirla. Dios defiende a sus líderes. Dios pelea sus batallas. Dios les concede la autoridad espiritual que otros seguirán voluntariamente.
Aarón y María aprendieron de la forma difícil que Dios defiende al líder humilde. Justificaron su rebelión contra el liderazgo de Moisés por los defectos que vieron en su familia.[11] Su insurrección empezó porque no les agradaba la esposa de Moisés, y eso los llevó a cuestionar el liderazgo de Moisés. “¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?” Moisés enfrentó este problema guardando silencio y permitiendo que Dios se hiciera cargo.[12]
(2) La sumisión se vuelve destructiva cuando se convierte en un medio para encubrir el pecado de alguien más.
En Hechos 16:37, Pablo se negó a obedecer una orden porque ésta tenía como propósito encubrir un pecado. Si alguna autoridad nos exige ocultar su pecado o participar en un su pecado, tenemos el derecho y la obligación de rehusar la sumisión.
(3) La sumisión se vuelve destructiva cuando la sumisión a las leyes humanas conduce a una violación de la Palabra de Dios.
Cuando los oficiales del Sanedrín les exigieron a Pedro y a Juan que no enseñaran o hablaran más en el nombre de Jesús, ellos respetuosamente respondieron, “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.”[13]
Los límites de la sumisión no siempre son fáciles de determinar.
Siempre es difícil enseñar sobre este tema porque involucra las relaciones humanas, y las relaciones son complicadas por causa del pecado. Los seres humanos están llenos de defectos, incluyendo a presidentes, dictadores, esposos, gerentes, etc. ¿Debería un ciudadano someterse a la autoridad de un gobierno corrupto? ¿Debería un empleado tratar respetuosamente a su jefe aunque no merezca respeto? Richard Foster nos da un consejo muy sabio sobre este tema:
«Algunas veces los límites de la sumisión son fáciles de determinar. Una esposa a la que se le ordena castigar a un niño de manera irrazonable. Un niño al que se le pide ayudar a un adulto en una práctica ilegal. Un ciudadano al que se le pide violar los mandatos de la Biblia y su propia conciencia por el bien del Estado (el gobierno). En cada caso, el discípulo se rehúsa, no con arrogancia, sino en un espíritu de humildad y sumisión.»
«A menudo los límites de la sumisión son extremadamente difíciles de definir. ¿Qué podemos decir en el caso del cónyuge que se siente reprimido y privado de la realización personal debido a la carrera profesional de su pareja? ¿Es ésta una forma legítima de auto-negación, o es destructiva? ¿Y en el caso del maestro que califica a un estudiante injustamente? ¿Debería el estudiante someterse o resistir? ¿Y el patrono que asciende a sus empleados con base en el favoritismo? ¿Qué debería hacer el empleado que no es promovido, especialmente si el ascenso es necesario para el bienestar de su familia?»
«Estas son preguntas complicadas, simplemente porque las relaciones humanas son complicadas. Son preguntas que no aceptan respuestas simplistas. No hay tal cosa como una ley de sumisión que abarque cada situación. Debemos ser sumamente escépticos ante cualquier ley que pretenda manejar toda circunstancia…»
«Para definir los límites de la sumisión, debemos estar en profunda dependencia del Espíritu Santo.»[14]
► Dediquen unos minutos a conversar sobre los límites de la sumisión. Quizás haya límites que ustedes añadirían, o testimonios que podrían compartir en relación con los peligros de la sumisión a ciegas.
Consejos para la práctica de la sumisión
[1] Foster, 111.
[2] Filipenses 2:7-8.
[3] Romanos 13:2.
[4] Ídem.
[5] Daniel 4:25.
[6] Proverbios 21:1.
[7] 1 Pedro 2:18, 21.
[8] 1 Pedro 5:5 (énfasis agregado).
[9] 1 Pedro 5:2-3.
[10] Ídem.
[11] Números 12:1-2.
[12] Números 12:3.
[13] Hechos 4:19b-20.
[14] Taylor, 121.
[15]“La disciplina del servicio nos capacita para decir “¡NO!” a los juegos de ascenso y autoridad del mundo.”
– Richard Foster
«Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas… mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve.»[1]
La disciplina del servicio nos entrena en una humildad más profunda, más semejante a la de Cristo. La envidia es uno de los pecados más nocivos arraigados en el corazón humano, y lo vemos incluso entre pastores, maestros, músicos y creyentes ordinarios en la iglesia global. Muchas veces no estamos conscientes de su presencia letal en medio nuestro. ¿Se siente usted herido cuando no recibe el reconocimiento o el honor que piensa que merece? ¿Se siente resentido cuando otros reciben el crédito por el trabajo que usted hizo? ¿Le es difícil alegrarse por el éxito de otros? ¿Se alegra en secreto por los fracasos de los demás? ¿Se siente inseguro cuando otros reciben elogios? Cuando observa el trabajo de otros, ¿alberga el pensamiento de que usted podría hacerlo mejor? La disciplina del servicio nos lleva de vuelta a Jesús, el modelo perfecto de humildad en el servicio.
Todos nosotros hemos sido tentados en cierto grado en esta área. Hemos sido tentados a envidiar la vida que otros tienen y que nos parece mejor que la nuestra. Hemos sido tentados a codiciar el trabajo, el reconocimiento, la ropa, la congregación y el estilo de vida de otros. Nuestro impulso competitivo y nuestro deseo de sobresalir sólo pueden ser eliminados de nuestra naturaleza por Pentecostés, por el fuego consumidor del Espíritu Santo.[2] Y aún después de Pentecostés, debemos cultivar la actitud humilde Cristo – la actitud de siervo.
Definición de la disciplina del servicio
La disciplina del servicio consiste en cultivar la mentalidad y las acciones de un siervo en cada etapa de la vida. Jesús define lo que es un siervo. Él era más grande que cualquier otro, dio más que cualquier otro y se humilló a sí mismo más que cualquier otro.
► Lean juntos Filipenses 2:5-11.
Filipenses nos enseña que la vida de un siervo empieza con tener la mentalidad de un siervo.
(1) Un siervo se caracteriza por la humildad, no por la auto-promoción.
Jesús existía “en forma de Dios” (v. 6a). Jesús poseía los “atributos esenciales de la deidad.”[3] Hebreos dice, “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es.”[4] Jesús dijo, “Yo y el Padre uno somos,” y “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre… ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?”[5]
Pero Jesús “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (v. 6b). Todo lo que Dios es, Jesús lo es; y sin embargo, Jesús no se aferró a ello. En todo sentido, Jesús es igual a Dios. Él mismo afirmó esta igualdad y por eso los judíos lo odiaban: “Tú, siendo hombre, te haces Dios.”[6] Y Tomás lo adoró diciendo, “¡Señor mío, y Dios mío!”[7] El autor de Hebreos describió a Jesús como “la fiel imagen” de Dios, expresión que hace referencia a un grabado en madera o metal, o a una impresión en arcilla o en una moneda. ¡Jesús es Dios hecho carne!
Jesús “se despojó a sí mismo” (7a). Las palabras “se despojó” vienen del término griego “kenosis,” que significa “vaciarse” o “hacer a un lado.” Esto significa que Jesucristo nunca renunció a su deidad, sino que por un tiempo hizo a un lado los derechos y privilegios de su naturaleza divina. Aunque Jesucristo nunca renunció a su deidad, por un tiempo eligió hacer a un lado su vestidura real y ponerse los harapos de humanidad. Juan Wesley dijo, “Aunque seguía lleno,[8] apareció como si se hubiera vaciado; porque ocultó su plenitud de la mirada de los hombres y los ángeles.”
La esencia y la identidad de Jesús jamás cambiaron; pero para el propósito redentor, Jesús estuvo dispuesto a hacer a un lado su distinción, su honor y su reputación, para hacerse débil e indefenso, y para parecer común, ordinario y desfavorecido. En esto consiste el corazón de un siervo y nuestro ejemplo a seguir.
Cuando contemplo lo que nuestro Señor hizo a un lado, me veo obligado a ver lo absurdo de las cosas a las que me he aferrado y protegido como mi derecho. ¿No estamos a menudo más preocupados por lo que la gente piensa de nosotros – nuestra reputación o sentido de aprobación – que por hacer lo que es correcto? Señor, ¡haz que la actitud humilde de Jesús esté en nosotros! La manera de pensar de Jesús es una fuerte reprimenda a la ambición egoísta en todas sus manifestaciones.
(2) Un verdadero siervo se caracteriza por su completa devoción a la voluntad de su amo.
Jesús tomó “forma de siervo” (7b). Ser un siervo significaba estar en la condición de vida más baja. Un siervo vivía únicamente para hacer la voluntad de su amo.
Cuando Jesús empezó su ministerio, rindió su voluntad a la voluntad de su Padre y escogió vivir una vida de humilde dependencia. No pensó en términos de promoción personal ni de cuánto iba a ganar. La mentalidad de siervo es aquella de un mayordomo cuyo éxito se encuentra en ocuparse de las cosas que agradan a su amo.
Tenga cuidado de pensar del mismo modo que nuestro hijo Timothy, cuando era un niño de siete años. Yo tenía que salir por unas horas y antes de irme le dije, “Hijo, papá va a regresar en un par de horas, y cuando vuelva, tu habitación debe estar limpia.” “¡Sí, papá!” dijo él alegremente. Cuando regresé, me recibió con una gran sonrisa y dijo, “Mira papá, ¡lavé todos los platos que estaban en el fregadero!” “Eso está muy bien,” le respondí. “¿También limpiaste tu habitación?” Entonces Timothy agachó su cabeza y su sonrisa desapareció. “Eh… no, papá.” “Entonces, ya sabes la consecuencia de desobedecer,” le dije tristemente. Y corregí a mi hijo porque eligió obedecer a su manera, haciendo de su “sacrificio” nada menos que un acto egoísta de rebelión. Otros podrían haber aplaudido su iniciativa, pero yo sabía cuál había sido su verdadera intención. Esta historia nos recuerda que incluso la perseverancia más heroica en nuestros propósitos egoístas es rebelión contra Dios. Un siervo hace la voluntad de su amo.
(3) Un verdadero siervo está dispuesto a compartir las debilidades de aquellos a los que ha sido llamado a servir.
Pablo enseña que Jesús se hizo “semejante a los hombres” y asumió “la condición de hombre” (7b-8a). Esto significa que Jesús asumió todos los atributos esenciales de la humanidad. En Cristo, Dios descendió de su gloria eterna para verse como uno de nosotros, para experimentar nuestro dolor, para sufrir como nosotros sufrimos y para ser tentado al igual que nosotros. ¿Por qué lo hizo? ¡Por amor![9] ¡Para ser nuestro sustituto! Para compadecerse de nuestras debilidades:
En Jesús, Dios se hizo plenamente humano. Y la mente de Cristo es la disposición para compartir la pobreza, el hambre, la sed, el desamparo, el agotamiento, el enojo, la tristeza, el dolor físico, la traición, e incluso la desesperación emocional por el bien de otros. En el huerto de Getsemaní, el alma de Jesús estuvo “muy triste, hasta la muerte” para que pudiéramos experimentar la redención.[10] Él absorbió nuestros reproches y escarnios, nuestro odio, nuestra ira y nuestro orgullo. A pesar de ello, Jesús fue el hombre más gozoso que ha vivido sobre la tierra.[11] En esto consiste la mentalidad de un siervo. Y nosotros debemos tener esta misma mentalidad. ¿Es esto posible?
El servicio conforme al modelo de Cristo a través de la disciplina y del esfuerzo humano empoderado por la gracia de Dios
La humildad de Cristo era tan profunda, tan vasta; nosotros en cambio, somos tentados por el egoísmo. Las personas a las que hemos sido llamados a servir no sólo están necesitadas, sino que además a menudo son egoístas, groseras e ingratas, y muchas veces demuestran muy poca consideración hacia nuestro cansancio y nuestra necesidad de soledad. Muchas veces somos criticados. Nuestras conversaciones a menudo son interrumpidas y nuestro tiempo de descanso y recreación se acorta por sus demandas y emergencias. Sin la mente de Cristo, perdemos su ternura de corazón y su disposición gozosa; y nuestro ministerio empieza a caracterizarse más por la irritabilidad que por la humildad. Entonces, ¿cómo podemos recibir esta mentalidad?
(1) La mentalidad de un siervo se cultiva a través de la disciplina.
Pablo dice en Filipenses 2, “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.” Las palabras que él usa significan saborear, tener en alta estima, valorar una cosa muy por encima de otra. Esto es lo que cada creyente debe hacer. En la vida cotidiana, con todos sus desafíos, debemos escoger la manera de Jesús en lugar de la nuestra.
(2) La mentalidad de un siervo debe ser recibida humildemente.
No podemos producir la mentalidad de un siervo. Debemos permitir que el Espíritu Santo la produzca más y más en nosotros. Puesto que Cristo ahora habita en nosotros por su Espíritu, hay un sentido en el cual cada creyente ya tiene la mente de Cristo; pero debemos rendirnos a ella. Debemos elegir poseerla por gracia.
Cómo distinguir el servicio basado en la propia justicia del servicio verdadero [12]
|
Servicio Basado en la Propia Justicia |
Servicio Verdadero |
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Surge del esfuerzo humano. |
Surge de nuestra relación con Dios. |
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Lo impresionan los grandes proyectos. |
No hace distinción entre lo pequeño y lo grande. |
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Requiere recompensas externas. |
No le molesta el anonimato. |
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Se preocupa mucho por los resultados. |
No siente la necesidad de medir los resultados. |
|
Escoge a quién servir. |
Sirve a todos por igual. |
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Es afectado por los estados de ánimo. |
Se disciplina a sí mismo para atender las necesidades de los demás aunque sea difícil. |
|
Es temporal o pasajero. |
Es un estilo de vida. |
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Es insensible, e insiste en servir aun cuando no se le necesite. |
Puede hacerse a un lado cuando su servicio no es necesario. |
|
Daña al cuerpo de Cristo. |
Edifica a la comunidad. |
La recompensa de los siervos
Concluyo esta lección con una sentida carta que escribí hace algunos años para los pastores con los que habíamos tenido el privilegio de servir en las Filipinas. Hace referencia a muchos actos de servicio de los que fuimos testigos a lo largo de los años, demuestra las muchas formas en que los creyentes pueden servir unos a otros, y anticipa el día en que nuestro servicio será recompensado.
«Queridos hermanos, Muchos de ustedes, pastores y obreros, han ejemplificado de manera hermosa la mente de Cristo a nuestra familia, y hemos aprendido lecciones espirituales increíbles a través de su fe.»
«Hemos visto cómo cuidaron amorosa y pacientemente al niño discapacitado que jamás podrá darles las gracias; cuidaron de un cónyuge a través de largos períodos de enfermedad hasta que Dios hizo un milagro de sanidad; regresaron a servir a una congregación que los había herido; y le permitieron a Dios quebrantar su orgullo para luego levantarlos a un lugar de autoridad espiritual. Al hacer todas estas cosas, demostraron la mente de Cristo.»
«Han devuelto bien por mal, han trabajado fielmente con poco reconocimiento o aprecio, han cuidado de las viudas e indigentes en sus comunidades, han servido al Señor gozosamente aun sin el amor y el apoyo de un compañero, han permitido que los errores pasados los lleven a humillarse y a convertirse en las personas de oración y unción que actualmente son. A través de todo esto han demostrado la mente de Cristo.»
«Le han dado al Maestro lo mejor de ustedes aun en medio de las crisis y la pobreza, han defendido la verdad y la justicia aunque fuera impopular, renunciaron a sus trabajos seculares a fin de entregarse por entero al ministerio, han servido a Dios en quietud y en humildad. Con todo esto han demostrado tener un corazón de siervo.»
«El cielo ha tomado nota de su servicio. ¡Ansío ver el día cuando Jesús los corone! ¡Quiero estar ahí cuando reciban su gloriosa recompensa por vivir y demostrar la mente de Cristo!»
► En el siguiente espacio, anote al menos tres formas en las que usted sabe que podría desarrollar más un corazón de siervo. Dispóngase a hacer estos cambios por la gracia de Dios, y prepárese para compartir su testimonio con el grupo en la próxima sesión.
[1] Lucas 22:25-26.
[2] Mateo 3:11-12.
[3] Comentario Pulpit
[4] Hebreos 1:3 (NVI); vea también Colosenses 1:15.
[5] Juan 10:30, 14:9-10.
[6] Juan 5:18.
[7] Juan 20:28.
[8] Juan 1:14.
[9] Juan 3:16.
[10] Mateo 26:38.
[11] Salmo 45:7.
[12] Tomado de Richard Foster, Celebración de la Disciplina, 128-129.
[13]“No hay límite a lo que Dios puede hacer cuando encuentra a un hombre o una mujer a quien no le importa quién recibe el crédito, siempre y cuando Dios reciba la gloria.”
– Anónimo
(1) Dedique al menos treinta minutos durante la semana para repasar esta lección, incluyendo los pasajes de referencia, y pídale al Espíritu Santo que le hable y le revele su Palabra.
(2) Anote en su diario cualquier cambio específico que deba hacer en su vida, según el Señor se lo revele.
(3) Medite en al menos un salmo durante su tiempo devocional diario, y escriba en su diario lo que el salmista dice acerca de la naturaleza y el carácter de Dios.
(4) Escriba en su diario una oración personal relacionada con su crecimiento y transformación espiritual basada en lo que aprendió en esta lección.
(5) Practique usando la Guía de Oración Diaria del Dr. Brown en su tiempo de oración privada cada día.
(1) ¿Cuál pasaje del Nuevo Testamento nos enseña que debemos confesar nuestras ofensas unos a otros?
(2) Mencione cinco formas en las que la Biblia describe el pecado.
(3) ¿Cuáles son los tres consejos del Dr. Avery en relación con el pecado?
(4) ¿De qué manera la sumisión a la autoridad puede convertirse en un acto de adoración?
(5) ¿Cuándo se torna destructiva la sumisión?
(6) Mencione tres características del servicio verdadero.
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