El amor semejante al de Cristo es nuestra motivación para desarrollar un ministerio semejante al de Cristo.
Introducción
Durante toda su vida y su ministerio, Jesús estuvo motivado por el amor. En numerosas ocasiones Jesús demostró que el amor hacia Dios y hacia los demás estaba en el centro de su vida y su ministerio. Si seguimos el ejemplo de Jesús, el amor debe estar en el centro de nuestra vida y nuestro ministerio. En ningún lugar se expresa esto con más claridad que en la parábola del Buen Samaritano.
► Lea Lucas 10:25-37
Antes de narrar esta parábola, Jesús dijo, “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños.”[1] Estas palabras enseñan una importante lección sobre el entendimiento espiritual. Entender la verdad espiritual requiere más que el estudio intelectual; requiere revelación espiritual. La verdad de Dios es lo bastante sencilla para que un niño la pueda comprender, pero es demasiado profunda para un erudito.
¿Cómo puede esto ser posible? ¿Acaso Dios oculta la verdad de aquellos que la desean? La respuesta involucra dos principios.
La verdad espiritual es revelada únicamente por medio del Espíritu Santo. Pablo escribió que “nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.” Por esta razón, debemos ser instruidos “no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.”[2]
La verdad espiritual es revelada solamente a oyentes receptivos. Pablo continuó, “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.”[3]
La parábola del sembrador enseña que la actitud del oyente determina la productividad de la semilla.[4] Sólo aquellos que son receptivos a la verdad podrán entender la verdad que escuchan.
El intérprete de la ley en Lucas 10:25 es una ilustración de la vida real de este segundo principio. Su pregunta no procedía de una genuina sed de verdad, sino de un deseo de probar a Jesús; él quería ver si Jesús se equivocaba en su respuesta. Después de escuchar la respuesta de Jesús, la reacción del intérprete no fue la respuesta de un suelo fértil. Más bien, él le hizo otra pregunta, “queriendo justificarse a sí mismo.”
El intérprete de la ley ya sabía la respuesta a su pregunta, “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” La respuesta estaba escrita en la Ley, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.”
Este es el corazón del modelo de Jesús para nosotros. Para vivir y ministrar como Jesús, debemos amar a Dios y amar a nuestro prójimo como lo hizo Jesús. Sin un amor semejante al de Cristo, ninguna de las otras lecciones de este curso realmente importa. La oración, el liderazgo, la enseñanza y la predicación – sin amor, no tienen importancia en realidad.
Quizás esto parezca demasiado simple. Usted podría decir, “¡Por supuesto, debemos amar a Dios y a las personas. ¡Eso ya lo sé!” Pero en el día a día del ministerio, podemos perder nuestro corazón de amor. Es posible servir a los miembros de nuestra iglesia sin amarlos. Es posible servir a nuestras familias sin amarlas. Es posible hacer ministerio sin amar a Dios. Nuestra motivación para el ministerio cristiano debe ser un amor semejante al de Cristo.
[4] Mateo 13:1-23. Note especialmente 13:12. Quien acepta la verdad, recibe más verdad: “A cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más.” Los que rechazan la verdad son cegados incluso a la verdad que ya han escuchado: “Al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.”
Amar a Dios Como Jesús lo Hizo
El servicio de Jesús a la humanidad estaba motivado por su amor por el Padre. Para evitar el agotamiento y la frustración en el ministerio, nuestro servicio a las personas debe estar inspirado por el amor a Dios. El ministerio sin amor a Dios pronto se vuelve vacío e infructuoso.
Hay tres aspectos del amor de Jesús por su Padre que deberían servir como un modelo para nosotros: relación, conocimiento y confianza.
Jesús Mantenía una Relación Íntima con Su Padre
En múltiples ocasiones, los Evangelios muestran la cercana relación de Jesús con su Padre. Esto se observa en:
Las palabras de Jesús a sus padres, “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”[1]
La oración íntima de Jesús en Juan 17.
El clamor de angustia de Jesús en la cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”[2]
En el huerto de Getsemaní, Jesús se dirigió a Dios usando el lenguaje íntimo de una familia, “Abba, Padre.”[3] Este era el lenguaje de un Hijo que estaba seguro en su relación con su Padre.
Las oraciones judías tradicionales usaban muchos nombres para dirigirse a Dios: Dios de Abraham, Isaac y Jacob; Dios de nuestros Padres, Dios Todopoderoso, Redentor de Israel. Jesús usó el nombre íntimo Abba. Jesús vivía en íntima relación con su Padre.
Kenneth E. Baily pasó muchos años enseñando en el Medio Oriente. Él escribe que abba es la primera palabra que aprenden los niños en el Medio Oriente. Abba es el nombre que un niño usa para dirigirse a su padre.
Pablo nos dice que, como hijos de Dios, también tenemos el privilegio de clamar “¡Abba, Padre!”[4] No adoramos a un Dios distante. Por el contrario, tal como Jesús, vivimos segura y cómodamente en el amor de nuestro Padre.
Como pastores, podemos ser tentados a medirnos a nosotros mismos por el éxito de nuestro ministerio. Si nuestro valor viene del tamaño de nuestra iglesia, la aprobación de nuestra congregación, o el reconocimiento de nuestros colegas, estaremos tentados a sacrificar la integridad para obtener el éxito. Nos sentiremos desanimados cuando nuestros esfuerzos fracasen. Sin embargo, si tenemos la certeza de que nuestro Abba nos ama sin importar nuestro éxito, podemos dejar los resultados en sus manos. Su amor no depende de nuestro desempeño.
Jesús Conocía la Voluntad de Su Padre
Al final de su ministerio terrenal, Jesús testificó, “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.”[5] Jesús sabía lo que su Padre lo había enviado a hacer y dedicó su vida a cumplir su misión.
En su humanidad, Jesús conoció la voluntad de su Padre a través de la oración y la Palabra. A través de la oración, Jesús entendió la voluntad del Padre.
Jesús también conoció la voluntad del Padre a través de la Palabra. En Capernaum, Jesús resumió su misión como el cumplimiento de las profecías de Isaías.[6] Cuando respondió a los mensajeros de Juan el Bautista, Jesús usó las palabras de Isaías como evidencia de su ministerio mesiánico.[7] Jesús conocía la Palabra.
A lo largo del Nuevo Testamento, vemos a los cristianos refiriéndose a las Escrituras en respuesta a las dificultades. Al enfrentar el martirio, el sermón final de Esteban consistió principalmente en pasajes del Antiguo Testamento y su cumplimiento en Jesucristo.[8] Cuando los líderes judíos les ordenaron a los cristianos dejar de proclamar el mensaje de Jesús, la iglesia se reunió para orar. Su oración contenía una extensa cita del Salmo 2.[9] Los primeros creyentes conocían las Escrituras. Era su lenguaje natural para predicar y orar.
A lo largo de la historia de iglesia, los predicadores que han cambiado el mundo han sido hombres de la Palabra. Martín Lutero testificó en la Dieta de Worms, “Me mantengo firme en las Escrituras a las que he adoptado como mi guía. Mi conciencia es prisionera de la Palabra de Dios.” Juan Wesley se describía a sí mismo como un “hombre de un solo libro.” Carlos Spurgeon dijo que los predicadores debían alimentarse de la Palabra hasta que “la esencia misma de la Biblia fluya de usted.” Hudson Taylor pasaba tanto tiempo en la Palabra, que un autor escribió, “La Biblia era la atmósfera en la que Taylor vivía.” Estos hombres cambiaron su mundo porque predicaron la Palabra con autoridad.
Si queremos ministrar como Jesús, y como los primeros cristianos y los grandes predicadores de la historia, también debemos saturarnos de la Palabra de Dios. Las Sagradas Escrituras eran la autoridad suprema para el ministerio de Pablo.[10] Jesús oró para que sus discípulos fueran santificados, o apartados, para el servicio. Esto se lograría a través de la Palabra: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.”[11] La Palabra hizo que los discípulos fueran efectivos en el ministerio; la Palabra nos hace efectivos en el ministerio.
Ajith Fernando ha pasado su vida ministrando en Sri Lanka. Él escribe que ha establecido como práctica nunca hacer ninguna afirmación importante al predicar sin basarla en la Biblia. Esto hace que su predicación se mantenga apegada a la Palabra. Como cristianos, conocemos a Dios a través de su Palabra. Como ministros, edificamos iglesias fuertes a través de un ministerio fundamentado en la Palabra de Dios.
Jesús Confiaba en Su Padre
La relación de Jesús con su Padre durante su ministerio terrenal se puede resumir en las palabras de su oración en el huerto de Getsemaní, “Pero no sea como yo quiero, sino como tú.”[12] Este es el lenguaje de la absoluta confianza y rendición.
Es difícil rendirse completamente a la voluntad de alguien en quien no confiamos. Podemos vernos forzados a rendirnos externamente, pero nuestros corazones se resisten a entregar el control a una persona en la cual no confiamos. Jesús se rindió a la voluntad del Padre porque confiaba plenamente en el amor y la bondad del Padre.
► Lea Juan 5:1-47
Esta actitud de confianza absoluta en el Padre se observa durante todo el ministerio de Jesús. Cuando los líderes judíos se opusieron a Jesús por sanar a un hombre en el día de reposo, él les respondió:
«De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente… No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre.»
Jesús ya había afirmado su divinidad: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.” Pero a pesar de ser plenamente divino, Jesús se sometió voluntariamente al rol subordinado de su misión terrenal. Jesús y el Padre son iguales, pero él se sometió a la voluntad del Padre.
Cuando los escribas y fariseos se opusieron a Jesús pocos meses más tarde, nuevamente él defendió sus acciones aludiendo a la autoridad de su Padre: “Nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo.”[13] Puesto que confiaba plenamente en el Padre, Jesús pudo rendirse por decisión propia a la voluntad del Padre.
El liderazgo en la iglesia requiere un equilibro difícil de lograr. Muchos pastores y líderes tienen grandes habilidades para el liderazgo. Como líderes, tienen personalidades y opiniones firmes. Esta puede ser una cualidad valiosa para el liderazgo. Sin embargo, esta fortaleza debe ser balanceada con la sumisión voluntaria a Dios. A menos que nos rindamos a Dios en plena confianza, estaremos propensos a hacer las cosas a nuestro modo, en lugar someternos a la voluntad de Dios.
Quizás el mejor ejemplo bíblico es Moisés. Moisés era “muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra.”[14] Moisés era fuerte, pero también era humilde. Él enfrentó a Faraón, el hombre más poderoso de Egipto. Guió al obstinado pueblo de Israel a través del desierto. Moisés era un líder fuerte. Pero al mismo tiempo, estaba sometido a Dios. El liderazgo efectivo requiere que nuestras fortalezas naturales estén rendidas a Dios. Esto es posible sólo en la medida en que caminamos con Dios en una vida de fe y confianza.
► De estos tres aspectos del amor de Jesús por el Padre (relación, conocimiento de su Palabra y rendición basada en la confianza) ¿cuál representa el mayor desafío para usted a nivel personal?
[15]Nunca permitas que los buenos libros ocupen el lugar de la Biblia. ¡Bebe del pozo!
- Amy Carmichael
Una Mirada Más de Cerca: ¿Afirmó Jesús Ser Dios?
Las sectas falsas como los mormones y los testigos de Jehová, al igual que otras religiones no cristianas como el Islam, niegan que Jesús sea verdaderamente Dios. Reconocen a Jesús como un gran maestro o profeta, como el primer ser creado, o incluso como el Mesías. Pero niegan que Jesús sea Dios.[1]
Los seguidores de estas religiones a menudo afirman, “Jesús nunca dijo que él fuera Dios. Dijo que era un hijo de Dios del mismo modo que todos nosotros somos hijos de Dios.”
¿Afirmó Jesús ser Dios? Sí. La gente que escuchó a Jesús entendió sus palabras. Cuando Jesús se refirió a Dios como su Padre, los líderes judíos trataron de matarlo. ¿Por qué? “Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios.”[2]
En una de las afirmaciones más claras de la deidad de Jesús, él les dijo a los líderes judíos, “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.”[3] Estas fueron las palabras que Dios usó para revelarse a sí mismo a Moisés en la zarza ardiente: “Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.”[4] Con estas palabras, Jesús estaba afirmando ser el Dios que se le apareció a Moisés. Los líderes judíos sabían exactamente lo que Jesús quiso decir con estas palabras. Como respuesta, ellos “tomaron entonces piedras para arrojárselas” y matarlo. Este era el castigo establecido para la blasfemia – por afirmar falsamente ser Dios.[5]
En el juicio de Jesús, Caifás le preguntó, “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” La respuesta de Jesús fue inequívoca: “Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.” Con esta respuesta, Jesús afirmó ser quien se sienta a la diestra de Dios y ser el Hijo del Hombre profetizado por Daniel, quien vendría a juzgar al mundo.[6] Caifás sabía que Jesús estaba afirmando ser Dios. Por eso rasgó sus vestiduras y dijo, “Habéis oído la blasfemia.”[7]
Usted puede negarse a creer las afirmaciones de Jesús, pero no puede leer detenidamente los Evangelios sin admitir que Jesús mismo afirmó ser el Hijo de Dios. Sus oyentes escucharon sus afirmaciones y se vieron en la disyuntiva de aceptarlo como Dios o matarlo como un falso profeta y un blasfemo.
[1] Para estudiar las enseñanzas de estas religiones falsas, vea el curso de Shepherd’s Global Classroom, Religiones del Mundo y Sectas.
Cuando Jesús enseñaba, a menudo atraía a una audiencia de “publicanos y pecadores.” Jesús no sólo enseñó a estas personas, sino que además comió con ellos. Cuando los fariseos vieron a Jesús comiendo con pecadores, empezaron a criticarlo. Jesús les respondió con tres historias. Al leer estas historias, debemos considerar dos aspectos importantes del trasfondo cultural:
En los tiempos de Jesús, comer con una persona significaba que se estaba estableciendo una relación.[1] Al comer con los pecadores, Jesús estaba indicando su intención de asociarse con ellos en forma deliberada. Jesús demostró que Dios no espera a que las personas vengan a él; más bien Dios busca activamente a los perdidos.
Los judíos en los tiempos de Jesús tenían la idea de que una persona justa evitaba el contacto con gente pecadora. Los rabinos enseñaban que cuando el Mesías viniera, evitaría toda asociación con los malvados y sólo comería con los justos.
► Lea Lucas 15:1-32
Esta es una parábola extensa dividida en tres partes: una oveja perdida, una moneda perdida y un hijo perdido. En cada caso, el tema de la parábola es el gozo de quien encuentra lo que había perdido. Jesús enseña que hay gozo en el cielo cuando los pecadores son llevados al arrepentimiento.
Los rabinos tenían un proverbio popular: “Hay gozo en el cielo cuando un pecador es destruido delante de Dios.” Jesús cambió esto completamente: “Hay gozo en el cielo cuando un pecador se arrepiente.” ¿Cuál es la diferencia entre Jesús y los otros rabinos? El amor. Jesús demostró lo que significa ministrar con un corazón de amor.
Cuando ministramos sin amor, el estatus y la posición se vuelven más importantes que las personas. Cuando ministramos con un corazón de amor, estamos dispuestos a sacrificar el estatus para alcanzar a los perdidos. Jesús estuvo dispuesto a soportar las críticas de los líderes religiosos con el propósito de mostrar amor a quienes más lo necesitaban.
► Si preguntáramos, “¿Le mostraría usted amor al Hijo Pródigo?” todos nosotros responderíamos, “Sí.” Más bien, deberíamos preguntar, “¿Quién fue el Hijo Pródigo que se cruzó en mi camino recientemente? ¿De qué manera le mostré amor a esa persona?”
Jesús Demostró Amor a Través de Su Compasión por los que Sufren
Al leer los Evangelios, ¿ha notado usted que los pecadores que huían de otros líderes religiosos acudían a Jesús? ¿Qué hacía que los pecadores buscaran la presencia de Jesús?
No era que Jesús ignoraba su pecado; él demandaba un estándar de justicia más alto que cualquier fariseo.[2] Los pecadores acudían a Jesús porque él era un hombre compasivo. Él no pasaba por alto el pecado, pero sentía compasión por la persona que estaba esclavizada por el pecado.
Vemos esto en las palabras de Jesús a la mujer sorprendida en adulterio. Después de que sus acusadores se fueron, Jesús le dijo, “Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”[3] Jesús no pasaba por alto el pecado; él le dijo a esta mujer que abandonara su vida de pecado. Pero le mostró compasión en vez de condenación.
El Evangelio de Lucas dedica especial atención a la compasión de Jesús. Lucas cuenta la historia de Zaqueo, un recaudador de impuestos que había sido rechazado por otros líderes religiosos. Para sorpresa de los espectadores, Jesús se invitó a sí mismo “a posar con un hombre pecador.”[4]
► Lean Lucas 5:12-16
Al narrar esta sanidad, Lucas incluye un detalle que habría impactado a la multitud. Jesús extendió su mano y tocó al hombre lleno de lepra. ¡Nadie en el mundo antiguo se atrevía a tocar a un leproso! Era peligroso por la posibilidad de contagio. Y para los judíos, tocar a un leproso hacía que la persona quedara ceremonialmente impura.
¿Por qué tocó Jesús al leproso? Porque sintió compasión. “Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó.”[5] Este leproso necesitaba sanidad física, pero también necesitaba sanidad emocional. Los leprosos eran obligados a vivir lejos de otras personas. Después de contraer lepra, este hombre no volvió a sentir el toque de otro ser humano. Jesús podía haber sanado la enfermedad sin tocar a este hombre desfigurado, pero sabía que el leproso necesitaba el toque de otra persona. Jesús sintió compasión.
Si queremos ministrar como Jesús, debemos tener un corazón compasivo como el de Jesús. Cuando los pecadores miraban a Jesús en los ojos, veían su amor y su compasión. Cuándo los pecadores lo miran a usted en los ojos, ¿qué es lo que ven?
Jesús Demostró Amor a Través de Su Servicio a los Necesitados
Es fácil decir, “Siento lástima por los necesitados”; es más difícil atender a sus necesidades. Jesús demostró amor al atender a las necesidades de las personas a su alrededor. El ministerio de Jesús fue un ministerio de servicio. Pablo escribió que Jesús “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo.”[6] Jesús les dijo a sus discípulos, “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.”[7]
Los milagros de Jesús demuestran su servicio a los demás. Los milagros eran señales de su misión mesiánica, pero también eran un medio para atender a la necesidad humana. Algunas veces los milagros fueron hechos para un pequeño grupo de personas. Otras veces beneficiaron a personas sin poder ni influencia. En ocasiones sus milagros (en el Sabbath) le causaron un rechazo mayor.
Jesús no hizo milagros para ganar el favor de los poderosos; hizo milagros para servir a los necesitados. Hay sólo dos ocasiones en las que Jesús se negó a hacer un milagro. En una de ellas, los fariseos estaban discutiendo con Jesús, “pidiéndole señal del cielo, para tentarle.”[8] Jesús se negó a darles una señal. Luego, durante el juicio de Jesús, Herodes “esperaba verle hacer alguna señal.”[9] Jesús se negó incluso a responderle a Herodes. Jesús no hacía milagros “por pedido” ni para impresionar a una audiencia escéptica.
Jesús se negó a hacer un milagro para Herodes Antipas, pero sanó a la suegra de un pescador. Sanó a leprosos, ciegos y endemoniados, quienes jamás habrían podido hacer algo para pagarle. Alimentó a cinco mil hombres que mostraron su falta de gratitud dándole la espalda, y sanó al siervo del sumo sacerdote que había venido a arrestarlo. Jesús sirvió a los necesitados a través de sus milagros.
Como pastores y líderes de la iglesia, es fácil racionalizar nuestra decisión de ayudar a quienes pueden ayudarnos. Cuando pasamos más tiempo con los ricos que con los pobres, podemos decir, “El hombre de negocios puede apoyar el ministerio de la iglesia.” Cuando cancelamos una visita a una viuda para reunirnos con una persona influyente, podemos justificarnos diciendo, “Esta persona tiene influencia y puede apoyar la obra de Dios.” Jesús nunca hizo algo así. Si queremos ministrar como Jesús, debemos ser siervos semejantes a él. Al igual que Jesús, debemos procurar servir en lugar de ser servidos.
Pablo escribió, “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús.”[10] La palabra siervo se puede traducir como “esclavo.” Muchos esclavos en el Imperio Romano eran personas educadas; algunos eran doctores y maestros. Aun si un esclavo tenía un nivel de educación más alto que el de su amo, seguía siendo un esclavo. No podía volverse arrogante y decir, “¡No te voy a servir! Estoy por encima de ti.”
Algunos pastores piensan, “Tengo una buena educación. ¡No voy a ser el siervo de un granjero en mi iglesia!” Pablo nunca pensó de ese modo. Pablo había recibido la mejor educación, pero se hizo siervo de los corintios “por amor de Jesús.” Él pudo haber dicho, “Vean mi educación; conozco la literatura judía, la filosofía griega y la teología cristiana. Puedo hablar en el Sanedrín, en el Areópago griego y en el Senado romano.” Por el contrario, Pablo dijo, “Soy el siervo del hombre con menos instrucción en Corinto – por amor de Jesús, mi Maestro.”
Si queremos ministrar como Jesús, debemos tener la humildad para vivir como un siervo. Como siervos, nuestro estilo de vida no es como el gran estilo de vida de un gobernador. Si queremos amar como Jesús, debemos ser siervos humildes.
Jesús Demostró Amor a Través de Su Misericordia para con Sus Enemigos
► Lea Mateo 5:43-48
Jesús les enseñó a sus seguidores que ser “perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” significa amar como nuestro Padre celestial ama. Significa amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen. Si demostramos esa clase de amor, el mundo sabrá que somos hijos de nuestro Padre que está en los cielos.
Cerca de 200 años antes de que Jesús predicara el Sermón del Monte, un escriba judío escribió una colección de enseñanzas conocida como Eclesiástico. Observe cómo él enseñó a sus seguidores a tratar a sus enemigos:[11]
Cuando hagas el bien, fíjate a quién, y podrás esperar algo de tu buena acción.
Haz un favor al bueno y obtendrás recompensa, si no de él, del Señor.
Ayudar al malo no trae ningún bien, y ni siquiera es hacer una buena acción. En tiempo de necesidad te hará doble daño por todo el bien que le hayas hecho.
También Dios aborrece a los malvados y les dará su castigo.
Debes dar al bueno, pero no al malvado; da alivio al afligido, pero no des nada al orgulloso.
Los escritos de Ben Sira eran considerados parte de las Escrituras por los judíos en los tiempos de Jesús. Cuando Jesús dijo, “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo,” pudo haberse referido a este texto. Eclesiástico decía, “Haz el bien sólo a los justos. No desperdicies buenas acciones a los malvados.” Ahora lea nuevamente Mateo 5:43-48. ¿Ve por qué las enseñanzas de Jesús sorprendieron a sus oyentes?
En el Antiguo Testamento, Dios le enseñó a su pueblo a amar a sus enemigos. Esto no era nuevo. En mis clases de Antiguo Testamento, a veces les hago esta “prueba” a los estudiantes:
Su vecino es un enemigo de la iglesia. Cuando usted pasa, él lo maldice. Trata de engañarlo e incluso de robar su ganado. Un día, durante una tormenta, usted ve que la vaca de su vecino escapó y está huyendo. ¿Cuál es su responsabilidad para con su vecino?
1. ¿Toma usted un látigo y espanta a la vaca para que se vaya aún más lejos?
¡Mis estudiantes saben que esta no es la respuesta correcta!
2. ¿Ignora usted la situación y dice, “Ese no es mi problema”?
Muchos estudiantes eligen esta opción. Dicen, “Es la vaca de mi vecino, no es mía. Es mejor no intervenir en lo que no me concierne. Además, no le agrado a mi vecino; no va a agradecer mi ayuda.”
3 ¿Obedece usted Éxodo 23:3? “Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo.”
Incluso en el Antiguo Testamento, el pueblo de Dios fue llamado a amar a sus enemigos. Sin embargo, en los tiempos de Jesús, la gente citaba más el Eclesiástico que Éxodo 23. ¡Les gustaba la enseñanza que les permitía amar a su prójimo y odiar a su enemigo! Jesús enseñó que debemos amar a nuestros enemigos porque nuestro Padre celestial ama a buenos y malos.
¿Cómo se aplica esto en la “vida real”? Imagine este escenario en su ministerio…
Un grupo de personas que aparentemente comparten muchas de sus creencias constantemente discuten con usted en público. Le hacen preguntas con la intención de hacer que usted se confunda y diga algo equivocado; le dicen a los miembros de su iglesia que usted es un falso maestro; esperan que usted haga algo indebido que le cause problemas con sus seguidores. ¿Cómo los trataría usted?
1. ¿Los ahuyentaría y les advertiría que no regresen?
2. ¿Los trataría del mismo modo que ellos a usted?
3. ¿Confrontaría sus errores, pero respondiéndoles con amor?
Los fariseos trataron por todos los medios de oponerse a Jesús. Él fue honesto y confrontó sus errores; trató de enseñarles la verdad; pero siempre los trató con amor.
Si queremos ministrar como Jesús, debemos amar a nuestros enemigos. Esta es una de las enseñanzas más demandantes de Jesús. A aquel que nos traiciona, al que rechaza nuestro mensaje, al que nos persigue, debemos mostrarle el amor ágape de Jesús. Este es el costo de amar como Jesús ama.
[1] Esto se ilustra en el libro de Proverbios. La Sabiduría invita al “simple” a comer en su mesa (Proverbios 9:1-6). A través de la relación con la Sabiduría, el simple se llega a ser sabio.
[12]A las personas no les interesa lo mucho que usted sabe hasta que saben lo mucho que usted se interesa por ellos.
—Theodore Roosevelt
[13]Estas parábolas demuestran que el evangelio no es para los que viven una vida justa. El evangelio es para aquellos que saben que no viven una vida justa.
- Samuel Lamerson
Aplicación: El Carácter de Jesús en la Vida del Cristiano
Es fácil escribir acerca de amar a Dios y a nuestro prójimo. Es mucho más difícil demostrar ese amor en la vida cotidiana. Sólo en la medida en que cultivemos el carácter de Jesús en nuestra propia vida estaremos preparados para compartir su amor con nuestro mundo.
¿Es posible tener el carácter de Jesús? La Biblia enseña que Dios puede capacitar a su pueblo para pensar como él piensa. Dios quiere darle a su pueblo un nuevo espíritu que nos haga querer lo que él quiere y tener la disposición de vivir como él quiere que vivamos.[1] Dios quiere desarrollar en nosotros el carácter de su Hijo.
Considere lo que dice Oswald Chambers acerca de la fidelidad en el servicio a Dios:
«Cuando no tienes ninguna visión de Dios, cuando no hay entusiasmo en tu vida y nadie te observa ni te anima, entonces necesitas de la gracia del Todopoderoso para dar el siguiente paso en tu consagración a Él… Para tomar ese paso se requiere muchísima más gracia de Dios y una conciencia mayor de cómo recurrir a Él, que para predicar el Evangelio.»
«Lo que realmente da testimonio a largo plazo de Dios y de su pueblo es el trabajo persistente y continuo, incluso cuando otras personas no lo pueden ver. La única manera de vivir una vida victoriosa es si tienes la mirada puesta en Dios. Pídele a Él que mantenga los ojos de tu espíritu abiertos al Cristo resucitado…»[2]
¿Cómo podemos mantener esta fidelidad en el ministerio? ¿Cómo podemos seguir amando a Dios y a nuestro prójimo semana tras semana, año tras año? Debemos cultivar el carácter de Jesús en nuestra vida diaria. Para esto se requiere tener la mente de Cristo.
Una Descripción de la Mente de Cristo
► Lea Filipenses 2:1-16
La enseñanza de Pablo a la iglesia de Filipos es una poderosa guía de lo que significa tener el carácter de Cristo. A una iglesia dividida por conflictos personales, Pablo escribió, “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.”
¿Cómo podrían lograr esto? Sólo obedeciendo la instrucción de Pablo, “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.”
Pablo menciona cuatro características que no deben estar presentes en la vida del cristiano.[3] Estas características dañan el testimonio cristiano y destruyen la efectividad del ministro cristiano. Pablo dijo:
(1) No hagan nada por ambición egoísta (Filipenses 2:3)
La ambición egoísta pregunta, “¿Qué obtengo yo de esto? ¿Cómo me beneficia esto?” ¿Se imagina a Jesús pensando en qué beneficio obtendría él antes de sanar a un leproso o de enfrentar la cruz? ¡Por supuesto que no!
Pablo dice que si tenemos la mente de Cristo – si pensamos como Cristo – no vamos a hacer nada con una motivación egoísta. Nuestra actitud será la actitud de un siervo. Nos preguntaremos, “¿Cómo puedo servir?” en lugar de “¿Cómo me pueden servir?”
(2) No hagan nada por vanagloria (Filipenses 2:3)
La vanagloria pregunta, “¿Cómo me hace ver esto? ¿Voy a impresionar a las personas?” Nuevamente, ¿se imagina a Jesús pensando cómo impresionar a las personas antes de hablar con la mujer samaritana en el pozo? ¡Por supuesto que no!
Pablo dice que si tenemos la mente de Cristo – si pensamos como Cristo – no vamos a hacer nada por vanagloria. Más bien, vamos a buscar oportunidades para reflejar a Cristo, no para ganar estatus.
(3) Hagan todo sin murmuraciones (Filipenses 2:14)
La murmuración dice, “¡Yo merezco algo mejor!” ¿Se imagina a Jesús diciendo, “Yo no debería tener que lavar los pies de los discípulos; yo soy el maestro, ¿merezco algo mejor”? ¡Por supuesto que no!
Pablo dice que si tenemos la mente de Cristo – si pensamos como Cristo – vamos a ministrar sin murmurar, incluso en las circunstancias más difíciles. Nos daremos cuenta de que no “merecemos” nada. Cuando recordamos que todo lo que tenemos es un regalo de la gracia de Dios, nuestra perspectiva de los desafíos del ministerio cambia.
Helen Roseveare fue una de las grandes misioneras del siglo XX. Había estudiado medicina en la Universidad de Cambridge. Sirvió como doctora en Zaire, donde quiso construir un hospital. Como no había materiales, el primer paso fue hacer ladrillos. La Doctora Roseveare trabajó junto con los obreros africanos haciendo ladrillos en un horno.
Mientras trabajaba haciendo ladrillos, sus suaves manos empezaron a sangrar. Entonces empezó a murmurar, “Dios, yo vine a África para ser cirujana, ¡no para hacer ladrillos! Tiene que haber otras personas que hagan este trabajo.”
Unas semanas después, uno de los obreros africanos le dijo, “Doctora, cuando usted está en el quirófano, nos asombra como médico. Pero cuando está trabajando con los ladrillos y sus dedos sangran igual que los nuestros, usted es nuestra hermana y la amamos.” En ese momento la Doctora Roseveare lo entendió, “Dios me trajo a África no sólo para ser cirujana; me trajo para demostrar el amor de Cristo.”
(4) Hagan todo sin contienda (Filipenses 2:14)
La contienda dice, “Sí, Señor, pero…” “Estoy dispuesto a obedecer, pero…” Nuevamente, ¿se imagina a Jesús diciendo, “Padre, estoy aquí para servirte, ¿pero por qué lo haces tan difícil”? No podemos imaginar a Jesús discutiendo con el Padre.
Pablo dice que si tenemos la mente de Cristo – si pensamos como Cristo – no vamos a discutir ni a buscar un camino más fácil. No vamos a comprometer la voluntad de Dios en nuestra vida por negociar un camino más fácil. Nuestra respuesta a Dios será, “Sí, Señor.” Tendremos la mente de Cristo.
Puesto que Pablo llamó a los filipenses a tener la mente de Cristo, obviamente él creía que esto es posible. Pablo sabía que podían tener el espíritu humilde y obediente que caracterizó la vida de Jesús. ¿Cómo podemos tener la mente de Cristo?
Nuestra Mente es Transformada por Medio de la Biblia
Anteriormente en esta lección, vimos cómo la Biblia nos enseña la voluntad de Dios. Jesús conocía la Palabra de Dios. Los apóstoles conocían la Palabra de Dios. Todos los avivamientos duraderos en la historia de la iglesia han iniciado con el estudio de la Palabra de Dios.
Pablo desafió a los filipenses a permanecer “asidos de la palabra de vida.”[4] Su confianza en el evangelio y su compromiso harían de ellos luminares en su mundo.
Es a través de un estudio profundo de la Palabra de Dios que empezamos a pensar como Jesús, a tener la mente de Cristo. Con “estudio profundo” no estoy diciendo que usted debe saber griego y hebreo para entender la Biblia; tampoco estoy diciendo que usted debe tener una amplia biblioteca de comentarios bíblicos; lo que quiero decir es simplemente que usted debe pasar tiempo en la Palabra de Dios. Debe ser parte de su rutina diaria.
Como cristianos, la Palabra de Dios debe ser nuestro alimento de cada día. Debería ser un deleite, no sólo un deber. Nadie le dice a un adolescente en crecimiento, “¡Necesitas comer hoy! Si no comes, te vas a enfermar.” Todo lo que usted debe hacer es tener buena comida disponible, ¡y el muchacho va a comer! La Palabra de Dios debería ser el alimento de todo creyente hambriento.
Cuando nos alimentamos de la Palabra de Dios, nuestra mente es transformada en la mente de Cristo. Muchos cristianos han nacido de nuevo, pero siguen pensando del mismo modo que pensaban cuando no eran creyentes. Su mente no ha sido transformada en la mente de Cristo. ¿Por qué?
El Dr. Paul Brand fue un cirujano misionero en la India. Trató a muchos pacientes enfermos de lepra. Les hizo cirugías reconstructivas en partes de su cuerpo que habían sido dañadas por la lepra. El Dr. Brand escribió que estos pacientes tenían que aprender una nueva forma de pensar para adaptarse a los cambios después de la cirugía.
Por ejemplo, el Dr. Brand tomó un tendón saludable del dedo anular de un paciente para reemplazar un tendón dañado en el dedo pulgar. Después de la cirugía, cuando le dijo al paciente que moviera el pulgar, nada sucedió. Entonces le dijo, “Mueva su dedo anular,” ¡y el paciente rápidamente movió el pulgar! Este paciente tuvo que “reprogramar” su cerebro. Tuvo que aprender a usar su pulgar de una forma nueva.[5]
Cuando nos convertimos a Cristo, debemos “reprogramar” nuestra mente para pensar como Cristo. Antes de ser cristiano, usted pensaba primero en sus propias necesidades. Quizás usted veía a una persona pobre, pero pensaba, “No puedo ayudarla, porque necesito el dinero.” Como cristiano, usted lee en la Biblia que “el que da al pobre no tendrá pobreza.”[6] Escucha las palabras de Jesús, “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo.”[7] Entonces usted empieza a pensar acerca del dinero como Cristo pensaba sobre el dinero. A través de la Palabra de Dios, usted está adquiriendo la mente de Cristo.
Antes de ser cristianos, tratábamos de lastimar a los que nos lastimaban. Cuando alguien nos trataba mal, nos desquitábamos con ira. Pero ahora como cristianos, leemos, “Vestíos… de entrañable misericordia.”[8] También leemos, “…no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.”[9] Empezamos a responder a los demás como Cristo respondió a aquellos que lo maltrataron. A través de la Palabra de Dios, estamos adquiriendo la mente de Cristo.
Nuestra Mente es Transformada por Medio de una Rendición Continua
Pablo llamó a los filipenses a tener la mente de Cristo. Luego describió la mente de Cristo y les dijo cómo esto podía suceder en sus vidas. Debían continuar “ocupándose” en su salvación con obediencia y fidelidad, no para ganar su salvación – sino porque Dios ya estaba trabajando para producir en ellos “el querer como el hacer, por su buena voluntad.”[10] Al rendirse humildemente a Dios, él les daría el deseo (“el querer”) y el poder (“el hacer”) para vivir una vida santa.
Cuando vivimos una vida de continua rendición, el Espíritu Santo cultiva en nosotros las mismas características que vemos en la vida y el ministerio de Jesús. No podemos desarrollar la mente de Cristo a través de nuestro propio esfuerzo; recibimos la mente de Cristo cuando nos rendimos a Dios.
Esta debe ser una entrega continua. Pablo nos llamó a presentar nuestros “cuerpos en sacrificio vivo.”[11] Un “sacrificio vivo” no está muerto; sigue viviendo. Hay una entrega en la cual rendimos nuestra voluntad por completo a la voluntad de Dios, pero también hay muchas entregas en las que seguimos sometiéndonos diariamente a su voluntad.
Nancy Leigh DeMoss nos da una descripción de esta vida de continua rendición.[12] Mientras lee la siguiente descripción, pregúntese, “¿Estoy viviendo en continua rendición en esta área? ¿Estoy demostrando la mente de Cristo en esta área?”
Cuando su carne quiere repetir palabras de crítica, el Espíritu dice, “A nadie difamen.”[13] El corazón rendido dice, “Sí.”
Cuando su carne quiere quejarse por las dificultades, el Espíritu dice, “Dad gracias en todo.”[14] El corazón rendido dice, “Sí.”
Cuando su carne quiere discutir con un jefe poco razonable, el Espíritu dice, “Por causa del Señor someteos a toda institución humana.”[15] El corazón rendido dice, “Sí.”
Cuando nos rendimos a Dios, el mismo espíritu que habitó en Cristo viene a habitar en nosotros. Por medio del Espíritu – no por nuestras buenas intenciones – somos empoderados para reaccionar como Cristo ante las frustraciones de la vida diaria, ante las decepciones del ministerio y ante las tentaciones de Satanás.
► Comparta acerca de una ocasión reciente cuando los deseos de la carne entraron en conflicto con la voluntad de Dios. ¿Qué hizo para vivir en continua rendición al verse enfrentado con esa tentación? ¿Hay en este momento alguna tentación en la cual usted debe rendirse de nuevo a la voluntad de Dios? Como grupo, oren unos por otros en estas áreas.
[16]“El secreto más maravilloso de una vida santa no consiste en imitar a Jesús, sino en permitir que sus cualidades perfectas se manifiesten en mí… La santificación no es tomar de Jesús el poder para ser santo, sino la santidad que se manifestó en Él.
- Oswald Chambers
Conclusión: Dios Trabaja a Través del Amor Semejante al de Cristo
Cuando empecé a escribir esta lección, me sentí un poco dudoso. Aunque en mi mente sé que hemos sido llamados a amar a nuestros enemigos, también sé que vivimos en un mundo conflictivo. Muchos de los que leen estas lecciones viven en situaciones en las que la iglesia es amenazada por el gobierno, por falsas religiones o por presiones sociales. Mientras escribía sobre amar a los enemigos, me preguntaba, “¿Es razonable pensar que en verdad podemos transformar nuestro mundo amando a nuestros enemigos? ¿Cómo podemos amar a nuestro enemigo cuando nuestro enemigo está tratando de matarnos?”
Cuando estaba trabajando en esta lección, leí un artículo acerca de un creyente iraquí que vive en Bagdad.[1] Mientras el reportero hablaba con este hombre, los soldados de ISIS estaban a cuarenta minutos de su casa. El reportero preguntó, “¿Su iglesia sigue reuniéndose para adorar?” El hombre contestó, “¡Sí! De hecho, hemos abierto dos nuevos grupos de oración en nuestra iglesia – uno para orar por nuestros hermanos perseguidos en el norte, y otro para orar por nuestros enemigos.”
Los miembros de la Iglesia de San Jorge en Bagdad están orando por sus enemigos. También les llevan comida a algunas viudas musulmanas. Ellos aman a sus enemigos porque saben que han sido llamados a seguir el ejemplo de Jesús.
Este artículo me hizo recordar la verdad que observamos a lo largo de la historia de la iglesia. La forma en la que Dios trabaja es siempre contraria a la forma de actuar del ser humano. El hombre trabaja a través de las Cruzadas; Dios trabaja a través de un Ramon Llull, que murió a la edad de ochenta y dos años durante el último de sus muchos viajes misioneros al mundo islámico. El hombre trabaja a través de la fuerza militar; Dios trabaja a través de un Hudson Taylor, que dedicó su vida a evangelizar las regiones del interior de China. El hombre trabaja a través de la Inquisición; Dios trabaja a través de un Martín Lutero, que estuvo dispuesto a enfrentar la muerte antes que negar la verdad de Dios.
La manera de Dios nunca es la manera del hombre. Pero en última instancia, la manera de Dios triunfa. Cuando los cristianos aman como Jesús ama, nuestro mundo es transformado para la eternidad. El cambio es lento y a menudo doloroso, pero es la manera en la que Dios trabaja en nuestro mundo caído.
Para ministrar como Jesús tenemos que amar como Jesús. En una ocasión le preguntaron a un viejo evangelista cuál era el secreto de su ministerio. Él dijo, “La única forma en que las personas van a saber cuánto los ama Dios es viendo cuánto los ama usted.” Este evangelista entendió que cuando el amor de Dios brilla a través de nosotros, podemos acercar a la gente a Dios. Eso es lo que significa amar como Jesús.
[1] Mindy Belz, “How Does the Church Move the World?” (¿Cómo Mueve la Iglesia al Mundo?) World Magazine, Mayo 27, 2017.
Lección 7 Asignación
En esta lección hemos visto cómo ama Jesús. Para esta asignación usted deberá encontrar maneras de seguir el ejemplo de Jesús para amar a su prójimo. Hacer esta asignación no requiere mucho tiempo; ¡ponerla en práctica requiere más tiempo! No deje de ponerla en práctica. Hemos sido llamados a amar como Jesús ama.
En la columna 1, dé un ejemplo específico tomado de los Evangelios del amor de Jesús por las personas.
En la columna 2, escriba una aplicación específica para su vida. ¿Cómo va a seguir el ejemplo de Jesús? Esta asignación es para usted; sea lo más específico que pueda.
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