Job lo había perdido todo. Su riqueza había desaparecido. Sus hijos habían muerto en una tormenta. Su salud estaba destruida. Estaba sentado en un montón de cenizas rascándose las llagas con un trozo de cerámica rota. Su esposa le dijo que maldijera a Dios y muriera. Sus amigos lo acusaron de pecados terribles. Aquellos que lo habían honrado en el pasado ahora se burlaban de él.
En su sufrimiento, Job no ora: “Dios, devuélveme mi riqueza” o incluso “Dios, sana mi cuerpo”. En cambio, clama: “¡Quién me diera saber dónde encontrarlo, para poder llegar hasta Su trono!” (Job 23:3). Job llora porque no puede encontrar al Dios que había conocido tan íntimamente. “Me adelanto, pero Él no está allí, retrocedo, pero no lo puedo percibir; Cuando se manifiesta a la izquierda, no lo distingo, se vuelve a la derecha, y no lo veo” (Job 23:8-9).
Job recuerda los días en que el favor de Dios estaba sobre su tienda (Job 29:4). Pero ahora:
Él me ha arrojado al lodo, y soy como el polvo y la ceniza. Clamo a Ti, y no me respondes; Me pongo en pie, y no me prestas atención. Te has vuelto cruel conmigo, con el poder de Tu mano me persigues (Job 30:19-21).
Este es el grito de un hombre que se siente traicionado por su amigo más íntimo. Es el grito de un hombre que amaba a Dios.
La historia de Job no termina en la desesperación. Después de que Dios le habló desde el torbellino, Job respondió: “He sabido de Ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). Job no se consoló con la devolución de sus bienes, su salud o incluso su familia, sino con el regreso de la presencia de Dios. Job se consoló cuando vio a Dios. Job era un hombre santo; Job amaba a Dios.
La santidad en los libros poéticos: amar a Dios
► ¿Qué significa amar a Dios? ¿De qué manera influirá un amor verdadero por Dios en tus prioridades respecto a tu tiempo y tu dinero? ¿Cómo afectará el amor a Dios tu perspectiva sobre sus mandamientos?
El libro de Job y los Salmos repiten un mensaje que vimos en el Pentateuco: la santidad es la relación con Dios. Somos santos solamente cuando vivimos en relación con Dios. Ser santo significa amar a Dios plenamente.
Enoc, Noé y Abraham eran santos porque caminaban con Dios. De la misma manera, Job y David eran santos porque caminaban con Dios. El libro de Job cuenta la historia de un hombre que amaba a Dios por encima de todo. El libro de los Salmos contiene las oraciones y los cánticos de un hombre cuya mayor alegría era la comunión íntima con Dios.
Las personas santas se deleitan en Dios
[1]Las personas santas se deleitan en Dios; encuentran en él su alegría más profunda. El deseo que domina a una persona santa es agradar a Dios.
Para aquellos que miden la santidad con una lista de “lo que se debe y no se debe hacer”, esto parece simplista. Muchas personas ven la santidad sólo como un deber, no como un deleite. Las Escrituras muestran que las personas santas se deleitan en Dios. Job no deseaba nada más que restaurar su relación con Dios. David dio testimonio del gozo de una relación íntima con Dios. Encontró su gozo más profundo en Dios.
Un maestro estaba enseñando en una ciudad donde el agua potable no era segura. Un día caluroso, olvidó traer su filtro de agua. Cuando terminó la clase, solo tenía un pensamiento: “¡Necesito agua!”. Si le hubieran dado a elegir entre 100 dólares o un vaso de agua limpia, habría elegido el agua. Cuando tenía mucha sed, el agua era más importante que cualquier otra cosa.
Esa noche, se preguntó: “¿Tengo tanta sed de Dios como hoy tenía sed de agua? ¿Es Él más importante para mí que cualquier otra cosa en este mundo?”.
David tenía sed de Dios. “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por Ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente” (Salmo 42:1-2). David comparó su deseo por Dios con la sed de un ciervo sediento. El mayor deseo de un ciervo sediento es el agua; el mayor deseo de una persona santa es la intimidad con Dios. Una persona santa tiene hambre y sed de justicia (Mateo 5:6).
Los Salmos contrastan los deleites de los pecadores con los deleites de una persona santa. Los pecadores se deleitan en la guerra; se deleitan en la falsedad; aman maldecir (Salmo 62:4; Salmo 68:30; Salmo 109:17). Por el contrario, las personas santas encuentran la plenitud de gozo en la presencia de Dios; aman la casa de Dios y el lugar donde habita su gloria (Salmo 16:11; Salmo 26:8). El salmista determinó: “Fuera de Ti, nada deseo en la tierra” (Salmo 73:25). Las personas santas encuentran su mayor deleite en Dios.
El Salmo 63 muestra la belleza de meditar en Dios. David huía de Saúl. Su vida estaba en peligro. En esa situación, ¿en qué pensarías tú? La mayoría de la gente se sentiría tentada a meditar en el peligro. David dice: “Cuando en mi lecho me acuerdo de Ti, en Ti medito durante las vigilias de la noche”. Incluso en peligro, los pensamientos de David estaban en Dios. Encontró esta meditación tan satisfactoria como una comida abundante (Salmo 63:5-6).
El cantor de los Salmos se deleitaba en Dios; estaba enamorado de Dios. Las personas santas se deleitan en Dios. Piensa por un momento: ¿qué te da sed? ¿Te deleitas en Dios?
Las personas santas se deleitan en la ley de Dios.
Una persona santa se deleita en la ley de Dios. Los Salmos muestran que la ley de Dios no es una amenaza para su pueblo; las personas santas aman la ley de Dios. David dijo: “Me deleito en hacer Tu voluntad, Dios mío” (Salmo 40:8). No le costaba obedecer a Dios; encontraba deleite en la obediencia a Dios.
El deleite en la ley de Dios impregna todos los Salmos. El tema del Salmo 119 es la Palabra de Dios. Escucha el gozo de David:
Abre mis ojos, para que vea las maravillas de Tu ley (Salmo 119:18).
Mejor es para mí la ley de Tu boca que millares de monedas de oro y de plata (Salmo 119:72).
Venga a mí Tu compasión, para que viva, porque Tu ley es mi deleite (Salmo 119:77).
¡Cuánto amo Tu ley! Todo el día es ella mi meditación (Salmo 119:97).
Anhelo Tu salvación, Señor, y Tu ley es mi deleite (Salmo 119:174).
La ley de Dios revela el amor de Dios
“La tierra, oh Señor, está llena de Tu misericordia; Enséñame Tus estatutos” (Salmo 119:64). Dios muestra su amor a través de su ley: “Haz con Tu siervo según Tu misericordia y enséñame Tus estatutos” (Salmo 119:124). El pueblo santo se deleita en la ley de Dios porque sabe que la ley de Dios revela el amor de Dios.
Moisés dijo que la obediencia de Israel a la ley de Dios haría que otras naciones envidiaran su sabiduría.
Así que guárdenlos y pónganlos por obra, porque esta será su sabiduría y su inteligencia ante los ojos de los pueblos que al escuchar todos estos estatutos, dirán: “Ciertamente esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente” (Deuteronomio 4:6).
Moisés preguntó: “¿O qué nación grande hay que tenga estatutos y decretos tan justos como toda esta ley que hoy pongo delante de ustedes?” (Deuteronomio 4:8). La ley de Dios no esclavizó a Israel; la ley de Dios bendijo a Israel.
[2]Hoy en día, es común escuchar a predicadores enseñar que la ley de Dios era una carga pesada que no se podía obedecer. Algunos cristianos dicen que la ley de Dios es una meta que nadie puede alcanzar. Sin embargo, Moisés, David y otros santos del Antiguo Testamento se regocijaban en la ley de Dios. Creían que era un gozo honrar el nombre de Dios y el sabbat de Dios. No querían postrarse ante ídolos falsos.
No creían que serían más felices si deshonraban a sus padres, cometían asesinato y adulterio, o robaban y mentían. Sabían que es mejor estar contento que codiciar lo que tiene nuestro prójimo. La ley de Dios no era una carga. Dios dio su ley desde un corazón lleno de amor. La ley guiaba al pueblo santo en su relación con un Dios santo. La ley de Dios era un deleite para su pueblo.[3]
La ley de Dios revela el carácter de Dios
Si amamos a Dios, amaremos su ley. El salmista declaró: “Maravillosos son Tus testimonios; Por lo que los guarda mi alma” (Salmo 119:129). David no dijo: “Tu ley es difícil, pero trataré de obedecerla”. No; David dijo: “¡La ley de Dios es maravillosa!”.
Los santos se deleitan en la ley de Dios. El salmista amaba la ley de Dios porque sabía que la ley es más que una lista de reglas; la ley de Dios revela el carácter de Dios.
► Lee los Salmos 111 y 112.
Los salmos 111 y 112 son salmos complementarios. Juntos, muestran la importancia de la ley de Dios para la persona santa. El salmo 111 describe el carácter de Dios: Dios es justo, clemente y compasivo.
El Salmo 112 comienza así: “Cuán bienaventurado es el hombre que teme al Señor, que mucho se deleita en Sus mandamientos”. La persona que se deleita en los mandamientos de Dios será bendecida. ¿Cómo? Se volverá como Dios. Será clemente, compasivo y justo. Estas son las mismas características que describen a Dios en el Salmo 111. A medida que nos deleitamos en la ley de Dios, nos volvemos cada vez más como Dios.
El Pentateuco enseña que una persona santa refleja la imagen de Dios. Los Salmos 111 y 112 muestran que una persona que se deleita en la ley de Dios es transformada a la imagen de Dios. La persona que se deleita en la ley de Dios se vuelve más como Dios.
Si realmente amamos a Dios, guardaremos su ley. David preguntó: “¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Y quién podrá estar en Su lugar santo?” ¿Quién podrá vivir en la presencia de Dios? El de manos limpias y corazón puro (Salmo 24:3-4). Vivir en la presencia de Dios requiere obediencia a su ley. Los libros poéticos muestran que Dios exige obediencia a quienes dicen amarlo.
Los libros poéticos también muestran que Dios hace posible la obediencia fiel. Esta es la promesa de Dios a quienes lo aman.
La historia de Job comienza así: “Hubo un hombre en la tierra de Uz llamado Job. Aquel hombre era intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:1). Cuando Elifaz acusó a Job de pecado, Job respondió:
Mi pie ha seguido firme en Su senda, su camino he guardado y no me he desviado. Del mandamiento de Sus labios no me he apartado, he atesorado las palabras de Su boca más que mi comida (Job 23:11-12).
Alguien podría preguntar: “¿Cómo puede Job decir que no ha quebrantado los mandamientos de Dios? Todos pecamos todos los días”. Job responde: “Amo a Dios y me regocijo en obedecerle cuidadosamente”. Job caminaba íntimamente con Dios. Guardaba el mandamiento de sus labios. ¿Es posible una vida santa? Job responde: “Sí”. Job sabía que Dios hace posible la obediencia fiel a aquellos que lo aman.
Una vida santa no se basa en nuestras propias fuerzas, sino que proviene de la dependencia diaria de Dios. Job era irreprochable, no porque fuera inusualmente autodisciplinado, sino por su íntima relación con Dios. Job entendía que Dios exige una obediencia fiel y que Él hace posible esa obediencia fiel.
Esta verdad tiene un poderoso impacto en la vida diaria del creyente. Dios exige que su pueblo sea santo y Dios santifica a su pueblo. Es a través de él que somos santificados y purificados. Dios exige santidad y Dios proporciona santidad. Dios provee todo lo que su Palabra exige.
Los que se deleitan en Dios reciben el deseo de su corazón
El Salmo 37 muestra el resultado de deleitarse en Dios. “Pon tu delicia en el Señor, y Él te dará las peticiones de tu corazón” (Salmo 37:4).
Algunos lectores piensan que el Salmo 37:4 enseña: “Si sirvo a Dios, él me dará todo lo que pida. Me hará rico”. David no está predicando un evangelio que dice: “Dios quiere que sus hijos sean ricos”. David dice algo mucho más importante: “Si tu deseo más profundo es Dios, Dios se entregará a ti”. Si deseas a Dios, recibirás a Dios.
Si sigues a Dios para recibir salud, riqueza y fama, te decepcionará el mensaje del Salmo 37:4. Si sigues a Dios por bendiciones materiales, te decepcionarás cuando descubras que tu recompensa es... ¡Dios!
Para una persona egocéntrica, recibir a Dios no es una gran recompensa. La persona egocéntrica no desea a Dios. Pero para una persona que desea a Dios, el Salmo 37:4 es una gran promesa. Para la persona santa, Dios es el mayor regalo posible.
A quienes lo desean, Dios les concede una relación íntima con Él. Deleitarse en Dios no siempre trae bendiciones financieras ni libertad del sufrimiento. Las personas que se deleitan en Dios pueden ser odiadas por un enemigo. Las personas santas a menudo sufren. Sin embargo, David y Job descubrieron que, incluso en tiempos de sufrimiento, Dios honra a los que se deleitan en Él.
La santidad es amar a Dios. Las personas santas se deleitan en Dios; a su vez, Dios se entrega libremente a quienes tienen hambre y sed de Él.
“Dios mío,
Te pido que pueda conocerte y amarte de tal manera que pueda regocijarme en ti.
Que mi mente medite en tu bondad.
Que mi lengua hable de ella.
Que mi corazón viva para ella.
Que mi alma la anhele.
Que todo mi ser la desee,
hasta que entre en tu alegría”.
- Anselmo de Canterbury
[2]“¡Imaginamos que todo lo que es desagradable es nuestro deber! ¿Es eso acaso el espíritu de nuestro Señor? “En hacer tu voluntad, oh Dios mío, hay deleite para m픓.- Oswald Chambers
[3]Adaptado de Dennis F. Kinlaw, This Day with the Master (Grand Rapids: Zondervan, 2004).
La santidad en los Evangelios: amar a Dios
Un intérprete de la ley le preguntó a Jesús: “Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le señaló la Ley de Moisés. “¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?”.
El intérprete citó Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18. Estas escrituras resumen la Ley. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús respondió: “Has respondido correctamente; haz esto y vivirás” (Lucas 10:25-28). La santidad es amor perfecto.
Unos meses más tarde, Jesús estaba en Jerusalén. Un escriba le preguntó: “¿Cuál mandamiento es el más importante de todos?” (Marcos 12:28). Los fariseos habían contado 613 leyes del Antiguo Testamento. A menudo discutían sobre cuál era la más importante. Jesús respondió:
El más importante es: “Escucha, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento mayor que estos (Marcos 12:29-31).
Jesús definió la santidad como el amor a Dios y el amor a los demás. La verdadera santidad se expresa a través del amor. Crecemos en santidad a medida que crecemos en el amor de Cristo. Ser santo es amar como Jesús amó; este es el amor perfecto.
En la lección 5, vimos que los escritores del Antiguo Testamento usaban la palabra perfecto para referirse a un corazón que no está dividido. Ser perfecto es no estar dividido en el compromiso con Dios. Los escritores del Nuevo Testamento usan la palabra perfecto de manera similar. Jesús mandó a sus seguidores que “sean ustedes perfectos” (Mateo 5:48). En los Evangelios, vemos que ser perfecto es tener un amor indiviso por Dios y por nuestro prójimo. Ser perfecto es amar sin reservas. Este es el amor perfecto.
El mensaje del amor perfecto no era nuevo en los Evangelios. Jesús recordó a Israel que Dios siempre había exigido amor hacia Él y hacia nuestro prójimo. Deuteronomio 6 muestra que el amor es el fundamento de la Ley. La obediencia sin amor conduce al legalismo. Jesús enseñó que ser santo es amar a Dios. Si amamos a Dios, le obedeceremos. La santidad es amar a Dios con todo el corazón.
El amor a Dios es más que una emoción. John Wesley definió el amor a Dios de esta manera:
... deleitarse en él, regocijarse en su voluntad, desear continuamente agradarlo, buscar y encontrar nuestra felicidad en él, y tener sed día y noche de un disfrute más pleno de él.[1]
El amor a Dios cambia toda la dirección de nuestra vida. Complacer a Dios se convierte en nuestra mayor ambición y nuestra mayor alegría. Jesús mostró lo que significa amar a Dios perfectamente. En Jesús vemos el amor santo que Dios desea para cada cristiano.
Jesús demostró un amor perfecto por Dios en su vida
Jesús demostró un amor perfecto por su Padre. Jesús vivió en alegre sumisión a la voluntad de su Padre. No se trataba de la sumisión forzada de un esclavo, sino de la sumisión amorosa de un hijo.
La tentación muestra el amor de Jesús por el Padre
Antes de comenzar su ministerio público, Jesús se enfrentó a la tentación en el desierto. Cada tentación tenía como objetivo destruir la relación entre el Padre y el Hijo.
Satanás tentó a Jesús para que pasara por alto al Padre y proveyera pan para sí mismo. Satanás tentó a Jesús para que abandonara la adoración al Padre a fin de obtener autoridad sobre los reinos del mundo. Satanás tentó a Jesús para que tentara al Padre saltando desde lo alto del templo (Lucas 4:1-12). Cada tentación era una prueba del amor de Jesús por el Padre. Jesús respondió mostrando su completa confianza en su Padre celestial.
En lugar de convertir las piedras en pan, Jesús citó Deuteronomio 8:3: “Escrito está: ‘No solo de pan vivirá el hombre’”. Moisés recordó a Israel que Dios había provisto maná en el desierto; Israel podía confiar en la provisión amorosa de su Padre. De la misma manera, Jesús confió en la provisión amorosa de su Padre.
En lugar de inclinarse ante Satanás, Jesús citó Deuteronomio 6:13: “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás”. Como amaba a Dios perfectamente, Jesús rechazó la tentación de inclinarse ante Satanás.
En lugar de poner a prueba a su Padre saltando desde la cima del templo, Jesús citó Deuteronomio 6:16: “Se ha dicho: “No tentarás al Señor tu Dios”. Como amaba a Dios perfectamente, Jesús se negó a poner a prueba la promesa de protección de su Padre.
La purificación del templo muestra el amor de Jesús por el Padre
Incluso de niño, Jesús amaba la casa de su Padre (Lucas 2:49). Amaba a su Padre, por lo que amaba la casa de su Padre.
Cuando Jesús encontró comerciantes deshonestos en el templo, respondió con ira justa.
Y haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos fuera del templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los que cambiaban el dinero y volcó las mesas (Juan 2:15).
¿Por qué se enfadó Jesús? Porque estos comerciantes estaban deshonrando la casa de su Padre: “No hagan de la casa de Mi Padre una casa de comercio” (Juan 2:16). Jesús amaba a su Padre y respondió con furia ante la falta de respeto hacia la casa de su Padre.
Jesús tenía emociones humanas normales. Ante el mal, sentía ira, pero no pecaba (Marcos 3:5; Efesios 4:26). La santidad no eliminaba las emociones de Jesús. Al contrario, debido a que era santo, las emociones de Jesús reflejaban las emociones de su Padre. Jesús se enojaba por las cosas que enojaban a su Padre.
La sumisión de Jesús muestra su amor por el Padre
En su mensaje de despedida, Jesús señaló su obediencia como testimonio de su amor por el Padre. “Pero para que el mundo sepa que Yo amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago” (Juan 14:31). Jesús demostró su amor por el Padre mediante su sumisión voluntaria a la voluntad del Padre. Este es el amor perfecto.
Incluso en la prueba definitiva, Jesús se sometió a la voluntad del Padre. Jesús sabía que sufriría un juicio vergonzoso seguido del dolor inimaginable de la cruz. Sería separado del Padre por el pecado del hombre. Jesús oró: “Padre, si es Tu voluntad, aparta de Mí esta copa...” (Lucas 22:42). Jesús de Nazaret se enfrentó a la prueba definitiva de la sumisión al Padre.
En su humanidad, Jesús suplicó por liberación. Pero en su humanidad, Jesús mostró su voluntad de someterse al Padre. “pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya”. Jesús demostró un amor perfecto por el Padre a través de su sumisión a la voluntad del Padre.
La vida de Jesús es un modelo de amor perfecto. Ser santo es amar a Dios como Jesús amó a su Padre.
Jesús enseñó a sus seguidores a amar a Dios perfectamente
Amar a Dios es más que una emoción. Es un compromiso a largo plazo que cambia las prioridades fundamentales de nuestra vida. Jesús definió el amor de esta manera:
Si alguien viene a Mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo. El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser Mi discípulo (Lucas 14:26-27).
Para los maestros judíos, la palabra aborrecer significaba “amar menos que otra cosa”. El seguidor de Jesús debe amar a Jesús por encima de todos los demás, incluso por encima de sí mismo. Eso es lo que significa amar a Dios: amar a Dios por encima de todo.
Jesús dijo: “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro” (Lucas 16:13). El amor es exclusivo. Si amas a Dios, Él ocupa el primer lugar en tu vida por encima de todo.
Jesús enseñó que la obediencia fiel y voluntaria demuestra amor. “El que tiene Mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama”. La recompensa por esta obediencia amorosa es una relación íntima con Dios. “Y el que me ama será amado por Mi Padre; y Yo lo amaré y me manifestaré a él” (Juan 14:21).
Muchos años después, Juan recordó las palabras de Jesús en el aposento alto. Juan escribió: “El que guarda Su palabra, en él verdaderamente se ha perfeccionado el amor de Dios” (1 Juan 2:5). La santidad es el amor perfecto a Dios. Las personas santas se someten voluntariamente a la voluntad del Padre. Las personas santas siguen el modelo de obediencia de Jesús.
Cuando amamos a Dios perfectamente, nos deleitamos en obedecer su voluntad. Cuando amamos a Dios perfectamente, sometemos voluntariamente nuestra voluntad a la voluntad de nuestro Padre. Cuando amamos a Dios perfectamente, oramos con David:
Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno (Salmo 139:23-24).
El amor perfecto nos da un intenso deseo de agradar a nuestro Padre celestial. Rechazamos todo lo que pueda dañar nuestra relación con él. La santidad es amor perfecto a Dios.
La relación entre Jesús y el Padre es un modelo para el cristiano
► Lee Juan 17.
Jesús dio una imagen de la santidad en su oración sumo sacerdotal. En Juan 17, Jesús oró por sí mismo, por sus discípulos y luego por todos los creyentes. Jesús mostró que su íntima relación con el Padre es el modelo para la relación entre los cristianos y nuestro Padre.
Jesús oró por sí mismo (Juan 17:1-5)
Ante la muerte, Jesús se regocijó de haber cumplido la obra que el Padre le había encomendado: “Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera”.
Más adelante en esta oración, Jesús dijo:
Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al mundo, Yo también los he enviado al mundo. Y por ellos Yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad (Juan 17:17-19).
La palabra griega que se utiliza tres veces en este pasaje puede significar “hacer santo” o “consagrar y apartar”. Como Jesús no tenía pecado, no necesitaba ser santificado. En esta oración, “santificar” significa “consagrar o apartar”. Jesús se apartó a sí mismo para cumplir la obra que el Padre le había encomendado. Jesús se consagró a la tarea que el Padre le había encomendado.
Jesús oró por sus discípulos (Juan 17:6-19)
Jesús oró para que los discípulos fueran santificados en la verdad. “Y por ellos Yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad”. Así como Jesús fue apartado para servir en la tierra, oró para que los discípulos fueran apartados para servir. La relación entre el Hijo y el Padre era un modelo para la relación entre los discípulos y el Padre. Al seguir el ejemplo de Jesús, los discípulos fueron apartados para compartir su verdad con el mundo.
Jesús oró por todos los creyentes (Juan 17:20-26)
Jesús oró entonces por todos los que creerían en él. Oró para que todos los cristianos compartieran la unidad que él y el Padre disfrutaban. Jesús oró para que fuéramos perfeccionados en unidad. Esta es la misma palabra que se utiliza en Mateo 5:48: “Sean ustedes perfectos como su Padre celestial es perfecto”. Esta palabra sugiere el logro de un objetivo. El objetivo es el amor perfecto, el amor que se ve en la Trinidad.
Como creyentes, estamos invitados a compartir el amor divino del Padre y del Hijo. Jesús oró “para que el amor con que me amaste (el Padre) esté en ellos y Yo en ellos”. El amor entre Jesús y el Padre es el modelo para todos los creyentes. Esto es lo que significa ser santo: tener el amor perfecto modelado por Jesús.
Simón tenía una pregunta para su pastor. “Pastor, quiero ser santo. Como Abraham, quiero ser amigo de Dios. Pero hay un problema. Hago algunas cosas que sé que están mal. Amo a Dios, pero no quiero obedecerle. ¿Puedo ser amigo de Dios si no le obedezco?”.
Jesús respondió a la pregunta de Simón hace más de 2,000 años. “Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos” (Juan 14:15). En ningún lugar dice Dios: “Si me aman, pueden seguir viviendo en pecado deliberado”. En cambio, Jesús dijo: “Si me aman, guardarán Mis mandamientos”. Jesús continuó: “El que no me ama, no guarda Mis palabras” (Juan 14:24).
Algunos que se profesan cristianos hablan de su amor por Dios mientras siguen viviendo en pecado deliberado. Para estas personas, amar a Dios es simplemente una emoción. Afirman amar a Dios, pero eso no ha cambiado su vida. Sin embargo, amar a Dios es más que una emoción o un sentimiento. Amar a Dios requiere obedecer voluntariamente sus mandamientos.
Sara tenía una pregunta para su pastor. “Pastor, quiero ser santa. Como Job, quiero ser irreprochable y justa. Soy cuidadosa en guardar todos los mandamientos. Pero hay un problema. En realidad, no amo a Dios. Le obedezco por miedo a que se enoje si desobedezco. Obedezco a Dios, pero no lo amo. ¿Puedo ser santa si no amo a Dios?”.
Jesús respondió a la pregunta de Sarah hace más de 2,000 años. Jesús dio un mensaje a la iglesia de Éfeso. Elogió sus buenas obras y su doctrina correcta. Los alabó por su fidelidad ante la persecución. Pero dijo: “Pero tengo esto contra ti: que has dejado tu primer amor”. Jesús se tomó tan en serio la falta de amor que amenazó con quitarles el candelabro de su lugar si no se arrepentían y recuperaban su primer amor (Apocalipsis 2:2-5).
Algunos cristianos creen que pueden ganarse el favor de Dios mediante la obediencia, pero su obediencia no va acompañada de amor. Creen que la santidad es una cuestión de obediencia a una lista de reglas. Han olvidado que la raíz de la santidad es el amor a Dios.
En el fondo, tanto Simón como Sara tienen el mismo problema fundamental: ninguno de los dos ama verdaderamente a Dios. La falta de amor de Simón por Dios se manifiesta en su mundanalidad. La mundanalidad dice: “Amo este mundo más que a Dios”.
La falta de amor de Sara hacia Dios se refleja en el legalismo. El legalismo dice: “No obedezco a Dios por amor, sino por el deseo de ganarme su favor”. Ninguna de estas dos cosas está motivada por el amor a Dios. La respuesta tanto a la mundanalidad como al legalismo es la misma: el amor a Dios.
La respuesta a la mundanalidad: amar a Dios
¿Qué significa ser mundano? Muchas veces definimos la mundanalidad por un estilo de vestir, un tipo de entretenimiento, el deseo de aprobación pública, la ostentación o algún otro signo externo. Estos pueden ser síntomas de la mundanalidad, pero la mundanalidad es mucho más profunda. Esta es la pregunta que hay que hacerse para definir la mundanalidad: “¿Qué es lo que me produce verdadero deleite?”.
Ser mundano es deleitarse en este mundo. Una persona mundana busca la satisfacción definitiva en este mundo. Ser mundano es valorar las cosas de este mundo por encima de las cosas de Dios.
Lot vio que el valle del Jordán estaba bien regado. Eligió el valle que le agradaba a la vista (Génesis 13:10-11). Lot era mundano; se deleitaba en los placeres de este mundo.
Demas abandonó su ministerio porque encontró deleite en este mundo. Pablo escribió: “Pues Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica”, una ciudad próspera (2 Timoteo 4:10). Demas era mundano; amaba este mundo.
Una persona piadosa encuentra su mayor deleite en Dios. El salmista escribió: “Fuera de Ti, nada deseo en la tierra” (Salmo 73:25). El salmista era piadoso; amaba a Dios.
La respuesta a la mundanalidad no es un conjunto de reglas. La respuesta a la mundanalidad es el amor a Dios. Un pastor escocés del siglo, Thomas Chalmers, predicó un sermón sobre “El poder expulsivo de un nuevo afecto”. El reverendo Chalmers dijo que hay dos cosas que debemos hacer si queremos dejar de amar el mundo.
1. Debemos despojarnos de algo. Debemos reconocer el vacío de este mundo. A medida que vemos la vanidad de las cosas de este mundo, nuestro amor por él se debilita. Pero eso por sí solo no es suficiente.
2. Debemos añadir algo. Debemos sustituir el amor por este mundo por algo mucho más hermoso. Cuando nos enamoramos de Dios, nuestro nuevo amor expulsa el antiguo amor por el mundo.
La cura para amar este mundo es enamorarse de Dios. Jesús contó una parábola sobre un mercader que vendió todo lo que tenía para comprar una perla valiosa.
El reino de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró (Mateo 13:45-46).
Imagina que le dices a este mercader: “¡Lo siento mucho por ti! Es triste que hayas tenido que vender tantas posesiones”. ¡El mercader se reiría de ti! Te diría: “¿Un sacrificio? No estoy haciendo ningún sacrificio; estoy comprando una perla de gran valor. Las cosas que he vendido son nada en comparación con esta hermosa perla”. El mercader ha encontrado un nuevo afecto. Se ha enamorado de algo que ha expulsado su antiguo amor.
La respuesta a la mundanalidad es enamorarse de Dios. El amor a Dios expulsará nuestro amor por el dinero, por los aplausos, por la apariencia y por todas las cosas que el mundo utiliza para seducir al pueblo de Dios. Las personas santas aman a Dios, y ese amor expulsa el amor por este mundo.
La respuesta al legalismo: amar a Dios
[1]Cuando deseamos sinceramente vivir una vida santa, podemos sentir la tentación de ir más allá del principio bíblico de la perfección cristiana y caer en un “perfeccionismo” legalista.
La perfección cristiana bíblica es un corazón de amor indiviso por Dios. La perfección cristiana muestra un corazón que busca agradar a Dios en todos los ámbitos. Reconoce que ni siquiera el corazón sincero y amoroso puede llevarnos a un nivel de actuación perfecta. Estamos limitados por nuestra debilidad humana. Una persona santa no infringirá voluntariamente la ley de Dios, pero la persona más santa seguirá confiando en la gracia de Dios en aquellas áreas en las que, sin querer, no alcanzamos los estándares absolutos de Dios sobre el bien y el mal.
El “perfeccionismo”, por otro lado, me lleva a esperar un desempeño perfecto en todos los ámbitos de la vida. El perfeccionismo se centra en mí y en mi desempeño como persona santa, en lugar de centrarse en Jesús y su poder en mi vida.
El perfeccionismo a menudo conduce a un esfuerzo legalista por ganarse el favor de Dios a través de la separación. A menudo mide la santidad por una lista de cosas que no hago (no fumo, no bebo bebidas alcohólicas, no uso ropa inmodesta) o cosas que hago (ayuno, oro, ofrendo a la iglesia).
Como vimos en la lección 4, una persona santa querrá mantenerse separada de todo lo que desagrada a Dios. Decir “amo a Dios con todo mi corazón” y luego vivir una vida que busca satisfacer los deseos mundanos es incorrecto.
Sin embargo, nunca debemos permitir que nuestro deseo de tener un corazón separado y una vida separada nos lleve a creer que podemos medir nuestra relación con Dios mediante una lista de “cosas que se deben hacer y cosas que no se deben hacer”. La santidad es ante todo una cuestión del corazón y una relación de amor con Dios. Esa relación inspira nuestro deseo de vivir una vida santa y separada. Lo contrario nunca funcionará: una vida separada en sí misma nunca inspira una relación de amor hacia Dios.
Debemos buscar ser perfectos como Dios nos manda. No debemos buscar ganarnos el favor de Dios a través del perfeccionismo. Un corazón perfecto es un corazón que ama a Dios completamente.
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La clave para una vida santa: amar a Dios
Solo amamos a Dios si le obedecemos plenamente. Solo obedecemos a Dios plenamente si le amamos de verdad. Como hijos de Dios, podemos ir más allá de servir a Dios por obligación. Podemos llegar al punto en que nos deleitamos en servirle. Este deleite solo vendrá a través del amor. Un niño que obedece a sus padres solo por miedo o por obligación nunca encuentra gozo en la obediencia. Un niño que obedece por amor encuentra que la obediencia es un gozo.
Cuando una niña pequeña aprende a tocar el violín, debe practicar todos los días. Al principio, practicar puede ser más una obligación que un placer. Pero si la niña quiere llegar a ser una violinista excelente, debe llegar a un punto en el que tocar el violín sea más que una obligación. Debe ser un placer. La obligación es cuando una niña practica porque su madre le dice: “Debes practicar”. El deleite es cuando una niña toca porque disfruta tocando. El verdadero violinista encuentra deleite en la obligación de practicar.
Lo mismo ocurre con nuestra vida espiritual. Una persona santa lee la Palabra de Dios como una disciplina espiritual, pero también se deleita en ella. La obediencia a Dios se convierte tanto en un deber como en un deleite.
Piensa en la diferencia cuando servimos a Dios por deleite, en lugar de por obligación. La obediencia se convierte en una alegría, no en una carga. La oración, la Palabra de Dios y las disciplinas de la vida cristiana se convierten en un gozo. Esto es lo que significa amar a Dios. Las personas santas obedecen con gozo porque aman a Dios.
[1]Adaptado de John Oswalt, Called to Be Holy: A Biblical Perspective (Nappanee: Evangel Publishing House, 1999), 186-188.
Él encontró el secreto - John Sung
John Sung fue uno de los evangelistas más importantes del siglo XX. Era hijo de un pastor metodista de la provincia de Fujian, en China, y se convirtió al cristianismo a los nueve años.
Sung llegó a Estados Unidos para estudiar a los 19 años. John Sung, un estudiante brillante, completó su licenciatura, máster y doctorado en química en solo seis años. Desgraciadamente, durante este periodo, Sung comenzó a dudar de las enseñanzas bíblicas que había aprendido de su padre.
Sung decidió pasar un año en el Union Theological Seminary buscando respuestas a sus preguntas. En lugar de proporcionarle respuestas, los profesores liberales del Union socavaron aún más la fe de Sung.
En 1926, John Sung asistió a un servicio religioso en Harlem. Esa noche, una joven de 15 años testificó de la transformación que Dios había obrado en su vida. Sung comenzó a buscar una relación renovada con Dios. Los profesores del seminario se convencieron de que John Sung estaba mentalmente enfermo y el presidente, Henry Sloan Coffin, lo internó en un manicomio. Durante sus 193 días en el manicomio, John Sung leyó la Biblia completa 40 veces.
Tras su liberación, John Sung regresó a China. El Dr. Sung sabía que podía obtener un puesto de profesor en cualquier universidad china de prestigio. Sin embargo, a bordo del barco, Dios llamó a Sung a una entrega más profunda de su vida. Un día, como símbolo de su entrega y como forma de romper cualquier vínculo con la carrera docente, el Dr. Sung reunió sus diplomas y premios académicos y los arrojó por la borda.
John Sung llegó a China no como “Dr. John Sung, profesor de química”, sino como “John Sung, siervo de Dios”. Sung comenzó a predicar y tuvo un poderoso ministerio evangelístico. Los historiadores estiman que más de 100,000 personas se convirtieron bajo el ministerio de John Sung entre su regreso a China en 1927 y su muerte en 1944, a la edad de 41 años.
La vida de John Sung demuestra que amar a Dios es más que una emoción. Debido a su amor por Dios, el Dr. Sung renunció a su ambición de obtener un prestigioso puesto docente en una universidad china y respondió al llamado de Dios para predicar. Debido a su amor por Dios, John Sung renunció a las comodidades de un puesto bien remunerado y vivió una vida sencilla, alimentándose como un campesino. Debido a su amor por Dios, John Sung pasaba horas cada día en oración y estudiando la Biblia. Su vida fue consumida por su amor a Dios y, gracias a ese amor, Dios utilizó a John Sung para llevar a miles de personas a Cristo.
Repaso de la lección 7
(1) Ser santo es amar a Dios.
(2) Las personas santas encuentran su mayor deleite en Dios.
(3) Como saben que la ley de Dios refleja su amor, las personas santas se deleitan en la ley de Dios.
(4) Aquellos que se deleitan en Dios descubren que Dios se entrega a ellos.
(5) Jesús proporcionó el modelo perfecto de lo que significa amar a Dios.
(6) La respuesta a la mundanalidad es un amor profundo por Dios.
(7) La respuesta al legalismo es un amor profundo por Dios.
Tareas de la lección 7
(1) Imagina que un creyente nuevo te dice: “Quiero tener una relación más profunda con Dios. Amo a Dios, pero me cuesta saber cómo crecer en mi relación con él. No puedo ver a Dios y por eso me parece lejano. ¿Qué puedo hacer?”. Escribe una carta de 1-2 páginas en la que ayudes a este creyente a comprender cómo crecer en su relación con Dios. Incluye pasos prácticos para leer las Escrituras, desarrollar una vida de oración y compartir tu fe. En la próxima clase, cada alumno deberá leer su respuesta y habrá tiempo para discutirlas.
(2) Comienza la siguiente sesión de clase citando Marcos 12:29-31.
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