[1]Es temprano en la mañana del domingo, unos 30 años después de la ascensión de Jesús. Un grupo de cristianos se reúne para adorar en una casa privada en Filipos. Están emocionados porque han recibido una carta de Pablo, su amado pastor.
El líder comienza a leer la carta de Pablo. Pablo escribe con un corazón rebosante de alegría. Aunque se encuentra en una prisión romana, se regocija en Cristo. Pablo no sabe si será liberado o asesinado, pero tiene paz. ¿Por qué? “Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).
Como su padre espiritual, Pablo anima a los cristianos de Filipos a seguir creciendo en su fe cristiana. Quiere ver a estos creyentes madurar como el pueblo santo al que Dios los ha llamado. Pablo escribe: “Compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo” (Filipenses 1:27). ¿Vivir de manera digna del evangelio? ¿Cómo es posible?
La respuesta de Pablo es: Vivir con la actitud de Cristo. “Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Si los cristianos de Filipos tienen la actitud de Cristo, serán como Cristo. El secreto de una vida santa es vivir con la actitud de Cristo. La santidad es ser como Cristo.
[1]Una oración por santidad
“No me pertenezco, soy tuyo.
Ponme donde quieras,
Asóciame con quien quieras
Ponme a trabajar,
Ponme a sufrir.
Sea yo empleado por ti,
o desplazado por ti,
Exaltado para ti,
o rebajado por ti.
Haz que yo esté lleno,
Haz que esté vacío.
Haz que tenga todo,
Haz que no tenga nada.
Voluntariamente y de corazón cedo todas las cosas a Tu placer y disponibilidad.
Y ahora, glorioso y bendito Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
Tú eres mío y yo soy Tuyo”.
- John Wesley
El mensaje de las epístolas: los cristianos deben ser santos
Las epístolas llamaban a los cristianos a la santidad
Todo cristiano está llamado a ser santo. Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha delante de él (Efesios 1:4). El propósito eterno de Dios en la salvación era hacernos un pueblo santo. Esa es la meta de todos los seguidores de Jesús.
Ningún cristiano judío del siglo I se sorprendió al leer que los cristianos están llamados a ser santos. Dios ordenó la santidad en Levítico (Levítico 19:2, Levítico 20:7). Los cristianos judíos sabían que Dios espera que su pueblo sea santo.
Sin embargo, los gentiles crecieron adorando a dioses paganos que no eran santos. El mensaje de la santidad era ajeno a los gentiles. Pedro escribió a los cristianos gentiles que acababan de ser rescatados de la vana manera de vivir que habían heredado de sus antepasados (1 Pedro 1:18). Estas personas habían sido paganos sin concepto alguno de la verdadera justicia, pero Pedro los llamó a una vida santa.
Los apóstoles enseñaron a los gentiles convertidos cómo vivir una vida santa. Enseñaron este mensaje de manera positiva: “Esto es lo que deben hacer”. Enseñaron este mensaje de manera negativa: “Esto es lo que no deben hacer”.
Cuarenta veces, las Epístolas se refieren a los creyentes como “santos”. Un santo es cualquier persona que vive como Dios llamó a su pueblo a vivir. Todo cristiano está llamado a ser santo; todo cristiano está llamado a ser un santo.
Los apóstoles exhortaron a los creyentes a buscar la santidad
Pablo recordó a los creyentes de Corinto que ellos son el templo del Dios viviente (2 Corintios 6:16). El templo era un lugar santo de adoración. Puesto que somos el templo de Dios, “limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1).
Dios llama a su pueblo a despojarse del viejo hombre, que pertenece a su antigua forma de vida y está corrompido, y a revestirse del nuevo hombre (Efesios 4:22-24). Pablo escribió que Cristo “se dio por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo para posesión Suya, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). El autor de Hebreos instruyó a sus lectores a esforzarse por la paz con todos y por la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Hebreos 12:14). El pueblo de Dios está llamado a ser santo.
Los apóstoles oraron para que los cristianos fueran santificados
Pablo oró para que el pueblo de Dios fuera santificado.
► Lee 1 Tesalonicenses 1:2-10. Describe a los cristianos de Tesalónica al comienzo de la carta de Pablo.
Las personas que recibieron la carta de Pablo a la iglesia de Tesalónica eran cristianos genuinos. Eran conocidos por su fe, su amor y la firmeza de su esperanza. Eran hermanos amados por Dios. El evangelio les había llegado no solo en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción. Habían recibido la palabra en medio de muchas aflicciones, con alegría del Espíritu Santo. Eran un ejemplo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Se habían apartado de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero.
En el nuevo nacimiento, Dios había comenzado a santificarlos. Sin embargo, Pablo oró:
Y que el mismo Dios de paz los santifique por completo; y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 5:23).
Esta oración era importante para Pablo. Había estado orando con gran fervor día y noche para poder verlos cara a cara y suplir lo que faltaba en su fe (1 Tesalonicenses 3:10). Estas personas eran verdaderos cristianos, pero Pablo sabía que la santidad que había en ellos podía mejorarse. Esto no significa que fueran cristianos defectuosos; Pablo ya los había elogiado por su experiencia cristiana.
No había nada defectuoso en su experiencia cristiana, pero Pablo sabía que necesitaban crecer más. Estaban santificados, pero él oraba para que Dios los santificara por completo. Él oró para que Dios los hiciera santos por completo y en todo. Oró para que Dios purificara su espíritu, su alma y su cuerpo.
Las epístolas prometen que los cristianos pueden ser santos.
Cuando oró para que los efesios fueran llenos de toda la plenitud de Dios, Pablo tenía la confianza de que Dios respondería a su oración porque estaba orando “a Aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros...” (Efesios 3:20). A menudo citamos este versículo cuando oramos por alguna necesidad física o financiera, pero en realidad esta declaración se hizo en relación con el objetivo espiritual más elevado que se menciona en la Biblia: ser llenos de toda la plenitud de Dios. El llamado de Dios a un corazón santo no es un mandato imposible. El llamado de Dios está disponible para todos los creyentes.
Cuando oró por los cristianos de Tesalónica, Pablo tenía la confianza de que Dios respondería a su oración. Pablo siguió su oración, “Y que el mismo Dios de paz los santifique por completo”, con esta promesa: “Fiel es Aquel que los llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:23-24). Las epístolas prometen que podemos ser santos.
La santidad es semejanza a Cristo
En el Antiguo Testamento, Dios reveló el mensaje de un corazón santo y unas manos santas a través de la Ley y los profetas. En la vida de Jesucristo, Dios dio un modelo de amor perfecto. En Hechos, los primeros cristianos demostraron que es posible para los creyentes comunes y corrientes vivir una vida santa a través del poder del Espíritu Santo. En las epístolas, el mensaje de la santidad se aplica a la vida cotidiana del creyente.
La santidad es un corazón y una mente semejantes a los de Cristo
Las Epístolas enseñan que la santidad es semejanza a Cristo. Los creyentes deben ser como Cristo. Ser santo es más que un comportamiento exterior; la santidad comienza en el corazón. Ser santo es ser como Cristo en nuestro corazón y en nuestra mente.
Pablo no dice: “Deben actuar como Jesucristo”. Él insiste: “Deben ser como Jesucristo”. No basta con imitar a Cristo exteriormente; debemos ser como él interiormente. El propósito de Dios es transformar a su pueblo a la imagen de Cristo. “Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de Su Hijo” (Romanos 8:29). El propósito eterno de Dios es hacernos a imagen de Cristo. Esto es lo que significa ser santo.
Uno de los ejemplos más sorprendentes de esta idea se encuentra en la carta de Pablo a los corintios. Esta iglesia estaba llena de problemas, pero Pablo se dirigió a ellos como santos y los llamó a una vida santa. ¿Cómo podía este grupo de creyentes inmaduros, que luchaban por superar su pasado pagano, esperar ser santos? Pablo respondió: “Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21).
Porque Cristo se hizo pecado por nosotros, nosotros podemos ser hechos justicia de Dios. En el Antiguo Testamento, la sangre de las ofrendas por el pecado cubría los pecados de aquellos que se acercaban a Dios con fe. Hoy, la sangre de Cristo cubre los pecados de aquellos que se acercan a Dios con fe. Pero Pablo promete más que cubrir. No solo somos cubiertos, sino que somos transformados. Debido a que hemos sido reconciliados con Dios, hemos sido hechos justicia de Dios. Pablo escribe:
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas. Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió con Él mismo por medio de Cristo (2 Corintios 5:17-18).
Cristo no murió para cubrir nuestra continua rebelión contra Dios. A través de Cristo, somos una nueva creación. Ya no somos rebeldes; somos nuevas criaturas que han sido reconciliadas con un Dios santo.
Esta transformación es mucho más profunda que el simple comportamiento exterior. Pablo oró por los tesalonicenses:
Y que el mismo Dios de paz los santifique por completo; y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 5:23).
“Por completo” conlleva la idea de ser santificados en todos los aspectos de su naturaleza. Este versículo se puede traducir como “los santifique por completo y en todo”. Pablo oró para que estos creyentes fueran transformados en todo su espíritu, alma y cuerpo. Prometió: “Fiel es Aquel que los llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24).
Esta transformación afecta a todas las áreas de la vida. En Filipenses, Pablo escribe sobre una nueva predisposición. La llama “la actitud de Cristo”. Pablo describe la sumisión voluntaria de Jesús a la voluntad del Padre. Jesús se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, incluso hasta la muerte en una cruz (Filipenses 2:8).
Pablo no dice: “La humildad de Cristo sería una buena forma de vivir, pero, por supuesto, es imposible que tú y yo tengamos esta actitud”. En cambio, dice: “Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Esta actitud es tuya; ¡puedes ser como Cristo!
Podemos tener el mismo espíritu de sumisión amorosa que guio a Jesús en su sumisión a la voluntad del Padre. Podemos tener la actitud de Cristo. Podemos mirar la vida a través de los ojos de Jesucristo. Esto no sucede a través de buenas resoluciones, sino a través de corazones transformados. Estamos llamados a ser como Cristo, no solo en nuestras acciones, sino desde el corazón. Estamos llamados a tener la actitud de Cristo.
La santidad es un comportamiento cristiano
Algunas personas pueden responder: “Mi corazón es como el de Cristo, pero mis acciones no lo son. Interiormente, mis motivos son buenos, pero exteriormente no vivo como Cristo”. Los apóstoles no podían aceptar esta división entre nuestra naturaleza interior y exterior. Nuestra naturaleza interior se verá en nuestras acciones exteriores. Ser santo significa ser como Cristo en nuestro comportamiento.
Este mensaje se ve a lo largo de las Epístolas. Pablo dijo que Cristo se entregó a sí mismo por la iglesia para santificarla. Cristo se entregó a sí mismo para santificar a su novia. Él está preparando una novia sin mancha ni arruga ni cosa semejante, para que sea santa e inmaculada (Efesios 5:26-27).
¿Te imaginas a una novia terrenal que le dice a su marido: “Te seré infiel con mi cuerpo, pero mi corazón será puro”? ¡Por supuesto que no! Tampoco Pablo puede imaginar a la novia de Cristo diciendo: “Mi corazón es santo, pero mis acciones serán impuras”. La iglesia está llamada a ser una novia sin mancha ni arruga.
Pablo escribió a los cristianos de Tesalónica. Esta iglesia incluía tanto a creyentes judíos como a conversos de los cultos paganos de Tesalónica. Los creyentes judíos conocían los mandamientos del Antiguo Testamento sobre el comportamiento santo, pero los paganos habían vivido en un ambiente en el que la inmoralidad sexual era normal.
Pablo enseñó a estos nuevos creyentes lo que significa vivir una vida santa. Oró para que Dios estableciera sus corazones irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre (1 Tesalonicenses 3:13). Estos nuevos creyentes debían ser santos en su corazón y debían ser santos en su comportamiento. “esta es la voluntad de Dios: su santificación”. La santificación no solo afecta a su corazón, sino que determina su conducta (1 Tesalonicenses 4:3-6):
“Que se abstengan de inmoralidad sexual”
“Que cada uno de ustedes sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, no en pasión degradante, como los gentiles que no conocen a Dios”
“Que nadie peque ni defraude a su hermano”.
Ser santo es tener un corazón semejante al de Cristo, que inspira un comportamiento semejante al de Cristo. Ser santo es ser como Cristo.
La santidad es amor cristiano
Los Evangelios muestran que la santidad es amor a Dios y amor al prójimo. Pablo vincula el comportamiento cristiano con el amor cristiano. Desafía a los cristianos de Éfeso a ser imitadores de Dios, como hijos amados. ¿Cómo imitarán a Dios? Viviendo en el amor cristiano. “anden en amor, así como también Cristo les amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma” (Efesios 5:1-2).
Al caminar en amor abnegado, los cristianos muestran la imagen de Dios. Ser santo es amar como Cristo amó. En Romanos 14, Pablo da una demostración práctica de este amor cristiano. Llama a los creyentes a sacrificar su libertad de conciencia por el bien de un hermano más débil. ¿Por qué? “Porque si por causa de la comida tu hermano se entristece, ya no andas conforme al amor” (Romanos 14:15). Si mi libertad hace tropezar a un hermano, no estoy caminando en amor. Cristo renunció a sus derechos por amor a nosotros; nosotros estamos llamados a renunciar a nuestros derechos por amor a los demás. Este es el amor cristiano.
La exposición más famosa de Pablo sobre lo que significa amar como Cristo se encuentra en 1 Corintios 13. A una iglesia marcada por la división, el egoísmo, los celos y el orgullo, Pablo escribió:
El amor es paciente, es bondadoso. El amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante. No se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido. El amor no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad (1 Corintios 13:4-6).
En 1 Juan, el apóstol enfatizó los aspectos prácticos del amor cristiano. 1 Juan muestra cómo es el amor cristiano.
El amor requiere obediencia. Si amamos a Dios, le obedecemos (1 Juan 2:5; 1 Juan 5:3). No podemos separar el amor y la obediencia.
El amor requiere sinceridad. Si amamos a Dios, no amaremos al mundo. “Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15). No podemos amar tanto a Dios como a un mundo que se opone a Él. Una persona santa ama a Dios con un corazón indiviso.
El amor requiere una relación. Si amamos a Dios, amaremos a otros cristianos. “que el que ama a Dios, ame también a su hermano”. De hecho, “Si alguien dice: ‘Yo amo a Dios’, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso” (1 Juan 4:20-21). Juan enseña que es imposible amar a Dios y odiar a tu hermano cristiano.
¿Cuál es el resultado de este amor cristiano? La confianza ante Dios. “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y Su amor se perfecciona en nosotros” (1 Juan 4:12). Este amor perfecto nos da confianza para el día del juicio y expulsa el temor al castigo (1 Juan 4:17-18).
¿Cómo viviremos este amor perfecto? “Porque nosotros somos en este mundo tal como es Jesucristo” (1 Juan 4:17, DHH). Solo podemos imitar el amor cristiano a través de Cristo que vive en nosotros.
La vida de santidad: tú eres santo; busca la santidad
Jonatán quería ser una persona santa. Desgraciadamente, la comprensión de Jonatán sobre la santidad se basaba más en sentimientos emocionales que en las Escrituras. Debido a esto, Jonatán pasó de una enseñanza extrema a otra.
Durante un tiempo, Jonathan ayunaba con frecuencia, oraba durante horas y trataba de disciplinarse para alcanzar la santidad. Estaba convencido de que la santidad se alcanza mediante la autodisciplina.
Jonathan pronto se desanimó y abandonó este esfuerzo. Se volvió descuidado en las disciplinas espirituales y comenzó a ceder al pecado. Cuando alguien le preguntó sobre un área de pecado, Jonathan respondió: “Vivo por gracia y no necesito disciplina. Dios me hará santo cuando esté listo”.
En otra ocasión, Jonathan oró fervientemente por un don espiritual espectacular. Decidió que la santidad tenía que ver con los dones espirituales y el poder exterior.
La búsqueda de la santidad de Jonathan se basaba en la emoción más que en una lectura cuidadosa de las Escrituras. No estudiaba la Biblia para comprender cómo se vive la santidad en la vida cotidiana.
Las Epístolas enseñan verdades importantes sobre la vida santa. Si olvidamos estos principios, perderemos el equilibrio en nuestra comprensión de la santidad. Los apóstoles escribieron para mostrarnos cómo vivir la vida santa a la que Dios nos ha llamado.
Han sido santificados; están siendo santificados
Cuando Pablo escribió a los santos, les dijo: “Son santos”. Un santo ya es santo, pero Pablo les escribió: “Deben ser santos”. Son santos; deben seguir creciendo en santidad.
Este equilibrio se ve repetidamente en las Epístolas. Como creyentes, ya somos santos, pero seguimos creciendo en santidad a medida que caminamos en obediencia a Dios.
El autor de Hebreos muestra que fuimos santificados por la muerte de Cristo. “Hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo ofrecida una vez para siempre” (Hebreos 10:10). Somos santificados por la muerte de Cristo.
El autor continúa: “Porque por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados” (Hebreos 10:14). Esta frase incluye dos palabras relacionadas con el tema de la santidad. A través de su muerte, Cristo ha hecho perfectos (teleios) a los que son santificados (hagiazo). Este versículo nos dice que:
Hemos sido santificados: “Él ha hecho perfectos...”.
Cristo murió para que pudiéramos ser liberados del poder del pecado. Jesús, para santificar al pueblo mediante Su propia sangre, padeció fuera de la puerta (Hebreos 13:12). El propósito de Dios de santificar a su pueblo se cumplió mediante la muerte de Jesús. Hemos sido perfeccionados.
Estamos siendo santificados: “Los que son santificados”
La muerte de Cristo cumplió el propósito de Dios de santificación para siempre, pero nuestro crecimiento en la santidad continúa a lo largo de toda nuestra vida. Es un proceso continuo. A través de la muerte de Cristo, somos santos; a través de la muerte de Cristo, estamos siendo santificados.
El propio testimonio de Pablo ilustra este principio. En Filipenses 3, Pablo escribe que aún no es perfecto, pero unos versículos más adelante se refiere a sí mismo como alguien que ya es perfecto (“los que somos perfectos”). Las palabras en negrita en el siguiente extracto provienen ambas de teleios.
No es que ya lo haya alcanzado o que ya haya llegado a ser perfecto(teleios), sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús... los que somos perfectos(teleios), tengamos esta misma actitud; y si en algo tienen una actitud distinta, eso también se lo revelará Dios (Filipenses 3:12-15).
Pablo dice: “Aún no soy perfecto”. Y continúa: “Los que somos perfectos”. Pablo aún no ha llegado a la meta; está creciendo en santidad. En este sentido, aún no es perfecto. Pero Pablo está esforzándose con todas sus fuerzas para alcanzar la meta. Está comprometido a terminar la carrera. En este sentido, Pablo ya es perfecto. Pablo puede decir “Aún no soy perfecto” y “Soy perfecto” en el mismo párrafo.
Ser perfecto no significa que hayamos subido una escalera de obras que nos hace perfectos. En cambio, significa que nos hemos entregado por completo a la gracia de Dios en nuestra vida. Es instantáneo en el sentido de que hay un momento en el tiempo en el que Dios reorienta nuestro corazón hacia él. Es un proceso en el sentido de que nuestro movimiento hacia él continuará durante el resto de nuestra vida.[1]
Pensemos en un futbolista que lanza un balón hacia la portería; es un tiro perfecto. El tiro no se convierte en perfecto solo cuando entra en la portería. Mientras se mueve por el aire, el tiro ya es perfecto; está en camino hacia la portería. Es perfecto desde el momento en que el jugador patea el balón.[2]
De la misma manera, Pablo se dirigía hacia la meta final. Había fijado su rumbo y avanzaba hacia la meta con un corazón indiviso. Aún no había llegado a la meta, pero estaba en el camino hacia ella. Aún no era perfecto, pero ya era perfecto.
Como creyentes, somos santos que han sido aceptados por Dios a través de Cristo, pero estamos llamados a entregarnos como sacrificios vivos que continúan creciendo en la obediencia y la rendición diarias (Romanos 12:1). Ya hemos sido santificados; estamos siendo santificados.
Son santos; deben vivir como santos
Pablo escribió a los santos que vivían en Corinto. 1 Corintios está dirigido a personas santas, “a los que han sido santificados en Cristo Jesús” (1 Corintios 1:2). 2 Corintios está dirigido “a la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya” (2 Corintios 1:1). Eran santos, pero tenían mucho que aprender sobre cómo vivir como santos.
Hay dos maneras en que los cristianos malinterpretan esta verdad. Primero, algunos cristianos dicen: “Soy llamado santo porque Dios ve la justicia de Cristo en lugar de mi pecado. Mi santidad es una “ficción legal”. Nunca seré santo en este mundo, pero Dios me llama santo de todos modos”. Romanos 6 deja claro que esta respuesta no es aceptable para Pablo. Las personas santas deben vivir vidas santas.
En segundo lugar, otros cristianos dicen: “Soy santo. Nunca falto al estándar absoluto de perfección de Dios. Nunca me arrepiento porque nunca me equivoco. ¡Soy santo!”. Pablo rechaza este error con la misma firmeza con la que rechaza el primero. Pablo escribió para enseñar a los santos de Corinto a vivir una vida santa. Carecen de conocimiento y madurez, por lo que Pablo les enseña a vivir como santos. Las personas santas deben vivir una vida santa.
La ciudad de Corinto era famosa por el comportamiento impío de sus ciudadanos. Pablo exhorta a los creyentes que viven en esta ciudad malvada a comportarse de manera santa. Deben evitar la inmoralidad sexual porque sus cuerpos son miembros de Cristo (1 Corintios 6:15). Pablo enumera los comportamientos que están prohibidos en el reino de Dios:
No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6:9-10).
Después de esta lista de pecados, Pablo observa: “Y esto eran algunos de ustedes”. Pablo está escribiendo a un público que ha practicado estos pecados. Como creyentes, Pablo espera que abandonen su antiguo estilo de vida. Dado su pasado pecaminoso, ¿cómo pueden estas personas vivir una vida pura? Pablo da la respuesta:
Pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios (1 Corintios 6:11).
Los pecados de 1 Corintios 6:9-10 han sido borrados por la transformación de 1 Corintios 6:11. Esta transformación no es solo una transacción legal; Pablo en ningún momento sugiere: “Seguirán cometiendo estos pecados, pero Dios los considerará justos a pesar de su comportamiento malvado”. ¡No! Él dice: “Esto eran algunos de ustedes, pero fueron lavados”. Los cristianos de Corinto nunca deben volver a los pecados de su pasado. Pablo dice: “Son santos; ¡actúen como tales!”. Fueron lavados; fueron santificados; han sido hechos santos. Son santos; deben vivir como santos.
Cuando un joven se alista en el ejército, se le entrega un uniforme que lo identifica como soldado. Al mismo tiempo, se le entrega un manual con el código de conducta del ejército. El uniforme por sí solo no es suficiente; debe vivir de acuerdo con el código de conducta.
Tomo más tiempo aprender el Código de Conducta que ponerse el uniforme. El nuevo soldado debe aprender a vivir de una manera acorde con su uniforme. Debe madurar como soldado. Muchas veces, habrá que recordar al joven soldado las reglas del ejército. ¿Es perfecto su desempeño? No. Pero, ¿es completo su compromiso como soldado? Sí. El primer día en el ejército, es un soldado, pero pasará muchos días aprendiendo a vivir como soldado.
Imaginemos a un joven que dice: “Quiero que me llamen soldado, pero no quiero seguir el Código de Conducta”. Se compra un uniforme del ejército, pero no vive según el Código de Conducta. ¿Es un verdadero soldado? No. Solo finge serlo.
Las Epístolas están escritas a creyentes que se han revestido de Cristo. Ahora están aprendiendo a vivir una vida santa. En Efesios 4-6, aprendemos cómo es una vida santa en las relaciones familiares, en las relaciones dentro de la iglesia y en la ética empresarial. En Gálatas 5, aprendemos el fruto de una vida vivida en armonía con el Espíritu. En 1 Pedro, aprendemos cómo vivir una vida santa ante la persecución. Cuando leemos Santiago, aprendemos cómo una persona santa controla su lengua.
[3]Pablo escribió a los creyentes de Colosas: “Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios”. Estos creyentes han muerto al pecado; están vivos para Cristo. Ya no son prisioneros del pecado; son santos. Pero Pablo continúa: “Por tanto, consideren los miembros de su cuerpo terrenal como muertos” (Colosenses 3:3, 5). Ustedes están muertos al pecado; hagan morir el pecado. Ustedes son santos; deben vivir como santos.
El principio se establece al principio del capítulo.
Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Colosenses 3:1-2).
Pablo dice: “Día tras día, deben seguir buscando las cosas celestiales. Día tras día, deben continuar poniendo su mente en las cosas de Dios”. La clave para una vida santa es poner tu mente en las cosas de Dios. Has sido santificado (“has sido resucitado con Cristo”), así que sé santo (“pon tu mente en las cosas de arriba”).
¿Cuál es el resultado de esta vida santa? “Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria” (Colosenses 3:4). Una vida santa te prepara para pasar la eternidad con un Dios santo. Enoc caminó con Dios, y no fue hallado, porque Dios lo tomó (Génesis 5:24). Un caminar santo con Dios en este mundo preparó a Enoc para la eternidad con Dios. Un caminar santo con Dios en este mundo nos prepara para aparecer con Cristo en gloria.
Las epístolas fueron escritas a los santos. Hemos sido hechos santos por la sangre de Jesucristo. Hemos despojado al viejo hombre y nos hemos revestido del nuevo. Ahora, estamos aprendiendo día a día lo que significa ser santos. Estamos siendo transformados día a día a la imagen de Dios. ¿Es perfecto nuestro desempeño? No. Pero ¿es completo nuestro compromiso de ser santos? Sí. Somos santos; estamos aprendiendo a vivir como santos.
Dios los hace santos; deben buscar la santidad
En Levítico, Dios dijo: “Santifíquense, pues, y sean santos”. Esta era una orden que el pueblo debía obedecer. En el versículo siguiente, Dios prometió: “Yo soy el Señor que los santifico” (Levítico 20:7-8). Esta era una promesa de lo que Dios haría. Para comprender la santidad, debemos equilibrar dos verdades:
1. La santidad es un don de Dios; Dios hace santo a su pueblo.
2. La santidad es un mandato de Dios; Dios ordena a su pueblo que busque la santidad.
Los fariseos solo recordaban: “Deben buscar la santidad”. Creían que podían llegar a ser santos por sus propios esfuerzos. Las Epístolas responden: “Dios los hace santos”.
Algunos cristianos de la iglesia primitiva llegaron al extremo opuesto. Creían que “si Dios quiere hacernos santos, lo hará. Nosotros no hacemos nada”. Las epístolas responden: “Deben buscar la santidad”.
Tanto la rendición como la búsqueda son importantes en la santificación. Dios nos hace santos; nosotros debemos buscar la santidad. Nos rendimos a Dios y le permitimos que nos transforme, pero nos esforzamos por alcanzar la meta que Dios tiene para nosotros (Filipenses 3:13). Pablo entendió que confiar en las promesas de Dios no significa que ya no debemos esforzarnos por alcanzar la meta. Tenemos el poder de buscar la santidad porque Dios nos hace santos.
Cuando los hijos de Esteban eran pequeños, a veces leían las Escrituras en voz alta durante los devocionales familiares. Un día, la hija pequeña de Esteban llegó al versículo 2:12 de Filipenses cuando le tocaba leer. Con gran fervor, Ruth gritó: “¡Ocúpense en su salvación con temor y temblor!”. Le impresionó mucho esta orden de “ocúpense en su salvación”. Pero el versículo siguiente dice: “Porque Dios es quien obra en ustedes”. Nuestra obra se realiza gracias a la obra de Dios.
Contrariamente a lo que creen muchos cristianos, la obra de Dios se lleva a cabo mientras nosotros trabajamos en nuestra propia salvación. ¿Significa esto que ganamos la santidad por nuestras obras? ¡Por supuesto que no! Pablo continúa: “Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención” (Filipenses 2:13). Es Dios quien da el deseo (“querer”); es Dios quien da el poder para obrar. Sin Dios que obra en nosotros, nuestra obra es infructuosa. No podemos hacernos santos por nosotros mismos, pero Dios no nos hará santos sin que nosotros busquemos la santidad.
Pablo recordó a los corintios la maravillosa promesa de Dios: “Ustedes serán para Mí hijos e hijas” (2 Corintios 6:18). Luego les ordena que vivan una vida santa. “Teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1). Debido a las promesas de Dios, nos limpiamos de toda inmundicia. La promesa de Dios de hacernos santos nos da confianza para buscar la santidad.
Al escribir a los cristianos de Tesalónica, Pablo oró para que Dios estableciera sus corazones irreprensibles en santidad (1 Tesalonicenses 3:13). Esta es la obra de Dios. Luego, Pablo comenzó a enseñarles cómo debían andar y agradar a Dios. ¿Por qué? “Porque esta es la voluntad de Dios: su santificación” (1 Tesalonicenses 4:1, 3). Dios estaba santificando a los cristianos de Tesalónica, por lo que debían buscar una vida santa.
Gálatas está escrito a creyentes que se ven tentados a volver a la salvación por las obras de la ley. Pablo les recuerda que fueron justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley, porque por las obras de la ley nadie será justificado (Gálatas 2:16). Si la justificación por la fe es el fin del evangelio, esta sería la carta perfecta para que Pablo dijera: “Han sido justificados por la fe. Ahora pueden vivir como quieran e irán al cielo. Su lugar en el cielo está asegurado”. ¡Pero Pablo no dice eso! En cambio, dice:
Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (Gálatas 5:24-25).
Andar por el Espíritu significa caminar en fila detrás de un líder. Sugiere disciplina y autocontrol. Sugiere vivir según la dirección del Espíritu, no según nuestros propios deseos. Dios ha santificado a los gálatas, pero ellos deben seguir buscando la santidad.
El autor de Hebreos escribió que Dios nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad. ¡Qué verdad tan asombrosa! El hombre caído puede participar de la santidad de Dios. No se trata de algún tipo de unión mística como la de los cultos paganos. Es una enseñanza muy práctica sobre la disciplina espiritual. Él está escribiendo sobre el fruto de la justicia, sobre la paz con los demás y sobre pecados como la amargura y la inmoralidad sexual (Hebreos 12:10-16). Esto no es misticismo; es el cristianismo normal. Dios llama a sus hijos a ser santos; espera que sus hijos participen de su santidad.
¿Cómo podemos participar de la santidad de Dios? Participamos de la santidad de Dios cuando nos hacemos partícipes de la naturaleza divina.[4] Pedro señala tanto el poder de Dios para hacernos semejantes a él como nuestro esfuerzo por crecer a su imagen.
En primer lugar, Pedro promete que podemos ser partícipes de la naturaleza de Dios:
Pues Su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de Aquel que nos llamó por Su gloria y excelencia. Por ellas Él nos ha concedido Sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de los malos deseos (2 Pedro 1:3-4).
Dios nos hace santos. Su poder divino nos ha concedido todo lo necesario para la vida espiritual y la piedad. La piedad no es un sueño imposible; Dios nos ha concedido sus preciosas y grandísimas promesas. Una de estas promesas es que podemos llegar a ser partícipes de la naturaleza divina. La promesa de que podemos llegar a ser como nuestro Padre celestial es para todos los hijos de Dios. Esto no se logra mediante nuestros esfuerzos; la piedad es un don de la gracia de Dios. A través del poder de Dios, podemos vivir en armonía con el carácter de Dios. Dios nos hace santos.
Luego, Pedro continúa:
Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadan a su fe, virtud, y a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, perseverancia, y a la perseverancia, piedad, a la piedad, fraternidad y a la fraternidad, amor. Pues estas virtudes, al estar en ustedes y al abundar, no los dejarán ociosos ni estériles en el verdadero conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2 Pedro 1:5-8).
Dado que el poder divino de Dios nos ha hecho partícipes de la naturaleza divina, debemos esforzarnos por crecer en virtud, conocimiento, dominio propio, perseverancia, piedad, fraternidad y amor. Debido a lo que Dios ha hecho, debemos buscar la santidad.
Pedro nunca sugiere que nos hagamos santos por nuestro propio esfuerzo. No está enseñando legalismo. No ganamos el favor de Dios con nuestros esfuerzos. Sin embargo, Pedro quiere que entendamos que no podemos vivir una vida santa sin autodisciplina.
Buscamos la santidad por la gracia de Dios. Su gracia nos da el poder para buscar una vida santa. Debido al poder divino de Dios (versículos 3-4), hacemos todo lo posible por crecer (versículos 5-8). Nuestra búsqueda de la santidad no es legalismo; es el deseo natural de un corazón transformado. Si somos verdaderamente hijos de Dios, querremos crecer en santidad. Si somos verdaderamente hijos de Dios, querremos ver cumplido el propósito de Dios en nuestras vidas.
[1]Timothy C. Tennent. The Call to Holiness (Franklin: Seedbed Publishing), 2014), 54-55
[2]Ilustración adaptada de T.A. Noble, Holy Trinity: Holy People (Eugene: Cascade Books, 2013), 23.
[3]“Pablo dijo: ‘He sido crucificado con Cristo...’. No dijo:
‘He tomado la determinación de imitar a Jesucristo’, ni ‘Realmente me esforzaré por seguirlo’, sino ‘He sido identificado con Él en su muerte’”.- Oswald Chambers
[4]Adaptado del Dr. A. Philip Brown, “Divine Holiness and Sanctifying God: A Proposal”, artículo inédito.
¿Cómo vivo la vida santa? “No yo, sino Cristo”
Al escribir a los cristianos de Filipos, Pablo señaló a Jesús como ejemplo de la actitud que debían demostrar. Cristo se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, incluso hasta la muerte en una cruz (Filipenses 2:8). Pablo quería que estos creyentes comprendieran que el camino de los hijos de Dios es el camino de la humildad, no el camino de la autopromoción. Debemos tener la mente de Cristo.
Podemos sentir la tentación de responder: “Por supuesto, Jesús vivió una vida perfecta. Era el Hijo de Dios. Pero eso no me ayuda. ¡Yo no soy Jesús!”. ¿Cómo podemos seguir el ejemplo de Cristo? Pablo enseñó que el Espíritu de Cristo vive en el creyente.
Pablo escribió a los jóvenes cristianos: “Sin embargo, ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes. Pero si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Romanos 8:9). Vivimos una vida santa no con nuestras propias fuerzas, sino con el poder del Espíritu Santo.
El propio testimonio de Pablo muestra esta transformación. Pablo señala su vida como fariseo que intentaba cumplir las exigencias de la ley con sus propias fuerzas. Recuerda el tiempo en que tenía el deseo, pero no la capacidad, de hacer lo correcto. Dice: “Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí” (Romanos 7:17). Los esfuerzos de Pablo por ser justo con sus propias fuerzas estaban condenados al fracaso.
Después de conocer a Cristo, el testimonio de Pablo cambió de “no soy yo, sino el pecado” a “ya no soy yo, sino Cristo” (Gálatas 2:20). Pablo pudo vivir una vida cristiana victoriosa porque Cristo ahora vivía en él.
Pablo animó a los corintios: “¿no se reconocen a ustedes mismos de que Jesucristo está en ustedes?” (2 Corintios 13:5). Podemos ser como Cristo porque Cristo vive en nosotros. El teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer lo expresó así: ser cristiano significa que “el espacio exacto que antes ocupaba el hombre viejo ahora lo ocupa Jesucristo”.[1]
Cristo vive en nosotros, o para expresar el mismo principio de otra manera, “vivimos en Cristo”. Una de las frases más representativas de Pablo es “en Cristo”. Pablo utiliza alguna versión de “en Cristo”, “en él”, “en quien” o “en el Hijo” más de 150 veces en sus cartas. Pablo señala repetidamente nuestro lugar en Cristo como el secreto de la vida cristiana. La victoria diaria llega porque estamos en Cristo.
Nuestra antigua vida la vivíamos “en Adán”, en nuestro yo pecador y caído. Nuestra nueva vida la vivimos “en Cristo”, en el poder del Señor resucitado que nos da la victoria diaria sobre el pecado.
En Adán, caminábamos en oscuridad; en Cristo, caminamos en luz.
En Adán, éramos esclavos del pecado; en Cristo, somos esclavos de la justicia.
En Adán, nos deleitábamos en los pecados de la carne; en Cristo, nos hemos “vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento” (Colosenses 3:10).
Esta comprensión es crucial para una vida victoriosa. Cuando nos vemos a nosotros mismos en Adán (“pecadores perdonados” que viven en esclavitud al pecado), caeremos continuamente en la tentación. Cuando nos vemos en Cristo (“santos transformados” que tienen poder a través de Cristo), viviremos en victoria sobre el pecado. Pablo les dijo a los cristianos de Colosas el secreto de una vida santa: “Por tanto, de la manera que recibieron a Cristo Jesús el Señor, así anden en Él” (Colosenses 2:6). Al andar en Cristo, somos santificados.
Algunas personas imaginan la santificación como una vacuna contra la gripe que te pone el médico para prevenir la enfermedad. Piensan que cuando le pedimos a Dios que nos haga santos, Él nos da una “inyección de santidad” que nos impide ser pecadores. Creen que después de que Dios nos santifica, vivimos una vida santa por nuestro propio poder.
La Biblia no da esa imagen en ninguna parte. En cambio, vivimos en Cristo. Somos santos en Cristo. En Cristo Jesús hemos sido liberados de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2). Somos santificados en Cristo Jesús (1 Corintios 1:2). No somos santificados por nuestros intentos desesperados de imitar a Jesús con nuestras propias fuerzas. Somos santificados al dejar que Jesús viva en nosotros. Así que, el que se gloría, gloríese en el Señor (1 Corintios 1:31).
Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gálatas 2:20).
El testimonio de Pablo se puede traducir así: “La vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por la fe en el Hijo de Dios”. Pablo no pospone el llamado a la santidad hasta la muerte. Pablo da testimonio de que está viviendo una vida santa ahora. ¿Cómo vive una vida santa? Por la fe en el Hijo de Dios. Pablo vivió una vida santa solo porque “ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí”.
El lenguaje de Pablo es paralelo a la enseñanza de Jesús en Juan 15.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer (Juan 15:5).
La santidad no es un objeto que se recibe aparte de nuestra vida en Cristo; la santidad es una relación que hay que mantener. Estamos vivos mientras permanecemos conectados a la vid. Vivimos una vida santa solo a través de nuestra vida en Cristo. Un Dios santo mora en nosotros y somos santos mientras caminamos con él.
“Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). Una vida santa no se logra con nuestro poder; una vida santa está escondida con Cristo en Dios. Vivimos una vida santa al vivir cada día con la mente de Cristo. Al caminar en Cristo, tenemos poder para vivir una vida santa en un mundo pecaminoso. Tenemos poder para ser santos en la vida cotidiana. Esto es lo que significa ser santo.
[2]“El secreto de una vida santa no está en imitar a Jesús, sino en dejar que la santidad de Jesús se manifieste en mí”.- Oswald Chambers
La santidad en la práctica: vivir una vida de victoria
El mensaje de una vida santa es un mensaje hermoso. Sin embargo, una doctrina que no se puede vivir en la vida cotidiana tiene poco valor práctico. ¿Es posible vivir una vida victoriosa sobre el pecado deliberado o es el mensaje de una vida santa simplemente un sueño?
¿Es posible vencer el pecado?
Pablo prometió que podemos ser más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Romanos 8:37). Sin duda, esta promesa de una vida victoriosa en Cristo incluye la victoria sobre el poder del pecado. Si es posible vivir diariamente en victoria sobre el pecado deliberado, ¿por qué tantos cristianos no logran vivir victoriosamente? ¿Cuáles son algunas de las causas de la derrota espiritual?
Seremos derrotados si no creemos que una vida victoriosa es posible
Algunos cristianos no viven una vida victoriosa porque se han convencido de que una vida victoriosa es imposible. Han escuchado sermones que enseñan que debemos caer continuamente en el pecado deliberado, y han perdido la esperanza de vencer el pecado. Si queremos vivir una vida victoriosa sobre el pecado, debemos tomar en serio el llamado de Juan: “Les escribo estas cosas para que no pequen” (1 Juan 2:1). Juan escribió a los cristianos con la confianza de que era posible para ellos vivir una vida victoriosa. Debemos reclamar esta esperanza con fe para tener confianza ante la tentación.
Seremos derrotados si nos apoyamos en experiencias espirituales pasadas o en el estatus en la iglesia
Algunas personas ven la vida santa como una experiencia única que no requiere disciplina ni esfuerzo continuos. Creen que una vez que testifican: “Dios ha limpiado mi corazón por la fe y me ha hecho puro”, no hay nada más que hacer. Sin embargo, como Pablo mostró, debemos seguir avanzando hacia la meta. La victoria sobre el pecado requiere una vida continua de disciplina. Debo seguir diciendo “no” al pecado para poder decir “sí” a Dios.
Algunos sermones sobre la tentación de Jesús terminan con la victoria de Jesús sobre la tentación de Satanás. Sin embargo, Lucas termina la historia con una importante declaración final: “Cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se alejó de Él esperando un tiempo oportuno” (Lucas 4:13). Esta no fue la última vez que Jesús fue tentado. Aunque los Evangelios no registran los detalles de las tentaciones posteriores, Lucas deja claro que Satanás planeaba tentar de nuevo a Jesús.
Nunca debemos dar por sentado que hemos alcanzado un punto de madurez espiritual desde el cual nunca podremos caer. Por el contrario, debemos seguir vigilando nuestro cuerpo y nuestra mente. A Satanás le encanta atacar en los momentos en que bajamos la guardia. La vida santa requiere una vigilancia cuidadosa.
Los pastores y líderes de la iglesia pueden verse tentados a confiar en su estatus público para obtener la victoria espiritual. Podemos suponer que, como predicamos la verdad y sentimos la unción de Dios, no podemos caer. Sin embargo, es posible predicar el domingo y caer en la tentación de Satanás el lunes. Nunca debemos descansar en nuestras experiencias pasadas o en nuestra posición en la iglesia.
Seremos derrotados si intentamos vivir la vida cristiana con nuestras propias fuerzas
Una vida victoriosa no viene de nuestro propio poder, sino del poder del Espíritu Santo. La vida santa se vive diariamente en el poder continuo del Espíritu. Nunca llegamos al punto en el que, con nuestras propias fuerzas, podemos derrotar las tentaciones de Satanás. Pedro se jactó: “Aunque todos se aparten, yo, sin embargo, no lo haré... Aunque tenga que morir junto a Ti, no te negaré” (Marcos 14:29-31). Creía que podía enfrentarse a los ataques de Satanás con sus propias fuerzas. Pronto fracasó.
Sin embargo, cuando vivimos en el poder del Espíritu, él nos da la victoria sobre la tentación. De la misma manera que Jesús enfrentó la tentación en el poder del Espíritu, nosotros podemos enfrentarla en el poder del Espíritu.
Una vez más, los pastores y líderes de la iglesia pueden verse tentados a confiar en sus propios esfuerzos. Aunque dirigimos la oración en público, podemos dejar de pasar tiempo a solas con Dios. Aunque estudiamos para proclamar públicamente la Palabra de Dios, podemos olvidar pasar tiempo escuchando a Dios hablarnos de manera personal a través de su Palabra. No debemos permitir que nuestros esfuerzos ministeriales disminuyan nuestra dependencia de una relación personal con Dios y del poder de su Espíritu para obtener la victoria espiritual.
Si caemos
Juan llamó a los creyentes a una vida de victoria sobre el pecado. “Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen” (1 Juan 2:1). Es posible vivir sin fracasar espiritualmente. Sin embargo, Juan dio provisión para aquellos que caen en pecado: “Y si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre, a Jesucristo el Justo” (1 Juan 2:1). Este equilibrio es importante, y a menudo se ignora.
Por un lado, están los que enfatizan solo la primera parte de este versículo: “Les escribo estas cosas para que no pequen”. Predican que podemos y debemos vivir libres del pecado deliberado. Sin embargo, no tienen ningún mensaje para aquellos que fallan en un momento de debilidad.
Por otro lado, hay muchos que enfatizan solo la última parte de este versículo: “Y si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre, a Jesucristo el Justo”. Dan a entender que una vida victoriosa es imposible y que, por lo tanto, debemos caer continuamente en el pecado.
Juan proporciona el equilibrio adecuado. En primer lugar, una vida victoriosa es posible; no tengo que ceder a la tentación de Satanás. Pero, en segundo lugar, si caigo en un momento de debilidad, tengo un abogado. No tengo que abandonar mi camino cristiano. No necesito desesperarme. Sí, Dios me disciplinará. Pero me disciplina como un padre amoroso disciplina a un hijo, con el fin de “fruto apacible de justicia”. Nos disciplina por nuestro bien, para que podamos compartir su santidad (Hebreos 12:10, 11).
Satanás quiere convencer a los cristianos de que confíen en nuestro desempeño como medio para agradar a Dios. Quiere que olvidemos que hemos sido reconciliados con Dios y que ahora somos sus hijos. Cuando éramos pecadores, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo. Considerad, pues, cuánto más, ahora que estamos reconciliados, seremos salvos por su vida (Romanos 5:10).
Como pecadores, no ganamos el favor de Dios; él nos reconcilió consigo mismo por medio de la muerte de su Hijo. Ahora, Pablo dice: “¡cuánto más seremos salvos por su vida!”. Algunos cristianos parecen creer que: “Soy salvo por gracia mediante la fe, pero permanezco salvo siendo lo suficientemente bueno como para merecer el amor de Dios”.
Esto es lo mismo que un padre que dice: “Sí, te amé lo suficiente como para traerte al mundo, pero ahora tienes que ganarte mi amor con tu comportamiento diario”. ¡Este no es un padre amoroso! Y este no es nuestro amoroso Padre celestial.
En cambio, así como confié en la gracia de Dios para que me diera la vida espiritual, confío en la gracia para mantenerme espiritualmente vivo. Y, si caigo, debo volver a confiar en la gracia de Dios para que me restaure la salud espiritual.
Él encontró el secreto: Hudson Taylor
Uno de los misioneros más influyentes de la era moderna fue Hudson Taylor, fundador de la Misión Interior de China.[1] Taylor se convirtió a los 17 años gracias a las oraciones de su madre. Estudió medicina y se embarcó hacia China como misionero a los 21 años.
A los 28 años, regresó a Inglaterra debido a una hepatitis. Durante los siguientes cinco años, buscó la guía de Dios y llegó a creer que Dios quería que reclutara misioneros para ir a la China interior, donde no se había predicado el evangelio. A los 34 años, Hudson y Maria Taylor, junto con sus hijos, zarparon con un grupo de otros 16 misioneros, el primer grupo de misioneros de la Misión Interior de China.
Una de las frases más famosas de Hudson Taylor es: “La obra de Dios hecha a la manera de Dios nunca carecerá del sustento de Dios”. A menudo interpretamos esto como una afirmación sobre el dinero, pero para Taylor era mucho más. Él creía que Dios proporcionaría el dinero, la seguridad, la fe, la paz, la fuerza y todo lo necesario para cumplir su voluntad. Durante cinco décadas como líder de la Misión Interior de China, Hudson Taylor vio cumplirse esta promesa innumerables veces.
En 1869, Taylor llegó a una gran crisis en su vida espiritual. Había luchado contra tentaciones y fracasos. Le escribió a su madre: “Nunca supe lo malo que es mi corazón”. Pero también escribió: “Sé que amo a Dios y amo su obra, y deseo servirle solo a Él y en todas las cosas. Que Dios me ayude a amarlo más y a servirle mejor”.
El 4 de septiembre de 1869, Hudson Taylor testificó que Dios había derramado su Espíritu de una manera nueva en la vida de Taylor. Taylor escribió a un colega: “¡Dios me ha hecho un hombre nuevo!”. La clave de la nueva seguridad de Taylor en la presencia de Dios en su vida fue una frase de una carta de un compañero misionero, John McCarthy. Taylor había estado buscando a través de sus esfuerzos una fe más profunda y la seguridad de la presencia de Dios. McCarthy escribió: “¿Cómo fortalecemos nuestra fe? No luchando por la fe, sino descansando en el Fiel”.
Taylor escribió a su hermana:
Mientras leía, lo vi todo: “Si somos infieles, Él permanece fiel”. Miré a Jesús y vi (y cuando vi, ¡oh, cómo fluyó la alegría!) que Él había dicho: “Nunca te dejaré”.
“¡Ah, hay descanso!”, pensé. “Me he esforzado en vano por descansar en Él. No me esforzaré más. ¿Acaso no ha prometido Él permanecer conmigo, no abandonarme nunca, no fallarme nunca?”. Y, querida, nunca lo hará.
No solo vi que Jesús nunca me abandonará, sino que soy miembro de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos. La vid no es solo la raíz, sino todo: la raíz, el tallo, las ramas, las ramitas, las hojas, las flores y los frutos. Y Jesús no es solo eso: Él es la tierra y el sol, el aire y la lluvia, y diez mil veces más de lo que jamás hemos soñado, deseado o necesitado. ¡Oh, qué alegría ver esta verdad! Ruego que los ojos de tu entendimiento también sean iluminados, para que puedas conocer y disfrutar de las riquezas que nos han sido dadas gratuitamente en Cristo.
En ese momento, Taylor comprendió que la semejanza con Cristo no se consigue mediante el esfuerzo, sino mediante la unión con la Vid que da vida. Se consigue mediante la identificación con Cristo. Su hijo escribió más tarde: “Él conocía desde hacía mucho tiempo la rendición, pero esto era más; era una nueva entrega, una entrega alegre y sin reservas de sí mismo y de todo a Él”.
No fue una experiencia emocional temporal. Treinta años después, Taylor miró atrás y escribió: “Nunca olvidaremos la bendición que recibimos a través de las palabras de Juan 4:14: “el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás”. Cuando comprendimos que Cristo decía literalmente lo que decía, que “daré” significaba “daré”, “nunca” significaba “nunca” y “sed” significaba “sed”, nuestro corazón se desbordó de alegría al aceptar el regalo”. Fíjate en la frase “al aceptar el regalo”. Taylor comprendió que la gracia santificadora de Dios es un regalo que hay que recibir, no un logro que hay que ganarse.
Esta experiencia de la gracia de Dios no hizo que el resto de la vida de Taylor fuera fácil. El año siguiente fue uno de los más difíciles de su vida. En ese año, dos de sus hijos murieron y María falleció a los 33 años. Más tarde, Taylor dirigiría la Misión Interior de China durante los terrores de la Rebelión de los Bóxers. Setenta y nueve miembros de la Misión serían asesinados durante esos días terribles.
Pero a pesar de todo ello, Taylor siguió confiando en que Dios le proporcionaría todo lo que necesitaba. Un sacerdote episcopal que visitó a Taylor durante una época difícil escribió: “Aquí había un hombre de casi 60 años, que soportaba una carga enorme, pero que estaba absolutamente tranquilo y sereno”. ¿Por qué? Porque Taylor era uno con la Vid y descansaba en Cristo. Era “uno que sirve por la fortaleza que Dios le da, para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo” (1 Pedro 4:11).
Esta experiencia no fue el final del crecimiento espiritual de Taylor. Tampoco significó que su “descanso en Cristo” implicara que no hiciera ningún esfuerzo. Cada mañana, independientemente de las presiones del ministerio, Taylor dedicaba dos horas a la oración y al estudio de la Biblia antes de comenzar la jornada laboral. Al igual que Pablo, entendía que debemos seguir adelante hacia la meta. Pero este esfuerzo se basaba en la fuerza de Dios, no en la fuerza de Hudson Taylor. Taylor ahora sabía que incluso el poder para levantarse de la cama y comenzar su estudio bíblico era un regalo de la gracia empoderadora de Dios. Podía ser como Cristo porque estaba ‘en Cristo’.
El hijo de Taylor recordaba su vida de oración y la Palabra. Descansar en Cristo no significaba que Taylor ignorara la necesidad de la disciplina espiritual.
Para él, el secreto para vencer residía en la comunión diaria, cada hora, con Dios; y descubrió que esto solo podía mantenerse mediante la oración a solas y alimentándose de la Palabra a través de la cual Él se revela al alma que espera por él. No era fácil para el Sr. Taylor, en su vida cambiante, encontrar tiempo para la oración y el estudio de la Biblia, pero sabía que era vital.
A menudo tenían sólo una habitación grande, dividida en dos con cortinas de alguna clase, para hacer espacio para su padre y para ellos; entonces, una vez que el sueño finalmente había dado lugar a un poco de silencio, se escuchaba el sonido de un fósforo al ser encendido y se veía el parpadeo de la luz de una vela, indicando que el Sr. Taylor, aunque cansado, estaba estudiando detenidamente la pequeña Biblia en dos volúmenes que tenía siempre a mano. De las dos a las cuatro de la mañana era el tiempo que acostumbraba a dedicar a la oración; el tiempo en el que podía asegurarse de no ser interrumpido para esperar en Dios… El Sr. Taylor descubrió que la parte más difícil de la vida misionera es ser constante en el estudio diario de la Biblia y la oración. ‘Satanás siempre hallará algo que puedas hacer,’ decía él, ‘cuando deberías estar ocupado’ en la oración y el estudio de la Palabra de Dios.
Hoy en día, 1,600 misioneros trabajan para OMF International, sucesora de Misión Interior de China. Millones de creyentes chinos han sido llevados a Cristo a través del ministerio de esta misión. Este es el fruto de un hombre que vivió en unión con Cristo.[2]
[2]Adaptado del Dr. y la Sra. Howard Taylor, Hudson Taylor’s Spiritual Secret
Repaso de la lección 10
(1) Los apóstoles llamaron a todos los cristianos a ser santos.
(2) Ser santo es ser como Cristo.
Ser santo es tener un corazón santo: un corazón y una mente como los de Cristo.
Ser santo es tener manos santas: un comportamiento semejante al de Cristo.
Ser santo es tener amor como el de Cristo.
(3) Las Epístolas muestran cómo se manifestará la santidad en la vida cotidiana.
Han sido santificados; están siendo santificados.
Son santos; deben vivir como santos.
Dios los hace santos; deben buscar la santidad.
(4) Tenemos el poder de vivir una vida santa gracias al Espíritu de Cristo que vive en nosotros.
(5) Vivimos una vida santa “en Cristo”. Nuestra antigua vida la vivíamos “en Adán”. Nuestra nueva vida la vivimos “en Cristo”.
(6) Una vida santa se basa en una relación continua con la Vid.
Tareas de la lección 10
(1) Prepara un sermón sobre “Una vida cristiana”. Contrasta dos formas de vivir: nuestra antigua vida en Adán y nuestra nueva vida en Cristo. Muestra cómo estar “en Cristo” nos da poder para vencer el pecado.
(2) Comienza la siguiente sesión de clase citando Filipenses 2:1-5.
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