Juan: un hombre que vio el cumplimiento del plan de Dios
Viaja a la isla de Patmos, en el mar Egeo. No se trata de una hermosa isla del Caribe o del Pacífico Sur. Es una isla prisión. Patmos es un lugar desolado y solitario. Allí encontrarás a Juan, el discípulo amado, viviendo en exilio.
Juan es un anciano. Ha servido fielmente a Dios y ha sido un modelo de vida santa. Ha ministrado en la iglesia de Éfeso, ha cuidado de la madre viuda de Jesús y ha predicado por toda Asia Menor.
A una edad en la que podría disfrutar del honor de ser el último discípulo vivo de Jesús, Juan ha sido desterrado a la isla de Patmos. Se siente solo y puede pensar que ya no es útil para la obra de Dios. Pero un domingo por la mañana, casi sesenta años después de la ascensión de Jesús, Juan estaba en el Espíritu en el día del Señor, cuando oyó una voz como de trompeta (Apocalipsis 1:10).
Cuando Juan se volvió hacia la voz, vio al Cristo al que había entregado su vida. El cabello de Jesús era blanco como la lana, sus ojos eran como llamas de fuego, sus pies brillaban como bronce fundido y su voz era como el estruendo de muchas aguas. Su rostro resplandecía (Apocalipsis 1:12-16). Juan contempló la “gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).
En Apocalipsis, viajamos con Juan a los cielos para ver el cumplimiento del plan de Dios. Un pueblo santo morará eternamente en comunión ininterrumpida con un Dios santo.
Un mundo perfecto
Un mundo perfecto perdido
[1]En la primera lección de este curso, se les pidió que imaginaran el jardín del Edén en los días posteriores a la creación. Era un mundo perfecto. Había flores, árboles y frutos por todas partes. Era un mundo sin pecado y sin sus efectos. Era un mundo sin dolor, sin lágrimas y sin muerte. Y lo más importante, era un mundo de relación perfecta entre Dios y la humanidad. Nada separaba al hombre de su Creador.
Lamentablemente, el pecado dañó este mundo perfecto. Las malas hierbas crecieron entre las flores. Los animales pacíficos se convirtieron en depredadores peligrosos. El hombre soportó el sufrimiento, el dolor y la muerte. Y lo más importante, la relación perfecta entre Dios y el hombre se rompió. Debido al pecado, las personas fueron expulsadas del jardín del Edén y se les prohibió el acceso al Árbol de la Vida. Parecía que Satanás había derrotado el propósito de Dios para su pueblo.
Un mundo perfecto prometido
Pero esto no fue el final. A lo largo de las Escrituras, Dios muestra su plan para restaurar a su pueblo a su imagen y semejanza; él desea crear un pueblo santo. Los profetas del Antiguo Testamento prometieron que Dios algún día santificaría a su pueblo y lo devolvería a un lugar santo. Una y otra vez, Juan el Revelador señala el cumplimiento de estas promesas.
Ezequiel vio un día en que Dios moraría entre su pueblo santo.
Mi morada estará también junto a ellos, y Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo. Y las naciones sabrán que Yo, el Señor, santifico a Israel, cuando Mi santuario esté en medio de ellos para siempre (Ezequiel 37:27-28).
Dios santificará a Israel; hará santo a su pueblo. Habitará entre su pueblo. La promesa de Ezequiel 37:27 se cumple en Apocalipsis 21:3:
El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos.
El propósito final de Dios se cumplirá cuando Él habite entre su pueblo santo. Al igual que Ezequiel, Zacarías previó un día en el que se cumpliría el propósito de Dios para su pueblo. Dios prometió: “Habitaré en medio de ti” (Zacarías 2:10-11).
Zacarías 3 describe el plan de Dios para su pueblo. En la visión de Zacarías, el sumo sacerdote estaba vestido con ropas sucias que representaban la impureza de Israel. Dios algún día limpiará a su pueblo; las ropas sucias de Israel serán reemplazadas por lino puro.
Y este habló, y dijo a los que estaban delante de él: “Quítenle las ropas sucias”. Y a él le dijo: “Mira, he quitado de ti tu iniquidad y te vestiré con ropas de gala” (Zacarías 3:4).
Los últimos versículos de Zacarías contienen una de las imágenes más gloriosas del Antiguo Testamento.
En aquel día estará grabado en los cascabeles de los caballos: “Santidad al Señor”. Y serán las ollas en la casa del Señor como los tazones delante del altar. Toda olla en Jerusalén y en Judá será consagrada al Señor de los ejércitos. Todos los que ofrezcan sacrificios vendrán y tomarán de ellas y en ellas cocerán. Y no habrá más mercader en la casa del Señor de los ejércitos en aquel día (Zacarías 14:20-21).
Los cascabeles de los caballos llevarán inscritas las palabras del turbante del sumo sacerdote (Éxodo 28:36-38). Las ollas comunes serán tan sagradas como las copas sagradas que están delante del altar. Jerusalén será lo que Dios quiso que fuera; toda la ciudad será la morada de Dios.
Dios cumplirá su propósito; tendrá un pueblo santo que vivirá en una ciudad santa. La visión de Zacarías se cumple en Apocalipsis 21 y 22. El pueblo de Dios vivirá en su presencia. “Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo” (Apocalipsis 21:3).
Un mundo perfecto restaurado
La Biblia comienza describiendo un mundo perfecto que se perdió a causa de la caída. Termina describiendo un mundo perfecto que espera a aquellos que permiten que Dios cumpla su plan en su vida. Una ciudad santa está preparada para el pueblo santo de Dios.
Al igual que el jardín del Edén, la Ciudad Santa es un mundo perfecto con flores, árboles y frutos deliciosos por todas partes. Todo es hermoso:
Después el ángel me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle de la ciudad. Y a cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce clases de fruto, dando su fruto cada mes; y las hojas del árbol eran para sanidad de las naciones (Apocalipsis 22:1-2).
Debido al pecado, la humanidad fue expulsada del jardín del Edén y del árbol de la vida. En el Apocalipsis, el árbol de la vida vuelve a estar al alcance de las personas.
Este será un mundo sin pecado. A veces, los lectores se asustan con los capítulos centrales del Apocalipsis. Estos capítulos describen los juicios que caerán sobre la tierra. Muchos lectores quieren ir directo a los capítulos finales que presentan una imagen de la belleza del cielo. Sin embargo, no podemos ignorar la parte central del libro. Para que un pueblo santo viva en comunión inquebrantable con un Dios santo, es necesario que se rompa el poder del pecado.
El Apocalipsis muestra el odio de Satanás hacia el pueblo de Dios. Juan vio una bestia que salía del mar, con diez cuernos y siete cabezas (Apocalipsis 13:1). A la bestia se le permitió hacer guerra contra los santos y vencerlos (Apocalipsis 13:7). Por un tiempo, parece que el mal derrota al pueblo santo de Dios. Sin embargo, la bestia será finalmente derrotada (Apocalipsis 15:2). El pueblo de Dios saldrá victorioso al final. El propósito de Dios se cumplirá.
A lo largo de la historia, el pueblo de Dios ha confiado en que un Dios santo hará lo que es justo. La santidad de Dios dio confianza al salmista cuando clamó por justicia. “Porque Tú no eres un Dios que se complace en la maldad; El mal no mora en Ti” (Salmo 5:4). En Apocalipsis, Juan oyó los gritos de los mártires: “¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, esperarás para juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra?” (Apocalipsis 6:10).
La santidad de Dios asegura a su pueblo que la justicia prevalecerá. Juan escribió a los cristianos que sufrían bajo la opresión de Roma. Les prometió que el juez santo y verdadero de la tierra algún día haría justicia a su pueblo. El Apocalipsis exhorta al pueblo de Dios a permanecer fiel, sabiendo que un Dios santo vengará a su pueblo santo. El Apocalipsis mira hacia un tiempo en que Satanás será derrotado y el pueblo santo de Dios vivirá en paz.
El cielo es una ciudad santa. Es una ciudad sin pecado ni efectos del pecado. Es una ciudad sin dolor, sin lágrimas, sin sufrimiento y sin muerte. “Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado” (Apocalipsis 21:4).
Pero hay algo aún más maravilloso. Lo mejor del jardín del Edén era la comunión perfecta entre Dios y el hombre. Adán y Eva caminaban por el jardín con Dios. Hablaban con él cara a cara. Nada separaba a Dios del hombre. En el cielo, viviremos en perfecta comunión con Dios. Nada separará a un pueblo santo de un Dios santo.
Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: “El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos” (Apocalipsis 21:3).
Juan describe el cielo como un lugar sin miedo, sin dolor y sin muerte. Todo lo que causaba temor en el mundo antiguo (los confines desconocidos del mar, el peligro de la noche, la amenaza de las enfermedades) desaparecerá. Esta paz eterna se basará en la presencia de Dios.
Ya no habrá más maldición. El trono de Dios y del Cordero estará allí, y Sus siervos le servirán. Ellos verán Su rostro y Su nombre estará en sus frentes. Y ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos (Apocalipsis 22:3-5).
Los santos siempre han deseado ver a Dios. Moisés pidió ver a Dios, pero no pudo mirar su rostro (Éxodo 33:18-20). David oró: “¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?” (Salmo 42:2).[2] Jesús prometió que los limpios de corazón verán a Dios (Mateo 5:8). Esta promesa se cumple en Apocalipsis. “Ellos verán Su rostro y Su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:4).
Dallas Willard contó la historia de un niño pequeño cuya madre había fallecido. Una noche, asustado y solo, el niño pidió dormir en la habitación de su padre. En medio de la noche, el niño se despertó y le preguntó a su padre: “¿Tu cara está mirando hacia mí?”. El padre respondió: “Sí, mi cara está mirando hacia ti”. Esto fue suficiente; el niño durmió tranquilo. En el cielo, un pueblo santo verá el rostro de Dios. Su rostro estará mirando hacia nosotros eternamente; tendremos paz.
¡El plan de Dios se cumplirá! El jardín del Edén será restaurado. Un pueblo con corazones santos y manos santas vivirá para siempre con un Dios santo. Este es el plan de Dios para su pueblo.
[1]Una oración por santidad
“Llévanos, oh Señor, en nuestro último despertar,
A las puertas y la morada del cielo, Para entrar por esas puertas y habitar esa morada. Donde no habrá
oscuridad, sino una sola luz;
ruido, sino una sola música;
principio ni fin, sino sólo eternidad en la habitación de tu gloria y dominio, un mundo sin fin”.- Adaptado de John Donne
[2]Una traducción alternativa de esta oración dice: “¿Cuándo vendré y veré el rostro de Dios?” (nota al pie de la English Standard Version).
La santidad es una comunión inquebrantable con Dios
Juan tuvo una visión del plan de Dios para su pueblo. Es una visión de un pueblo santo que vive en una ciudad santa. Tres veces en Apocalipsis, Juan describe el lugar de nuestra morada eterna como la ciudad santa (Apocalipsis 21:2, 10; Apocalipsis 22:19). Este es el hogar de un Dios santo, ángeles santos y personas santas. Esta hermosa ciudad es un lugar de santidad perfecta. Solo las personas santas pueden vivir allí.
Apocalipsis 21 ofrece una hermosa imagen del cielo, pero también incluye esta advertencia:
Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras, y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Apocalipsis 21:8).
El cielo es una ciudad santa. Dios no permitirá que el pecado destruya la pureza de esa ciudad. Los antiguos predicadores decían: “El cielo es un lugar santo preparado para un pueblo santo”. Solo un pueblo santo disfrutaría de vivir en esta ciudad santa.
Una persona egocéntrica no disfrutaría de una ciudad en la que el Cordero de Dios es la atracción central. Una persona que vive para el placer pecaminoso sería infeliz en una ciudad en la que todo es puro. Una persona que no ama a Dios se aburriría en una ciudad donde la adoración a Dios es eterna. La Ciudad Santa está diseñada para un pueblo santo. Debido a que el pueblo de Dios es santo y puro, vivirá con él para siempre en la ciudad.
La promesa de Ezequiel 40-48 se cumple en la Nueva Jerusalén. Sin embargo, el lector pronto ve una diferencia entre la visión de Ezequiel y su cumplimiento en el Apocalipsis. En la visión de Ezequiel, el templo se encuentra en medio de la ciudad. En la Nueva Jerusalén no hay templo, porque su templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero (Apocalipsis 21:22). ¡Dios mismo es el templo! Toda la ciudad es ahora tierra santa apartada para Dios y su pueblo.
La comunión ininterrumpida que Dios y el hombre compartían en el jardín es restaurada. La vergüenza y el temor que llevaron a un Adán y una Eva pecadores a esconderse de Dios han desaparecido. Contemplaremos el rostro de Dios. El pueblo santo disfrutará de una comunión ininterrumpida con un Dios santo.
En el Antiguo Testamento, Dios apartó a Israel como un reino de sacerdotes y una nación santa (Éxodo 19:6). En Apocalipsis, la iglesia es un reino y sacerdotes para nuestro Dios (Apocalipsis 5:10). A diferencia de la nación de Israel, este reino es una gran multitud que nadie puede contar, de todas las naciones, de todas las tribus y pueblos y lenguas (Apocalipsis 7:9). La promesa de Génesis 12:3 se cumple en Apocalipsis 7:9.
Así como Israel solo pudo cumplir su misión como reino de sacerdotes permaneciendo santo, la iglesia solo puede cumplir su misión si es santa. El pueblo de Dios debe ser santo. En el Antiguo Testamento, los levitas vestían lino blanco que simbolizaba su pureza. De la misma manera, Juan muestra que los santos deben ser puros (Apocalipsis 3:4-5; Apocalipsis 6:11; Apocalipsis 19:8). Solo aquellos que lavan sus vestiduras pueden entrar en la ciudad (Apocalipsis 22:14). Un pueblo santo vivirá en paz con un Dios santo.
La santidad en la práctica: cuando no me siento santo
¿Te suena familiar? Escuchas un sermón que te desafía a una santidad más profunda. Oras y te comprometes a una vida santa. Durante las siguientes ocho semanas, creces en tu vida espiritual. Ves que el fruto del Espíritu aumenta en tu vida. Encuentras un amor más profundo por Dios y por tu prójimo.
Entonces, de repente, el progreso y el crecimiento parecen detenerse. Sigues caminando con Dios; sigues viviendo una vida victoriosa; amas a Dios y amas a tu prójimo. Pero a través de la enfermedad física, el estrés emocional o incluso las presiones del ministerio, te das cuenta de que “no siento que estoy creciendo en santidad. ¿Qué está mal?”.
¿Cómo continúas en la vida santa cuando no te sientes santo? ¿Te rindes y dices: “La santidad es imposible”? ¿Cómo continúas caminando en santidad?
► ¿Has experimentado este desafío? ¿Cómo respondiste?
“Cuando no me siento santo, debo caminar por fe”.
En la lección 2, vimos que la santidad es caminar con Dios. Abraham caminó con Dios a un país que nunca había visto. Caminó con Dios en obediencia y fe. Cuatro mil años después, resulta muy emocionante leer sobre la fe de Abraham. Pero ponte en su lugar, caminando día tras día por una tierra escabrosa. No se ve el final y ni siquiera sabes adónde vas. ¿Crees que Abraham se despertaba cada mañana sintiendo emoción por el día que comenzaba? ¡Probablemente no! Seguramente había días en los que decía: “Hoy no me apetece caminar”. Pero Abraham siguió caminando con Dios.
Leemos que Noé caminó con Dios en un mundo pecaminoso. Rodeado de idólatras y hombres que constantemente ideaban nuevas formas de hacer el mal (Génesis 6:5), Noé caminó con Dios. ¿Crees que se despertaba cada mañana con entusiasmo por el día? Seguramente a veces se sentía agotado y desanimado. Pero Noé siguió caminando con Dios.
Una clave para la vida santa es recordar que fuimos salvos por gracia mediante la fe; fuimos santificados por gracia mediante la fe; y seguimos creciendo en santidad por gracia mediante la fe. Algunas personas entienden que son salvas por gracia mediante la fe. Incluso aprenden que son santificadas por gracia mediante la fe. Pero luego caen en la trampa de creer que el crecimiento continuo depende de sus propios esfuerzos.
¿Hay disciplina en la vida de santidad? ¡Por supuesto! ¿Debemos seguir matando lo terrenal que hay en nosotros? (Colosenses 3:5). Sí. ¿Debemos seguir esforzándonos por alcanzar lo que está delante y proseguir hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús? (Filipenses 3:13-14). ¡Por supuesto!
Pero nunca debes olvidar que tu muerte, tu esfuerzo y tu avance hacia la meta se realizan por el poder de Dios, que obra en ti tanto el querer como el hacer para su buena intención (Filipenses 2:13). Él es quien te dio el deseo (el querer); él es quien te da el poder (el hacer). Él está obrando en ti para cumplir su propósito de santificarte. Cuando no te sientes santo, descansa en la gracia de Dios, que cada día te transforma a su imagen.
“Cuando no me siento santo, debo descansar en su santidad”.
En la lección 5, vimos que la perfección no se trata de un desempeño impecable, sino de un corazón que está indiviso en nuestro compromiso con Dios. En la lección 7, aprendimos que el mandato de Jesús, “Sean perfectos”, es un mandato de amor indiviso a Dios. La perfección cristiana no se trata de desempeño; se trata de amor.
Somos santos solo porque Dios es santo. Nuestra identidad está en Cristo. Él nos hace santos. Una de las grandes verdades del evangelio es que ya no luchamos por alcanzar la santidad con nuestras propias fuerzas. Podemos descansar en Cristo. Nuestra identidad como cristianos, nuestra identidad como santos, nuestra identidad como pueblo santo está en él.
Robert Coleman contó una vez una historia sobre lo que significa amar a Dios perfectamente cuando no podemos actuar perfectamente. El Dr. Coleman estaba trabajando en su jardín en un caluroso día de verano. Cuando su hijo pequeño vio a su padre sudando bajo el sol, decidió llevarle un vaso de agua. El niño cogió un vaso sucio, lo llenó con agua de un charco del jardín y se lo llevó a su padre. El Dr. Coleman dijo: “El vaso estaba sucio y el agua estaba turbia. Pero la bebida era perfecta porque venía de un corazón lleno de amor”. Esa es una imagen de nuestra perfección limitada. Llevamos nuestro servicio imperfecto y quebrantado a un Dios que lo acepta porque viene de un corazón lleno de amor.
Dios acepta nuestros esfuerzos imperfectos y los transforma en algo más allá de nuestra imaginación, porque nuestra santidad es una mera sombra de su santidad ilimitada. Incluso nuestro mejor amor se ve afectado por nuestras limitaciones humanas. Pero cuando descansamos en su santidad, nos damos cuenta de que la obediencia a su mandato de “Ser santos” solo se cumple perfectamente a través de él mismo. Con corazones llenos de amor incondicional, le llevamos nuestro vaso de agua turbia, y él lo transforma en algo puro y brillante. Nuestra santidad se perfecciona en su santidad.
“Cuando no me siento santo, debo recordar que formo parte de un pueblo santo”.
Un tema importante del Apocalipsis, pero a menudo pasado por alto, es la iglesia. El Apocalipsis comienza con una serie de mensajes a las siete iglesias. Estos mensajes muestran la importancia de la comunidad eclesiástica local dentro del cuerpo más amplio de Cristo. Pero esto no es todo lo que el Apocalipsis destaca sobre la iglesia.
La comunidad de los 144 000 redimidos puede ser una representación figurativa de toda la iglesia, el cuerpo de Cristo. Más adelante en el libro, la iglesia es vista como la novia del Cordero (Apocalipsis 19:7-8). La iglesia es un punto central del Apocalipsis.
Si esto es cierto, nuestra adoración y comunión como iglesia en la tierra es una preparación para nuestra adoración y comunión como iglesia eterna. ¿Qué significa esto para nuestra vida como iglesia hoy en día?
► Si Apocalipsis es una imagen de la esposa de Cristo, ¿cómo debería afectar esta descripción la vida en la iglesia de nuestros días? O, para plantear la pregunta de otro modo, ¿en cuáles aspectos se asemeja su iglesia a la iglesia descrita en Apocalipsis? ¿En cuáles aspectos no se asemeja su iglesia a la iglesia descrita en Apocalipsis?
Una consecuencia práctica de esta verdad es que nuestra vida santa se vive en comunión con la iglesia. En el mundo individualista moderno, muchos cristianos piensan en la salvación solo en términos de experiencia personal y privada.
Sin embargo, aunque hay ejemplos de personas como Enoc que caminaron con Dios a solas, hay muchos más ejemplos bíblicos de hijos de Dios que caminaron con Dios como parte de un cuerpo. Las leyes de pureza en Israel eran para el pueblo de Dios (Levítico 20:26). Israel era más que un grupo de individuos; era un cuerpo corporativo que crecía juntos a imagen de Dios.
La iglesia del Nuevo Testamento era más que un grupo de personas que por casualidad pertenecían al mismo club. La iglesia era, y es, el cuerpo de Cristo. Los santos del Apocalipsis enfrentan el martirio como parte de un cuerpo. Incluso cuando mueren solos, saben que son parte de la iglesia universal. Los santos del Apocalipsis viven vidas santas como parte de un cuerpo. Son parte de una novia pura. Incluso cuando Juan está aislado en la isla de Patmos, sabe que es parte de la iglesia universal.
Se ha vuelto común escuchar a la gente decir: “Amo a Jesús, pero no amo a la iglesia”. ¡Esto se basa en un trágico malentendido de la iglesia! Si la iglesia es la novia de Cristo y yo amo a Cristo, debo amar a la iglesia. La iglesia es un cuerpo de creyentes que crecen juntos a imagen de Dios.
[1]No fuimos creados para vivir solos. John Wesley dijo: “Toda santidad es santidad social”. Se refería a que crecemos como parte de un cuerpo. Wesley reunió a los creyentes en pequeños grupos para que se responsabilizaran espiritualmente unos a otros, porque las personas crecen espiritualmente cuando tienen una relación estrecha con los demás.
¿Qué significa esto para nosotros hoy en día? Las personas santas son parte de una iglesia santa. Crecemos en santidad como parte de un cuerpo santo. Cuando lucho, Dios pone a mi lado a otro buscador de la santidad que puede animarme en mi área de debilidad. Por otro lado, cuando Dios me da la victoria en un área, puedo animar a un hermano que es más débil en esa área. La vida santa está destinada a ser vivida en una comunidad de creyentes llenos del Espíritu que están manifestando el amor de Dios en nuestro mundo.
El autor de Hebreos entendió bien esto.
Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca (Hebreos 10:24-25).
Animando a los cristianos perseguidos a perseverar en la fe, les dijo que se estimularan unos a otros cuando se reunieran y se animaran mutuamente. Parte de la función de la iglesia es animar a cada miembro a un amor y una santidad más profundos.
Cuando no te sientas santo, permite que Dios te anime a crecer más a través de los hermanos cristianos en el cuerpo donde Él te ha colocado. Eres parte de la iglesia universal, pero también eres parte de un cuerpo local. Dios te ha puesto allí por una razón. Permite que tus hermanos en la fe te estimulen a crecer más en la vida santa.
[1]“Cuando alguien piensa que para desarrollar una vida santa debe estar siempre a solas con Dios, ya no es útil para los demás”.- Oswald Chambers
Ella encontró el secreto – Fanny Crosby
Cuando Fanny Crosby[1] tenía dos meses, un error médico la dejó ciega de por vida. Unos meses más tarde, su padre murió. Su madre tuvo que dejar a la familia sola durante largas horas mientras trabajaba limpiando casas. Fanny conocía las dificultades de la vida en un mundo bajo la maldición del pecado.
Los himnos de Fanny Crosby dan testimonio de su compromiso con Cristo. Ella había entregado completamente su voluntad a la voluntad de Dios.
Fanny Crosby entendió que la santidad es el amor perfecto a Dios y el amor perfecto al prójimo. Dedicó su tiempo y su dinero a misiones que atendían a alcohólicos y personas sin hogar. Ella y su esposo regalaron todo lo que no era necesario para su supervivencia. Amaba a Dios y amaba a su prójimo. Día tras día, Fanny Crosby creció en la semejanza de Cristo y en el amor perfecto.
Fanny esperaba con ansias el día en que se cumpliera la promesa: “Verán su rostro”. Cuando alguien expresaba lástima por su condición, Fanny Crosby respondía que se regocijaba en su ceguera porque “cuando llegue al cielo, el primer rostro que alegrará mi vista será el de mi Salvador. Lo veré cara a cara”.
[1]Imagen: “Francis Jane Crosby, 1820-1915”, de W. J. Searle, obtenida de la División de Impresiones y Fotografías de la Biblioteca del Congreso, http://hdl.loc.gov/loc.pnp/cph.3b17084, “sin restricciones conocidas”.
Repaso de la lección 11
(1) La santidad es una comunión ininterrumpida con Dios.
(2) Desde Génesis 3 hasta las Epístolas, Dios promete la restauración de la comunión íntima entre Dios y el hombre. Esta promesa se cumple en Apocalipsis.
(3) El Apocalipsis muestra a un pueblo santo en comunión ininterrumpida con un Dios santo.
(4) La comunión de la iglesia es la preparación para la comunión en el cielo. La iglesia en la tierra es un modelo (falible) de la iglesia eterna. Por eso, debemos tratar de modelar nuestra vida en la iglesia aquí según la unidad de la iglesia allá.
Tareas de la lección 11
(1) Imagina que alguien te dice: “Amo a Jesús, pero no a la iglesia”. Escribe una carta de 1-2 páginas en la que le muestres a esta persona que amar a Jesús debe llevar a amar a la novia de Jesús, la iglesia. Muestra cómo un corazón santo inspira el amor por la iglesia de Dios. Muestra cómo ser parte de una iglesia nos ayuda a crecer en santidad.
(2) Comienza la siguiente sesión de clase citando Apocalipsis 21:2-3.
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